María Ignacia Mac-Auliffe, doula de fin de vida: “Si todos conversáramos sobre la muerte, le tendríamos menos miedo”
Las doulas de la muerte son mujeres que acompañan a personas en el proceso de morir. María Ignacia se transformó en una casi por casualidad y hoy, junto a otras, formó la primera red latinoamericana con un objetivo claro: devolver la muerte a la comunidad.
“Bueno, pues bienvenidos. Gracias por haber aceptado la invitación, que no todo el mundo aceptó, porque es algo que puede ser extraño. La idea de hoy es hacer algo que se llama un funeral en vida”, dice una mujer con acento colombiano al comienzo del capítulo Mirar la muerte del podcast Las Raras. Luego se escucha la voz de la periodista Catalina May: “Estamos en una casa en Bogotá. En el living todo está preparado para un funeral. Hay un altar, flores y música, pero en este caso la muerta está viva”, dice.
La primera mujer que habla es Catalina Mahecha, doula de la muerte. En el mismo capítulo la periodista entrevista también a la ecuatoriana Sofía Plonsky y a la chilena María Ignacia Mac-Auliffe. Las tres son doulas, mujeres que acompañan a personas en el proceso de morir.
Antes de la publicación de este capítulo, estas tres mujeres no se conocían. “Nos conocimos escuchando este podcast. Entonces, cuando yo lo escuché, me sorprendí porque, sin conocernos, las tres relatamos lo mismo. Así que nos pusimos en contacto”, cuenta la doula chilena, María Ignacia.
De esa primera reunión nace la Red Latinoamericana de Acompañamiento en Muerte y Duelo, cuyo objetivo es educar y acompañar en los países que la conforman, en la comprensión y aceptación de la muerte, a través de programas educacionales y servicios de apoyo. “Venimos tejiendo desde hace años una red viva de personas que acompañan el final de la vida con compasión, educación, interconexión y apoyo mutuo”, explica. En el fondo, como dice María Ignacia, se trata de empujar a que la muerte sea nuevamente parte de la vida: “Devolver la muerte a la comunidad, porque la muerte no es algo necesariamente médico”, afirma.
Lo dice ella siendo enfermera. Estudió esa carrera, paradójicamente, con el deseo de trabajar en neonatología, al inicio de la vida. “Por casualidad terminé trabajando en atención de personas mayores en sus domicilios. Me tocó hacerme cargo del programa destinado a brindar atención al final de la vida de un hospital, y ahí conocí los cuidados paliativos”.
En ese camino, lo que más marcó a María Ignacia fue el rol de acompañamiento en el proceso de muerte. Generalmente, la enfermera de cuidados paliativos se dedica al alivio del dolor y otros síntomas: va, cambia la vía subcutánea, le explica a la familia cuándo administrar los medicamentos. Pero, no siempre hay espacio para un acompañamiento, para la conversación. “Empecé a ver que eso era lo que más agradecían los familiares: ese tiempo dedicado a explicar qué es lo que sucede, en términos médicos, pero también emocionales, básicamente porque la muerte sigue siendo un tabú”.
SER DOULA
Así como algunas mujeres brindan apoyo profesional y emocional a las embarazadas antes, durante y después del parto, también existe un grupo que acompaña a personas durante la etapa final de la vida. A María Ignacia le gusta mucho hacer ese paralelo: “La muerte, así como el nacimiento, no es algo estrictamente médico. Estamos preparados fisiológicamente para nacer y para morir, sabemos morir. Ahora, eso no quita que no sea difícil. Yo creo que es un proceso súper duro, igual que el que hace la guagüita atravesando el canal del parto. Yo hago analogía siempre del nacimiento y la muerte. Ir a lo desconocido. Confiar no más”, dice.
Entre todas las tareas que puede realizar una doula, está la preparación para enfrentar el proceso de la muerte; pero también pueden acompañar en la agonía, sentada al lado de la cama, realizando rituales; guiar la ceremonia del funeral; o dedicarse solo al duelo. “A mí lo que me gusta mucho es planificar cómo las personas quieren ser cuidadas al final de su vida y también su ceremonia de fin de vida”, dice.
Esto se hace a través de las voluntades anticipadas. Estas son decisiones que una persona deja por escrito para definir cómo quiere ser atendida médicamente en el futuro, en caso de no poder expresarlo. En Chile, están reconocidas formalmente desde la entrada en vigencia de la Ley 21.375 de Cuidados Paliativos Universales, en marzo de 2022. Esta normativa garantiza que los deseos manifestados en esas declaraciones, sean respetados en el sistema de salud, no solo en aspectos clínicos, sino también en cuestiones prácticas y personales relacionadas con el final de la vida. Para María Ignacia, esto es casi como una revisión de vida, de legado. “Conversar estos temas resuelve muchas cosas. Por ejemplo: ¿quiero ser cremado o enterrado? ¿Quién quiero que me despida o quién no quiero que esté presente? ¿Cómo quiero ser cuidado? ¿Quiero medidas de soporte vital o quiero que llegado mi momento me dejen morir?”.
