Por qué nos cuesta tanto terminar relaciones que no nos hacen felices

Relaciones infelices Paula



Cuando dos personas deciden formar una pareja, se subentiende que ese vínculo debería contribuir a su felicidad y aportar positividad a su vida. Así lo definen numerosos artículos sobre psicología, y es también lo que vivió Alejandra (37) los primeros diez años de relación con el padre de sus hijos. “Durante todo ese periodo todo iba bien, me sentía cómoda y feliz. Además con mi ex construimos una relación con bases sólidas, jamás me habría imaginado mi vida sin él. Éramos de los que hablamos de envejecer juntos. Así lo imaginamos el día que compramos nuestra casa”, recuerda.

Pero empezaron a pasar los años y las cosas cambiaron. “El nacimiento de mi primer hijo marcó el primer cambio. Sin darme cuenta comencé a asumir la carga sola. Mi marido ayudaba, pero no veía la crianza como una responsabilidad de él. Y aunque en un principio eso no me complicaba, cuando nació el segundo, el peso fue más fuerte”, recuerda. A eso se le sumaron los problemas económicos. “En su trabajo las cosas no andaban bien y eso a su vez hacía que él anduviera de muy mal humor y distanciado de lo que ocurría en nuestra casa”, cuenta. Recuerda que lo que más le empezó a afectar fue que sintió que dejaron de ser compañeros, de buscar juntos las soluciones a los problemas como lo hacían años atrás. Y que muchas veces la carga de todo lo que ocurría en la familia se la llevaba ella.

Ese primer distanciamiento fue la puerta de entrada para que Alejandra viera cosas que antes nunca había visto. “Es los últimos años se acentuaron características de su personalidad que siempre había tenido, pero que nos separaron mucho como pareja”, dice. “No sé en qué momento me di cuenta de que no era feliz con él, fue un proceso lento de un par de años, en el que a ratos –especialmente cuando discutíamos o él hacía algo que a mí no me gustaba–, estaba convencida de que a su lado no era feliz; sin embargo, pasábamos un momento agradable en familia y me arrepentía. Pensaba que él estaba en una mala racha y que volveríamos a ser los de antes”, agrega.

Pero las dudas empezaron a ser mucho más frecuentes que las certezas, así que después de casi dos años en esa dinámica, decidió dejarlo. “Creo que mis hijos me hicieron tomar la decisión. Un par de veces los vi llorando por nuestras peleas o metiéndose entre los dos. Ahí entendí que ya no solo nos estábamos haciendo daño a nosotros, sino que también a ellos. Eso fue lo que me hizo clic. A veces creo que si no estuvieran los niños, seguiría en esa relación. Incluso hasta ahora dudo si fue una decisión correcta. Me costó muchísimo tomarla”, dice.

Así como la relación de Alejandra, hay muchas otras que con el paso del tiempo se convierten en relaciones infelices. En casos así, la lógica indicaría que la persona que sufre debería abandonar la relación apenas se da cuenta de esta situación, sin embargo, esto no siempre es así. “Una aclaración que me parece muy necesaria antes de comenzar a hablar de las razones por las que ocurre esto, es que la explicación de un fenómeno tan complejo también debe ser compleja y no reducir las causas a un solo motivo, sino a la combinación de varios”, explica Rosario Covarrubias, psicóloga clínica de adultos y parejas.

Una de ellas tiene que ver con la dependencia y la lealtad. En un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, los investigadores trataron de descubrir si las personas en las relaciones consideran no solo sus propios deseos y necesidades, sino que también los sentimientos de su pareja al decidir terminar una relación. La investigación reveló que las personas mientras más piensan que su pareja es dependiente, son menos capaces de propiciar una ruptura. Y esto se debe –según indican– a que la gente se queda en relaciones infelices para cuidar a su pareja, aunque esté poniendo de lado sus propias necesidades. “Cuando las personas percibieron que su pareja estaba altamente comprometida con la relación, eran menos capaces de separarse”, dijo la psicóloga Samantha Joel, una de las autoras del estudio.

Rosario Covarrubias dice que también puede entrar en juego la propia dependencia emocional. “Ciertas personas requieren de una relación o un vínculo con un otro para sentir estabilidad emocional. Sientes que no puedes contenerte a ti mismo en las dificultades que te toca vivir y que tienes que aferrarte o apoyarte en otro. Esto podría llevar al autoengaño con respecto de lo propios sentimientos, porque prima mi necesidad de estar en pareja”, dice.

La dependencia emocional se asocia entonces al miedo a estar solos y esto a su vez nos lleva a sentir miedo a los cambios. “Tiene mucho que ver con las inseguridades propias, los temores que uno arrastra. Miedo, por ejemplo, a no ser capaz de atraer nuevamente a una persona o establecer una relación nueva”, dice Covarrubias. Pero no solo eso. “Influye también la cantidad de estresores que pueda tener una persona. En esta época de pandemia, por ejemplo, muchos tienen miedo a perder el trabajo o ven el futuro inestable. Cuando eso pasa, no quieres enfrentar más cambios y te aferras a los que tienes estable”, agrega.

Y concluye: “Todo esto depende de cada persona. Hay algunos que tienen mucha confianza en su capacidad emocional para enfrentar cambios tan importantes como una separación. Pero hay otros a los que los desestabiliza demasiado y en esos casos prefieren mantenerse en una relación aunque sientan que no los hace feliz”.

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