Cómo han afectado las videollamadas nuestro autoestima
“Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino?”, era lo que se preguntaba la malvada bruja del cuento de Blancanieves cada vez que se paraba frente a un espejo. No se trataba de cualquier pregunta, pues tras ella se escondía su miedo de no ser la más linda del reino. No es que todas –al igual que la bruja– queramos serlo, pero sí queremos estar conformes con lo que vemos. Y no siempre lo logramos, según un estudio realizado hace algunos años por la marca de belleza Dove, que examinó cómo era la reacción de las mujeres al mirarse al espejo y detectaron que 9 de cada 10 se ha sentido mal cuando ven su reflejo; y más de la mitad (54%) está de acuerdo en que cuando se trata de cómo se ven, son ellas su peor crítico belleza.
Frente a estas cifras uno podría pensar que es decisión de cada uno mirarse o no en el espejo, pero ¿qué pasa cuando estamos obligados a enfrentarnos a diario con nuestra propia imagen? Y es que esta ha sido una de las consecuencias de la pandemia y el confinamiento. La falta de contacto físico nos ha hecho suplirlo con videollamadas y –queramos o no– en ellas nos exponemos a nuestra imagen, nos hacemos conscientes no solo de nuestro rostro, su forma, color y “defectos”, también de cómo gesticulamos. “Este nuevo espejo es interactivo: reparamos más en esos supuestos defectos porque nuestro rostro está en constante movimiento y el movimiento hace visible estas alteraciones del gesto que no se ven en el espejo del baño, por ejemplo”, dice la cosmetóloga de Zapatitos Rojos, Karen Espinoza.
Para muchos las videollamadas se han transformado en un estrés y la propia apariencia es una de las causas. Karen cuenta que en las últimas semanas han aumentado las consultas por productos a tal punto, que creó un nuevo servicio de asesorías. “Lo que más quieren es mejorar la apariencia de la piel. Incluso han consultado personas que nunca antes se habían preocupado de eso”, dice.
Los datos recogidos por la compañía digital estadounidense Highfive también son decidores. Antes de la cuarentena realizaron un estudio entre usuarios de FaceTime, Skype y otras plataformas similares que develó que al 39% de los encuestados no le gustaba verse en pantalla, el 48% estaba más pendiente de su aspecto que de la conversación, el 59% era mucho más consciente de su propia apariencia que en la vida real por culpa de las videoconferencias, el 35% se consideraba menos atractivo en estas conferencias que en la vida real y un honesto 34% de los que usaban estas plataformas por motivos profesionales reconocía que pasaba más tiempo arreglándose que preparando el tema que se iba a discutir en la reunión.
Pero esta no es una cuestión reciente. Las videollamadas han exacerbado una relación con las cámaras a la que hace rato nos hemos visto expuestos, por ejemplo, con las redes sociales. Así lo explica el psicólogo Fernando Duarte. “La autopercepción del cuerpo ha sido una de las consecuencias nefastas de la tecnología y la locura de las redes sociales. La cultura de la selfie es una muestra de aquello. Ahora nos vemos por obligación enfrentados a una cámara cuando tenemos reuniones familiares o en el trabajo, pero cuántos jóvenes no han retocado una selfie o se han tomado muchas fotos antes de elegir la que van a subir, porque finalmente no les gusta lo que ven ahí. O peor aún, porque quieren que el resto vea otra cosa”. Y agrega: “El problema de esto es cuando lo que surge desde ahí es el narcisismo de las personas, algo que en muy distinto al amor propio”.
El amor propio –explica– es una de las aristas que abarca el autoestima, es decir habla del valor que nos atribuimos a nosotros mismos. Pero tener una autoestima alta no es sinónimo de ser narcisista. “Cuando nos queremos o auto valoramos existe un equilibrio entre lo que nos gusta y amamos de nosotros, y también lo que consideramos nuestras debilidades. Somos conscientes de ellas y buscamos hacer algo por mejorarlas o aceptarlas. Una persona narcisista, en cambio, tiene una valoración irreal de sí mismo, busca admiración de otros y para ello expone constantemente sus logros, pero de manera egoísta, siempre buscando una recompensa”.
Es más, se suele decir que las personas narcisas carecen de amor propio y por eso buscan llenar ese vacío con la admiración del resto. “Por eso es importante que nos hagamos conscientes de en qué vereda estamos y las redes sociales pueden llevarnos a confusión. Si a propósito de las videollamadas nos dimos cuenta de que teníamos que mejorar la piel, no hay problema, lo hacemos. Pero si lo que vemos nos agobia al punto de querer cambiarnos completamente o usamos filtros al punto de disfrazar lo que realmente somos, podría estar quedando en evidencia una carencia que es importante tratar con algo más que una crema o un tratamiento de estética”, concluye.
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