La última pregunta tiene que ver con evitar el ensañamiento terapéutico, que es una característica de los cuidados paliativos: respetar la evolución natural de la enfermedad. Se permite la muerte, explica la doula. “No se pretende ni adelantarla con eutanasia ni retrasarla con ensañamiento, algo que lamentablemente aún se ve: personas de 98 años en una UCI, intubadas, llenas de sondas”.
¿Nos cuesta soltar a nuestros seres queridos?
En parte es eso, y en parte que no hablamos de la muerte, nos asusta. Si todos habláramos más del tema, le tendríamos mucho menos miedo. Si supiéramos cuáles son los síntomas frecuentes en el declive normal de una persona de edad avanzada, sabríamos qué esperar y habría menos angustia para la familia y la propia persona.
Se trata de entregar esa información, naturalizarla. Y hablarla no solo con personas desahuciadas o con un pronóstico limitado, sino abiertamente, con niños, con jóvenes. Porque cualquiera puede morir en cualquier momento; la única certeza que tenemos desde que nacemos es que vamos a morir. Nadie es indiferente a la muerte.
MÁS ALLÁ DE LAS CREENCIAS
Hace dos semanas se llevó a cabo el tercer encuentro de la red creada por Catalina, Sofía y María Ignacia. El primero fue en Ecuador, un año después de la publicación del podcast, y el segundo, el año pasado en México. Esta vez la sede fue Valparaíso. Durante tres días, exploraron los ejes comunidad, medicina y ancestralidad a través de: ponencias magistrales con expertos latinoamericanos, conversatorios, talleres prácticos sobre acompañamiento, rituales, alternativas en medicina, paseos por el patrimonio funerario de Valparaíso, comidas con recetas mortuorias, meditaciones guiadas y espacios de contención.
“En estos encuentros se ha hecho muchísimo, desde cine hasta performance, con un abanico de actividades que aportan a la visibilidad de la muerte”, asegura María Ignacia.
Por eso allí también hicieron un funeral en vida, como en Colombia. “Hicimos la celebración de un funeral en casa. Es parte de las cosas que puede hacer una doula, pero no necesariamente tienes que ser doula para hacer eso. Se trata de abrir la mirada de la gente: yo puedo hacer esto con mi familiar, no tengo por qué llamar a la funeraria inmediatamente. Puedo hacer un rito de lavado de cuerpo, decir unas palabras, poner velas, vestirlo... y después llamar a la funeraria. Y el velorio también puedes hacerlo en tu casa”.
¿Te refieres a diversificar el ritual de la muerte que existe en nuestra cultura?
Es que en nuestra cultura ni siquiera existen rituales; no participamos del rito, lo entregamos a la funeraria o a la misa católica. No nos involucramos.
¿Y en tu experiencia, cuáles son los beneficios de hacerlo?
Facilita el duelo, de todas maneras.
¿En qué sentido?
No quedas tan enemistado con la muerte. Es un trato más amable. La relación con la persona muerta se transforma; no es que se termine. Es un poco abrazar la muerte. Es importante ir como sociedad construyendo ese tejido social, el apoyo mutuo y los rituales comunitarios como pilares para enfrentar el dolor.
¿Cuán cerca estamos de eso?
He notado que hay más interés por parte de la gente en aprender y sacar estos temas del tabú. También porque la población ya no es tan religiosa, por ejemplo.
Es muy parecido a lo que pasa con el nacimiento: volver a estos ritos naturales, a lo ancestral. A lo que era antes: nacer en casa, acompañada por una doula, una vecina, mamá, hermana. Y con la muerte probablemente pasa lo mismo. Queremos volver a algo más natural. Por eso uno de nuestros ejes es la ancestralidad en el acompañamiento al final de la vida. Un concepto que conecta a las personas con saberes tradicionales, rituales y cosmovisiones que reconocen la muerte como parte del ciclo de la vida. Este enfoque no es nuevo, rescata las raíces culturales latinoamericanas.
¿Por qué perdimos eso?
Creo que en las zonas rurales todavía queda algo. Pero se fue perdiendo porque medicalizamos la muerte. La gente empezó a morir en hospitales y muchas veces pasa que no vemos la muerte de nadie hasta que nos enfrentamos a nuestra propia muerte. Y entonces, no sabemos qué hacer con un muerto en casa, ni con la agonía. Todo ese proceso nos resulta rarísimo. Nos da miedo. Miedo al sufrimiento. Así que lo evitamos y mejor lo llevamos al hospital, porque creemos que ahí va a estar mejor: con oxígeno, medicamentos.
Todas son opciones válidas, aclara María Ignacia. Al comienzo, en aquel funeral en vida en Bogotá, se propuso mirar de frente la muerte. Hoy, tras este recorrido, entendemos que estamos preparados fisiológicamente para nacer y para morir. “Sabemos morir. Solo nos falta volver a mirar la muerte con la naturalidad y el respeto que siempre debió tener”.g
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