“Oculté que tenía coronavirus y volvería a callarlo”: Los riesgos de esta decisión

Callar el coronavirus Paula



"Trabajo como enfermera en un centro médico privado y al llegar a mi casa después de completar un turno de 24 horas, pretendía dormir hasta la noche del día siguiente. Estaba tan cansada y angustiada, que no quería despertar por ningún motivo, porque sabía que iba a necesitar reunir fuerzas para volver a trabajar.

Pero esa noche apenas pude dormir tres horas antes de que sonara mi celular a las cinco de la mañana. Era María, una compañera de trabajo, que al otro lado del teléfono sollozaba desesperada y repetía que “no sabía qué hacer”. Me contó que no daba más del dolor de cabeza y que le costaba mucho respirar. Le pregunté hace cuánto tiempo se sentía mal y me respondió que ya llevaba varios días así, pero que no había dicho nada. Ni siquiera me molesté en preguntarle por qué no había avisado a nadie lo que le estaba pasando. Y entendí de inmediato lo que estaba sucediendo.

Una semana antes, María y yo habíamos estado sentadas juntas en la sala de reuniones del centro médico junto a otras 10 personas. Nadie sabía por qué nos habían llamado. “Nada bueno puede haber pasado”, me dijo ella, y tenía razón. Cuando la jefa entro a la sala, encendió su computador y sin decir una palabra, nos mostró el video de una de las cámaras de seguridad. En él, una mujer a la que perfectamente se le podía distinguir la cara, trapeaba la entrada del edificio, sin mascarilla.

Nuestra jefa, con tono de reproche, dijo que le daba vergüenza que sus funcionarios se estuviesen contagiando. Y que si alguno de nosotros se enfermaba, sería nuestra culpa, por no cuidarnos a pesar de que ellos nos habían entregado todos los implementos necesarios. Y así terminó la reunión. Nos informaron que la mujer que hacía la limpieza había dado positivo en el examen de Covid-19, y fue inmediatamente enviada a su casa.

Pasaron algunos días y no volvieron a informarnos de nadie que se hubiese contagiado en el centro. Pero eso no era cierto. Había cuatro funcionarios que presentaban síntomas y nadie se había hecho el examen, porque los jefes no estaban entregando las órdenes médicas que se requerían para ello. Ninguno de los enfermos quería ir a hacer una fila tremenda a la ACHS, dejando de atender a sus pacientes en el trabajo y exponiéndose, solo por una sospecha. Sobre todo, si en nuestro propio edificio, un piso más abajo, era posible realizarse el PCR a costo cero.

Ese día comentamos la situación con mis compañeras, pero yo estaba tan cansada que opté por dejar el lugar e ir a dormir a mi casa. Esa misma noche fue cuando me llamó María diciéndome que estaba segura que estaba contagiada hace días, pero que no quería que le echaran la culpa, ni mucho menos perder su trabajo.

Las horas que vinieron después de ese llamado fueron para conseguir órdenes médicas y hacernos el examen ambas, pero en otro centro médico. De alguna manera, nuestra jefa se enteró y nos llamó la atención, amenazando que si “la Seremi se llegaba a enterar de que estábamos yendo contagiadas a trabajar, podían hasta clausurar el centro”.

Yo no tenía ningún síntoma, más que la debilidad corporal que me acompañaba desde hace días, y que atribuí siempre a la carga de trabajo. Ese día decidí ir a trabajar de todas maneras, porque la situación estaba delicada. No quería que clausuraran mi centro, pero no podía arriesgarme a perder el trabajo, necesitaba ayudar económicamente a mi hermano. Cuando lo llamé para contarle lo que había pasado, volví a escuchar llantos a través del teléfono.

Mi hermano Amador había vuelto recién a su casa en Puente Alto desde la automotora en la que trabaja en Huechuraba. Una hora antes, había estado almorzando con sus compañeros cuando lo llamó su jefe para decirle uno de los funcionarios había dado positivo en el examen por Covid-19. Me contó que era uno de los amigos con los que había estado compartiendo en el almuerzo. Y que su jefe le había explicado que mientras pudiesen ir a trabajar todos debían hacerlo. Contagiados o no.

Lloré con él por teléfono. Mi hermano y su señora viven con sus suegros, ambos adultos mayores y población de riesgo para el virus, además de su hijo de 5 años. Todos teníamos la posibilidad de enfermarnos ahora, incluida yo.

Sentí mucha rabia. Porque como profesional de la salud, le repetí a mi familia una y otra vez que usaran su mascarilla y se lavaran las manos. Pensando que así íbamos a estar seguros. Pero no. Jamás imaginé que la negligencia de otros sería lo que traería el virus a mi círculo más cercano.

