El error no existe, todo es aprendizaje
¿Cuánto dejamos que nuestros hijos se equivoquen? ¿Permitimos que nuestros hijos vivan la experiencia de equivocarse? Muchas veces al ser padre viene adherida la sensación de querer que nuestros hijos sean felices. Queremos para ellos una vida feliz, que crezcan y se desarrollen integralmente. El problema es que tendemos a caer en la trampa de pensar que para ser felices necesitamos evitarles todo tipo de sufrimiento o que pasen por la experiencia de la equivocación. Y nos olvidamos que probablemente cuando más aprendemos de nosotros mismos y de la vida es cuando nos caemos y aprendemos levantarnos de nuevo. Porque el levantarse implica conocerse y creer en uno mismo.
Muchas veces nos vemos solucionándoles los problemas y nos cuesta darnos cuenta de cuánto de eso que hacemos está lejos de ayudarlos a “ser felices” o de ayudarlos a crecer y descubrir sus capacidades. Para que nuestros hijos se conozcan y crean en ellos mismos necesitan sentirse capaces, y para que eso ocurra necesitan vivir la equivocación. Vivir la equivocación es permitirles sentirse tristes o poco inteligentes, es validar su emoción, es acompañarlos en ella para luego encaminarlos en descubrir una solución a esa equivocación. No podemos aprender si tapamos o negamos la vivencia de emociones como la pena, la rabia o el miedo, porque muchas veces son estas las que nos permiten crecer y darnos cuenta de que sí podemos solucionar lo que la vida nos depara.
Cada equivocación trae con ella la oportunidad de aprender. Aprender de la vida, del otro o de uno mismo. Actualmente vivimos una situación extrema y quizás necesitamos dejar que nuestros hijos también la vivan como lo que es: una situación desafiante, incierta y a ratos angustiante. No podemos pretender que no tengan miedo, que no estén irritables o que no absorban nuestro cansancio. Nuestros hijos están pasando por lo mismo que nosotros, pero de nosotros depende que para ellos esta vivencia valga. Que de esto aprendan y salgan fortalecidos.
Su mayor aprendizaje estará, quizás, en valorar aún más lo que tenían, en haber ayudado a la mamá agotada, en haber tenido que inventar un trabajo para aportar a la economía familiar, en haberse sentido capaces de pelar un tomate y hacer su cama o haber podido entender a través de guías de estudio. Para que esto pase, necesitamos dejarlos caer, dejarlos ayudar, dejarlos aburrirse, dejarlos sentir tristeza, dejarlos estar irritables, dejarlos hacer mal la tarea, porque cada vez que los dejamos caer, ellos aprenden y se conocen.
Muchas veces es la misma equivocación la que te da la fuerza para buscar una manera diferente de hacer las cosas que te lleva a reparar lo roto. ¿Por qué le quitaríamos a nuestros hijos la oportunidad de vivir un error? Simplemente porque el éxito está sobrevalorado y la equivocación es vivida y mirada como fracaso. Pero la verdad es que la equivocación es la única vivencia que te enseña a ser más humano y a confiar en que tienes las capacidades para afrontar lo que venga. Para mí la palabra “fracaso” no existe, porque todo es aprendizaje. Y es desde esa mirada que dejo que mis pacientes recaigan y que dejo que mis hijos se equivoquen, porque soy una convencida de que no tengo que entregarle herramientas a otros, porque ellos son portadores de la manera de salir de ese error.
Cada uno de nuestros hijos tiene infinitos recursos, solo tienen que vivir distintas situaciones para descubrirlos. No dejemos que nuestra idea de felicidad nuble que se equivoquen y aprendan, porque solo serán felices en la medida que se sientan portadores y dueños de sus propias herramientas. Y muchas veces es en la oscuridad que nuestros recursos brillan.
María José Lacámara (@joselacamarapsicologa) es psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica.
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