Basta de decirme que tengo “daddy issues”

Daddy issues Paula



Seguramente más de alguien recordará a Barney Stinson, uno de los protagonistas de la serie How I Met Your Mother. Y es que el personaje cumplía con todos los estereotipos de mujeriego neoyorkino. Rubio, atractivo y, sobre todo, un hombre capaz de conseguir a quién quisiera. A tal punto llegó su expertise que los guionistas de la serie le inventaron una guía en la que entrega consejos de conquista. Uno de sus tips más famosos es que siempre las mujeres con daddy issues van a ser las más atractivas. Porque, según se explica, son mujeres vulnerables que descargarán en sus parejas todas esas penas que llevan producto del complicado vínculo que han establecido con sus papás. Según Barney, no hay mejor premio que seducir a una mujer así, ya que al ‘ser ese paño de lágrimas’ los hombres se convierten en sus héroes.

Esta serie norteamericana, así como muchas otras, como Grey’s Anatomy, Pretty Little Liars e incluso Game of Thrones, son solo algunos de los referentes de la cultura popular que nos han acercado al término daddy issues. Uno que, sin tener un equivalente en español, podría explicarse como todos aquellos problemas que afectan a una persona, pero sobre todo a las mujeres, producto de una relación complicada o dañina con sus papás. Según el Diccionario de Teorías Psicológicas Eliever 2006, “si bien no estamos seguros de cuándo apareció por primera vez la etiqueta en el léxico estadounidense, a menudo se usa como un descriptor negativo, desdeñoso o misógino dirigido a mujeres para describir conductas como la expresión de rabia, inseguridad o sospecha hacia los hombres”.

La psicóloga y miembro de la Fundación Templanza para la salud mental, el trauma y la violencia intrafamiliar, Mariana Fagalde, asegura que se trata de “una caricatura y una trivialización para una necesidad legítima y normal de la mujer, que tiene que ver con expresar emociones, y que pueden venir o no venir del vínculo con su padre”.

Eso fue lo que sintió Claudia (25) cuando entró a estudiar en la Universidad de Concepción. Ahí conoció a su primera pareja, Renato (27), en una relación que, según ella, “terminaría por quitarle su propia identidad”. Claudia en ese entonces nunca había vivido con sus padres, la crío su abuela en Puerto Montt, y eso le generó un vínculo complicado y distante con su papá, quien estuvo ausente durante la mayor parte de su vida hasta que entró a la universidad y tuvo que volver a su ciudad natal.

La relación con él era compleja y fría, y Renato lo notaba. “Él quería ser quien me salvara de todos los problemas emocionales que me había generado no vivir con mi padre, pero en ese intento comenzó a consumir toda mi vida. Yo siempre fui una mujer independiente y necesitaba mi espacio, me gustaba estar sola para escribir o pintar, y él no me lo permitía. Me decía que las mujeres con inseguridades tan grandes como las que yo tenía por haber sido abandonada, no podían estar solas”, recuerda. “Incluso cuando tomaba la decisión de hacer o no hacer cosas cuando teníamos relaciones sexuales, todo se trataba de que yo tenía problemas psicológicos por mi papá y que me tenía que dejar cuidar por él. Cuando entré a terapia y me di cuenta que lo que quería era mi espacio, empecé a luchar. Y Renato me dejó”.

Paula Sáez, psicoanalista y directora de la Escuela de Psicología de la UNAB, asegura que usar el concepto daddy issues o derechamente enrostrarle a una mujer que todas sus conductas y decisiones están influenciada por su padre “es una trivialización que de ninguna manera corresponde usar en una conversación de pareja adulta, pues puede ofender o agredir a una mujer cuando no cumple las expectativas del hombre”, explica la especialista. Y es que según la experta muchas veces esta es una forma de patologizar comportamientos que pueden tener múltiples explicaciones o simplemente obedecen a que una mujer no quiere hacer las cosas de determinada manera.