Mi hermano dio positivo el lunes en la tarde y no avisó en su trabajo, porque su jefe le dijo que si se llegaba a saber que había dos contagiados, la planta iba a tener que cerrar.

Yo también seguí yendo a trabajar. Mi ingreso por boleta depende de la cantidad de turnos que hago: si no hay turnos, no hay plata. Seguí así hasta que no resistí más. Llegar a la casa ya no era llegar a descansar mi cuerpo, sino a sufrir sola los dolores sin poder pegar un ojo. Sabía que estaba contagiada y que María también lo estaba, pero no fui capaz de hacer nada hasta que no pude levantarme más. Entonces vino mi cuñada y me acompañó a hacerme el examen de urgencia.

Ahora estoy en cuarentena, no tengo idea de lo que va a pasar después de que termine, pero si algo sé es que a pesar de todo lo que viví, si me diera Covid-19 de nuevo, tendría que volver a callarlo".

Adelaida, (30) es enfermera de un centro médico privado de la Región Metropolitana.

El riesgo de esta decisión

El 35,8% de las personas que sospechan que tienen coronavirus pero no han acudido a la opinión de un profesional, asiste al trabajo al menos una vez por semana. El 29,3% de los que ya han sido advertidos de que podrían ser portadores, asiste igual. El 17,9% de los contagiados oficiales, tampoco ha dejado de ir. Todas estas cifras del informe MOVID-19 de la Universidad de Chile y la Mesa Social Covid-19 fueron entregadas el 26 de mayo en un estudio que consultó a 40.000 chilenos, revelan un enorme riesgo.

El mismo informe muestra que “los participantes reportan haber demorado en promedio 7.2 días entre el inicio de síntomas y la confirmación diagnóstica. Si consideramos que las personas pueden ser contagiantes al menos dos días antes de los síntomas, implica que cada persona puede haber estado contagiando a otras por al menos nueve días”. Es una considerable cantidad de tiempo, y Chile acaba de posicionarse en el segundo puesto a nivel mundial de cantidad de casos diarios por millón de habitantes, según datos publicados por Our World In Data de la Universidad de Oxford.

Las razones detrás de este fenómeno son también alarmantes. Siete de cada diez chilenos (69%) consultados en la encuesta de Percepción del Desempleo 2020 de Libertad y Desarrollo teme perder su empleo ahora y el 74% en los próximos tres meses. Mientras que un sondeo de la Mutual de Seguridad afirma que de aquí a noviembre, el 50% de los empleadores piensa que disminuirá su planta de forma oficial.

“Todo apunta a que el miedo por la crisis económica es lo más crudo en este momento, la gente no quiere ganar menos, ni siquiera con una licencia. Sin embargo, hay otro factor determinante, que es que las personas sienten vergüenza y culpa, y eso es producto de la falta de confianza y compromiso entre jefes y empleados”, asegura Felipe Lagos, director de Randstad Proffesionals y autor de la columna Cómo mantener el compromiso de los trabajadores de la misma consultora.

Esa falta de confianza y de comunicación, se ha traducido en que “el malestar social debido a las dificultades para mantenerse en casa esté particularmente en las zonas más vulnerables de Santiago”, dice el informe del Movid-19 (Monitoreo Nacional de Síntomas y Prácticas Covid-19). Por eso Pablo Zenteno, coordinador de diálogo social de la Fundación Fiel de estudios laborales, asegura que “debido a la incertidumbre que se ha generado por las medidas que ha adoptado el gobierno y la cantidad importante de leyes durmiendo en el Congreso, está todo dado para que los trabajadores sientan miedo y quieran ir a trabajar igual”. Felipe Lagos agrega que “está todo tan delicado, que incluso la persona puede callar su diagnóstico porque no es agradable quedar marcado como el responsable del cierre de una faena completa, y si no se está haciendo en los lugares de trabajo de salud, menos se va a hacer en una planta obrera de sectores más vulnerables”.

Todo termina cayendo en una especie de círculo vicioso, pero es difícil encontrar justificación para el actuar de riesgo, como afirma el Subsecretario de Previsión Social, Pedro Pizarro. “El empleador y el trabajador tienen un rol fundamental de entregar cumplir con las órdenes médicas y de la autoridad para sobrevivir a la pandemia. No hay excepciones, ni dobles lecturas. Exponerse, no sólo pone en riesgo su salud y la de su entorno, sino que, además, arriesga sanciones penales”, refiriéndose al artículo 318º del Código Penal que dice que “aquel que pusiere en riesgo la salud pública por infracción de las reglas de salubridad en tiempo de catástrofe, será penado con una multa de seis a veinte UTM”.

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