“Vivo en el Cajón del Maipo, en el sector de San Alfonso, en el mismo terreno donde vivieron mis bisabuelos, mis abuelos y mi padre. Aunque en mis 56 años siempre he estado relacionada con el cajón, porque mi papá tenía una plantación de nogales para nueces de exportación, decidí venirme a vivir aquí tras su muerte. El terreno se dividió entre mis hermanos y yo me quedé con tres hectáreas y una casa que amplié, en donde he vivido sola y a veces acompañada durante estos años. Una vuelve a sus raíces de alguna forma y este lugar es, para mí, el paraíso. Valoro mucho el silencio, las noches estrelladas, el aire puro. Ver el vuelo de los cóndores en las cumbres, las cascadas. Estuve muy enferma de fibromialgia y venirme para acá fue una forma de sanarme.

Cuando era niña, el Cajón era un lugar sumamente verde, con cerros repletos de vegetación. Hay fotografías antiguas que muestran que San Alfonso era un verdadero vergel, un bosque en medio del valle. El río Maipo, recuerdo, tenía el triple del caudal que tiene ahora y las aguas eran salvajes. Apenas se podía cruzar. Había un puente que el río arrasaba todos los inviernos. Ahora puedo ver cuánto ha descendido. Los que tenemos predios regábamos principalmente con el agua del estero que antiguamente tenía cascadas. Yo tenía derecho a 16 horas semanales, de donde apenas sacaba un tercio de todo el afluente y lo demás seguía corriendo para abastecer al pueblo. Actualmente eso ha disminuido tanto, que apenas tengo derecho a tres horas semanales para regar mis nogales y tengo que usar todo el caudal. Esto ha reducido mucho mi cosecha; los frutos son más pequeños, mis árboles están más expuestos a pestes y muchos han muerto. Con tristeza tuve que cortar diez nogales de más de 40 años, que con su altura y frondosidad dan mucha sombra y permiten que podamos cultivar otros alimentos en el terreno. Aquí los veranos están cada día más intensos y necesitamos la sombra para nosotros y nuestros cultivos. La falta de agua también ha provocado que cada vez sean más frecuentes los rodados, que ocurren porque la tierra está tan seca que cuando llueve fuerte el agua moja la superficie y esta se desliza sobre el suelo árido cerro abajo.

He sido testigo en estos años de cómo ha cambiado, con la crisis climática, este valle. Desde que llegaron las tuneleras al valle en 2015 –las máquinas que están haciendo los túneles para desviar el agua del río hacia la hidroeléctrica– el caudal se ha reducido sustancialmente, las aguas subterráneas se están vaciando y el Maipo está más contaminado. Según estudios que hemos realizado con No Alto Maipo junto a un científico especializado, viene con residuos de roca y minerales pesados debido a las excavaciones y perforaciones, y eso está afectando a las comunidades. Aunque el proyecto Alto Maipo ya ha sido sancionado en varias oportunidades por no cumplir protocolos ambientales y nosotros hemos hecho múltiples denuncias, a finales de año comenzarán la primera prueba de funcionamiento.

Cuando iniciaron las obras de la hidroeléctrica, tuve crisis de pánico y todas las noches me acostaba llorando, con miedo y angustia por la crisis hídrica. Perdí toda la fe. A algunos compañeros que también están en esta lucha incluso les dio cáncer, porque produce mucho desgaste y cansancio todo esto. De alguna forma, me di cuenta de que este paraíso maravilloso tenía (y tiene) una espina que duele todos los días y que tratamos de sacar, pero que está muy difícil. Tuve que sanarme, fortalecerme internamente y aceptar esta realidad. Observar el río fluir, para así poder sumarme nuevamente a la lucha contra la sequía. Si te quedas pensando para siempre cómo era antes el valle y cómo es ahora, te arruinas la vida.

En este proceso, unirme a otras mujeres fue fundamental. Las mujeres tenemos un espíritu conectado con la tierra, estamos conectados con los distintos espíritus de la naturaleza y de alguna forma esa conexión nos ayuda a protegerla. Hay tanta gente desconectada, pero de alguna forma lo entiendo: no quieren sufrir. El miedo nos invade a todos profundamente, y para muchos es mejor no ver lo que está ocurriendo para no sentirlo y seguir la vida como si nada. Pero las mujeres podemos ser el puente entre todo eso terrible que está pasando y las posibilidades que existen de salvar nuestro entorno.

¿Qué es lo que me impulsa a mí y a las mujeres de este valle a seguir luchando y buscando alternativas? La esperanza, vivir el día a día y hacer todo lo que podamos. No pierdo la fe en este río. Pienso que va a resistir. Y yo también. Sino, ¿para qué vivir? Para todos quienes luchamos en este valle, lo que nos sostiene es el trabajo minucioso que hacemos día a día buscando información, informando a otros. Siempre se nos ocurre una idea, se nos abre una posibilidad. Porque a pesar de todo, no pienso irme. La tierra es de quienes la habitan, de los animales, de la vegetación. Y mis ancestros están aquí”.