Qué tan cierto (y recomendable) es que los polos opuestos se atraen
En 1995 el biólogo e investigador suizo Claus Wedeking realizó un estudio conocido coloquialmente como el Sweaty T-Shirt Experiment (experimento de la camiseta sudada) en el que determinó que nuestras preferencias, al momento de elegir una pareja, dependen en gran medida de la histocompatibilidad humana. Es decir, de nuestra composición genética, cuya percepción se puede lograr mediante el olfato.
En la investigación, se le entregó a un grupo de 50 hombres unas poleras de algodón con las que tuvieron que dormir durante dos días seguidos sin ducharse ni usar ningún tipo de desodorante o perfume que alterara el olor corporal. Luego, esas camisetas fueron recopiladas en cajas de cartón y expuestas frente a un grupo de 50 mujeres. Se les pidió que las olfatearan y que definieran por cuáles sentían una mayor atracción, siguiendo los criterios de sensualidad, ternura e intensidad. Los resultados revelaron que las mujeres se sentían más atraídas por las poleras de hombres cuya carga genética (o complejo mayor de histocompatibilidad) era más diferente al de ellas.
En el campo del magnetismo no hay duda que los polos opuestos se atraen. ¿Pero qué pasa con los vínculos interpersonales? ¿Nos gustan más, efectivamente, las personas que son más distintas a nosotros? La respuesta es compleja, pero los especialistas parecieran estar de acuerdo en que la mayoría tendemos a entablar relaciones con personas de características similares –características educacionales, de edad, nivel sociocultural e incluso apariencia física– pero esto de debe, principalmente, porque sociabilizamos con personas parecidas a nosotros, con las que nos sentimos identificados y en los que podemos proyectar ciertos rasgos de familiaridad. Y el rango de diversidad es reducido.
Dicho eso, según aclara la psicóloga y Jefa de la Unidad de Parejas y Sexualidad de la Red de Salud de la Universidad Católica, Gianella Poulsen, también es cierto que los polos opuestos tienden a compatibilizar. “Hay una primera base que es biológica; solemos encontrar un atractivo en aquellos que tienen un código genético diferente al nuestro. Y eso, a su vez, es fundamental para la preservación de la especie, porque si las personas tuvieran un código genético muy similar entre sí, todos los genes recesivos se harían dominantes”, explica. “Esa diferenciación genética hace que dos personas de entornos muy disímiles y con procesos de adaptación distintos, le transmitan a sus hijos los genes dominantes de cada clan, entregándoles más herramientas”.
Por otro lado, como explica la especialista, en términos relacionales las personas tienden a elegir en base a la posibilidad de complementar. Muchas veces alguien extrovertido elige a alguien introvertido, por ejemplo, para hacer de esas diferencias una suma. De hecho, el psicólogo clínico e investigador estadounidense John Gottman, quien lleva cuatro décadas estudiando a qué se debe la estabilidad conyugal en relaciones de larga data –junto a su esposa Julie Schwarz y a través del Laboratorio del amor que fundaron juntos, han analizado a más de 3.000 matrimonios–, plantea que las relaciones que son más felices y duraderas son las que asemejan y sostienen que un 69% de las diferencias con sus parejas no tienen solución.
Como explica Poulsen, las diferencias pueden existir, el punto es cómo se manejan. “Los estudios muestran que las parejas felices buscan mecanismos para que esas diferencias sumen. Es decir, cada uno toma lo mejor del otro. El problema se da cuando las personas dejan de aceptar o legitimar las maneras diferentes del otro y lo que sumaba empieza a restar. Las relaciones entre opuestos probablemente aprenden a legitimar las diferencias del otro antes. Este es un proceso por el que deberías pasar todas las parejas; reconocer quién es uno y legitimar al otro. Pero los opuestos se ven invitados a vivirlo antes” dice.
La psicóloga y terapeuta de parejas, Daniela Werner, explica que lo que pasa con muchos de estos proverbios y refranes que han sido tan naturalizados en el colectivo es que se les suele atribuir más importancia de la que tienen. “Hay algo de cierto en esto, pero no deberíamos ser absolutistas con esta premisa. Efectivamente, lo opuesto añade misterio y lo desconocido se asocia a un posible aporte por parte de otro, pero no significa que todos los opuestos se atraigan o que los opuestos que se atraigan perduren”, aclara.
Para que las relaciones perduren, según explica la especialista, tiene que haber atracción, sin duda, pero también otros componentes como que exista cierta familiaridad, consensos y maneras de comunicarse. “Oscilamos entre ambas situaciones y buscamos que estén en una sola persona. En ese sentido, efectivamente hay interés hacia lo desconocido o lo que nos es ajeno, pero también buscamos una sensación de familiaridad que reconozcamos”, explica.
La especialista agrega que los dichos que se han instaurado como premisas tienen una función clave: simplificar ciertos aspectos de las relaciones. Y este en particular ha perdurado porque incorpora el elemento de la novedad y lo desconocido. Pero también porque nos permite asimilar –o hacer más asequibles– las complejidades de las dinámicas de pareja. “Uno podría encontrar en estos dichos la justificación a situaciones que son dañinas para nosotros. Dentro de los riesgos está el hecho que podemos estar con alguien con el que realmente no compatibilizamos y descansar en que los polos opuestos supuestamente se atraen. Lo importante, por eso, es saber que si bien hay bastante de cierto en esto, no es algo absoluto”.
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