Mujeres que impactan, Pamela Saavedra: una casa abierta para mujeres invisibles
Dirige una hospedería en Recoleta donde mujeres en situación de calle reciben más que techo: encuentran dignidad, contención y la posibilidad de volver a empezar.

A sus 51 años, Pamela tiene clara su bandera de lucha: devolver la dignidad a las mujeres en situación de calle. Con la convicción de que toda persona merece ser vista, escuchada y valorada, asumió el desafío de reabrir la Hospedería Santa Francisca Romana, transformándola en un refugio humano y seguro para mujeres excluidas, muchas de ellas con historias de violencia, abandono o pobreza extrema.
En Chile, la situación de calle tiene rostro de mujer. Según cifras recientes del Ministerio de Desarrollo Social, más de 2.000 mujeres viven sin un hogar, muchas de ellas con historias marcadas por la violencia, la precariedad y el abandono. A este drama silencioso se suma un agravante: no existen suficientes espacios diseñados especialmente para ellas. En ese vacío estructural, Pamela Saavedra decidió actuar.
Su historia personal está íntimamente ligada al servicio. Creció bajo el ejemplo generoso y firme de su abuela materna. “La recuerdo escuchando con paciencia, acogiendo a amigas, vecinos, compartiendo lo que tenía. Esos gestos silenciosos me marcaron profundamente y moldearon mi sensibilidad social”, recuerda. Desde entonces, supo que su vida no estaría completa si no era al servicio de los demás.
Hoy es directora de la Hospedería Santa Francisca Romana y se ha transformado en un faro para mujeres que lo han perdido todo, pero que aún conservan la esperanza de volver a empezar. La casa que lidera, ubicada en Recoleta, recibe a mujeres solas o con hijos, ofreciéndoles alojamiento, alimentación y contención emocional. Pero lo que entrega va mucho más allá de lo material: ofrece dignidad.
“Mi vocación es clara: acompañar y dignificar. Estoy al servicio de una causa invisibilizada en nuestra sociedad, mujeres que han sido excluidas, y mi tarea es ser puente y construir puentes para devolverles la fe en sí mismas”, comenta.
Fue en la hospedería donde su vocación tomó forma. Primero llegó como encargada de servicio, llevando alimentos junto a un grupo de apoderados. Años más tarde, tras la pandemia, se le propuso reabrir la casa, que había estado cerrada por casi cuatro años. “Sentí un llamado profundo a volver a ponerla al servicio de mujeres en situación de calle”.
Y lo hizo. Partió sola, con la llave en la mano y sin un peso. Limpiaba, gestionaba donaciones, coordinaba ingresos y voluntarios. “Durante los primeros ocho meses hice de todo. Con el tiempo logré formar un equipo base y pensar más estratégicamente. Hoy sigo muy presente, pero puedo proyectar el trabajo con más visión”.
En la hospedería, cada mujer recibe más que un techo. Recibe escucha, cuidado y un espacio seguro donde reconstruir su vida. Algunas recuperan vínculos familiares, otras encuentran trabajo, y muchas, simplemente, vuelven a sonreír.
“Trabajar por la dignidad de estas mujeres es recordar cada día que todos merecemos ser mirados con amor. Es levantar la voz por quienes han sido invisibilizadas y generar espacios donde se sientan vistas, seguras y valiosas”, comenta con orgullo.
En un país donde la pobreza extrema y la exclusión social tienen rostro de mujer, apoyar a quienes viven en situación de calle no es solo una acción de ayuda: es un acto de justicia. Las mujeres que llegan a la calle lo hacen arrastrando historias de violencia, abandono, desigualdad y dolor profundo. Muchas son madres, otras adultas mayores, la mayoría ha sido invisibilizada durante años. Ofrecerles contención, techo y dignidad no debería ser un gesto extraordinario, sino un deber colectivo.

En ese contexto, la labor de Pamela y su equipo se vuelve esencial. No se trata solo de dar cama y comida; se trata de construir un espacio de acogida real, donde cada mujer pueda recomenzar su historia con apoyo, respeto y amor. Pamela lidera con compromiso, sensibilidad y visión un lugar donde florecen las segundas oportunidades.
“He visto mujeres que llegan rotas y se van de pie, con esperanza. A veces basta con ser mirada, escuchada y tratada con respeto para comenzar a sanar”, afirma Pamela, quien tiene claro que el mayor desafío no es solo la pobreza, sino la invisibilización. Las mujeres en situación de calle enfrentan violencias de todo tipo, estigmas y una ausencia casi total de políticas públicas con enfoque de género. Por eso insiste: apoyar a estas mujeres es construir una sociedad más justa, más humana y más consciente.
Su historia llamó la atención de Fundación Mujer Impacta, que la reconoció como una emprendedora social por su trayectoria, compromiso y profundo aporte social. “Contar con mujeres como Pamela en la sociedad no solo es valioso, es urgente. Mujeres que actúan donde otros miran hacia el lado, que abrazan causas invisibles y que convierten el dolor en una oportunidad de cambio. Reconocer su trabajo es también visibilizar un liderazgo femenino que sana, que construye y que inspira. Porque detrás de cada mujer que se levanta, hay otra que se atrevió a tenderle la mano”, dicen.
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