Por qué no puedo llorar (y por qué es importante hacerlo)
La ciencia asegura que es imposible que los humanos se queden sin lágrimas, incluso después de una larga sesión de llanto. De hecho, la Academia Estadounidense de Oftalmología señala que producimos alrededor de 15 a 30 galones de lágrimas por año y que la mayoría son generadas para lubricar los ojos o eliminar materiales nocivos.
Sin embargo, puede haber algunas excepciones. Aunque la producción de estas podría disminuir a medida de que envejecemos y existan algunos problemas oculares que pueden inhibir su creación, hay quienes jamás han vivido la experiencia del llanto. Se trata de una enfermedad autoinmune que se conoce como Síndrome de Sjögren y que afecta a las glándulas exocrinas, encargadas de la producción de líquidos y secreciones como la saliva, el fluido vaginal y las mucosas del aparato respiratorio. Y que según la AESS (Asociación Española Síndrome de Sjögren) el 0,1% de la población la padece.
Pero también hay quienes, pese a no tener una patología física que los respalde, simplemente no pueden llorar. El problema, aseguran los expertos, es que hacerlo es fundamental para expresar ciertas emociones. “Se trata de la expresión concreta y tangible de lo que pueden ser muchas emociones como la tristeza, impotencia, rabia y hasta felicidad. De hecho, el llanto es una de las primeras herramientas que tenemos los seres humanos para expresarnos y comunicarnos con el resto. Hay estudios pioneros que intentan demostrar que la sustancia que contienen las lágrimas liberan parte del estrés que llevamos en nuestro organismo y que, por lo tanto, tendrían un efecto aliviador”, explica la psicóloga con magíster en salud mental, Antonia Aguirre.
Según la especialista, quienes evitan hacerlo, corren el riesgo de volver a enfrentar esa angustia en el futuro. Es decir, el intento de esquivar esa emoción, termina acumulándola. “Es fundamental encontrar maneras de tramitar nuestros sentimientos ya que silenciarlas –algo muy común a causa del ritmo de vida y las exigencias– no hace más que se acumule como tensión en nuestro psiquismo y que probablemente tarde o temprano se vuelva a hacer presente. Esto pasa, por ejemplo, con las muertes de personas queridas. Si se posterga la experiencia de la pena, años después aparece una tristeza profunda que puede no entenderse muy bien de dónde viene y en psicoterapia se evidencian elementos pendientes respecto a un duelo no resuelto”, dice.
Para el psicólogo clínico de la Universidad Católica, Eduardo Herrera, el no poder hacerlo responde a diferentes razones y una de las principales se relaciona con los roles de género y la vergüenza internalizada que sienten los hombres por las lágrimas. De hecho, según un estudio realizado por investigadores alemanes y publicado por la revista Der Ophthalmologe, las mujeres lloran cuatro veces más que los hombres. Esto quiere decir que, en promedio, ellas lo hacen entre 30 y 64 veces al año, mientras que ellos entre 6 y 17. Además, sólo el 6% de los llantos masculinos acaban en sollozo, algo que en las mujeres pasa en más de la mitad de las ocasiones (65%). “Los hombres que pertenecen a generaciones mayores, desde muy temprana edad se le transmitió constantemente que llorar estaba prohibido y que no correspondía para su sexo. Y cuando te lo repiten tanto, no solo verbalmente, sino que a través de las reacciones del entorno, uno se termina acostumbrando a que cada vez que se tenga esa emoción, hay que controlarla. Eso lo he visto mucho en pacientes y hasta en mí mismo. Lo que termina ocurriendo es que cuando aparece ese sentimiento, no lo dejan fluir de manera natural”.
Pero esto no quiere decir que a las mujeres no les afecte. Eduardo asegura que las inhibiciones sobre el llanto también pueden estar influenciadas por las creencias culturales, sin importar el género. Si una persona viene de un entorno social o cultural donde el llanto no se considera aceptable, es probable que tenga dificultades para expresarse por ese medio. “Otra de las razones, e igual de importante que la anterior, tiene que ver con el tema de la des validación a través del llanto. Algunos jóvenes se crían con la idea de que llorar es malo porque demuestra debilidad y vulnerabilidad, cuando, supuestamente, uno tiene que ser fuerte frente a cualquier problema. Esto provoca una necesidad inconsciente de aguantarse y muchas veces uno lo puede notar en personas que suelen ser más ansiosas o tensas”.
Para ambos especialistas, hay diferencias en la expresión de las emociones, lo importante es darle curso a ese sentimiento, aunque no sea a través de las lágrimas. “Más que llorar, hay que dejar un espacio para la emoción. Vivirla. Porque cuando se canaliza la pena con otras actividades distractoras hay una evitación de la experiencia emocional. Estudios demuestran que esto termina provocando nuevos problemas sicológicos. Lo importante es que haya una conexión con las emociones. Y si no salen lágrimas de manera espontánea, tampoco hay que forzarlas. Mientras se esté viviendo la pena, está todo bien”, concluye Eduardo.
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