Toda esta confusión conceptual puede generar problemas incluso más profundos que solo una caricaturización de las emociones de la mujer. María Guadalupe Huacuz, antropóloga mexicana y académica feminista que ha estudiado los fenómenos del lenguaje sexista en Latinoamérica, asegura que “el lenguaje no solo crea realidades, sino que también crea malos ratos y misoginia, siendo el enrostramiento de los daddy issues una clara demostración de una sociedad que invisibiliza las necesidades de expresión de la mujer en todo momento”. Ese es el gran riesgo de acuñar términos que, en realidad, pueden aludir a algo mucho más complicado y que podemos estamos ignorando.

Tocar una fibra delicada

A lo que en realidad refiere el concepto de los problemas paternales es a un fenómeno estudiado desde la época de Freud, cuando el padre del psicoanálisis descubrió que el Complejo de Edipo era algo que afectaba a hombres y a mujeres por igual. Este fenómeno psicológico es “una condición del deseo y amor humano, que significa que todos los vínculos eróticos que desarrollamos a lo largo de la vida vienen determinados por los patrones emocionales infantiles y las relaciones con nuestros padres, sean buenas o malas. No es una enfermedad, es una característica, y tiene que ver con el ámbito del comportamiento normal, pero también en el comportamiento patológico. Todos estamos metidos en el baile de Freud”, dice Mariana Fagalde.

Según el estudio Paternidad en Chile del Instituto de Sociología UC 2015, cerca de un tercio de los 4.800 hijas e hijos chilenos que fueron consultados evaluó insatisfactoriamente a sus padres. Los principales reproches contra los tutores tenían que ver con la falta de apoyo emocional para las decisiones que toman, falta de tiempo y de dedicación. Un 85% de los padres consultados se autoevaluaban satisfechos hacia su rol en la crianza.

Lo complicado es cuando esa dinámica se banaliza, supeditándolo solo a las mujeres de forma patologizadora, “porque estas complejidades pueden desarrollarse como trastornos en el tiempo, así como también puede que no”, asegura Paula Sáez. A esto se suma que en el estudio UC se detectó que solo un 13% de los encuestados que nunca habían vivido con su padre presentaban rasgos psicopatológicos.

Ninguna persona, ni siquiera quienes son especialistas en el tema, tiene la facultad de enrostrarle a su pareja un diagnóstico clínico, como podrían serlo un complejo de apego, una depresión o un trastorno de ansiedad. Si bien se puede entender que exista frustración por parte del hombre como ser humano, en ningún momento puede agredir a la mujer diciéndole que su conducta es psicopática”, asegura la psicoanalista.

Así lo descubrió Hernán (32), pensando en el momento en que le enrostró a su ex pareja sus problemas paternales cuando tenía 25. “Ella era absolutamente fría en lo emocional y en lo físico, sobre todo cuando estábamos con su familia. Recuerdo que le costaba demostrar cariño frente a ellos, incluso llegaba a temblar si la abrazaba. Entonces un día, a partir de la rabia, le dije en su cara que tenía problemas paternales. Eso marcó un antes y un después del que ahora me arrepiento”, cuenta. Y es que es claro que en la intimidad uno puede hablar sobre muchas cosas, “pero distinto es cuando se toca una fibra delicada con términos agresivos y descalificadores, que no significarán nunca un diagnóstico profesional, sino que es solo una ofensa”, asegura Paula Sáez.

Según Guadulpe Huanuz esto es algo afecta a toda nuestra región. “Este tipo de conceptos responde a una sociedad que nos define como mujeres a través de un padre omnipotente, como si nuestra forma de ser y de estar en el mundo tuviese que ver solo con nuestros figuras masculinas”. Por eso es necesario legitimar en voz alta nuestras necesidades. “Hay que hacer un ejercicio de exigirle al otro que no abuse, que respete, que lo que me está pasando es legítimo y que no merece ser caricaturizado o sancionado”, asegura Mariana Fagalde.

Cuando Barney Stinson le dice a Robin Strebasky -su amiga y ex novia en How I Met Your Mother- que “ella es la única mujer que ha querido verdaderamente porque no anda llorando por sus problemas paternales”, también está invalidando sus legítimas emociones de frustración frente a un padre que le puso de segundo nombre Charles porque quería tener un hijo hombre, y no mujer. “Si el lenguaje es la vida misma, pues bien nos valdría revisar la vida entonces y aprender a usar los términos con cuidado, porque pueden afectar más allá de lo que pensamos”, concluye la antropóloga mexicana.

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