Creo que muchas mamás me van a entender: hay un antes y después en la vida luego de que nace el primer hijo o hija. En el caso de las familias que adoptan, hay una clara diferencia en la vida una vez que llega a tu vida ese nuevo integrante para criar y amar. Es muy loco lo que pasa. Cuando nació mi hija mayor, se me olvidó cómo era vivir antes. Cómo era dormir de corrido, cómo era no tener que amamantar a cada rato y cómo era vivir sin ella pegada a mi cuerpo.

Es como si pasáramos de ser personas individuales a entes colectivos. Mi mano termina cuando empieza la suya, y yo no soy sin ella, aunque la estamos educando para que eventualmente ella sí pueda ser sin mí. Porque con mi marido queremos que la Elena pueda hacer su vida, tan dependiente o independiente de mí como lo decida, pero yo nunca voy a dejar de ser la mamá de. Es algo que me va a marcar, que empezó el día que nació, se duplicó cuando nació su hermano y que me va a acompañar hasta que me muera.

Es interesante cómo después del nacimiento la identidad individual se vuelve difusa. Primero en el hospital, cuando pasas a llamarte “mamita”, y luego cuando entran al jardín. Si la voy a buscar, las educadoras de párvulos se avisan que llegó “la mamá de”, y si me ven otros niños saben que soy la mamá de esa niña. Y la verdad es que no me molesta tanto como alguna vez pensé que me podría molestar. Pero eso es gracias a que con el tiempo, a medida que mis hijos han ideo creciendo, he podido retomar mi vida, solo que esta vez con ellos como extensión de mis manos.

Y cuando digo retomar, no me refiero a que volví a ser la que era antes, porque eso nunca va a pasar. Me refiero a que ahora no me dedico tiempo completo a mantenerlos vivos y limpios, sino que también hago otras cosas: algunas por nuestra familia, obviamente, pero otras solo por mí. Hago ejercicios casi todos los días, trato de hacer lo mejor que puedo en mi trabajo, trato de ser una buena pareja, de leer sobre temas que me interesan, de mantener relaciones saludables con mis amigas y, qué se yo, todo lo que también hacen las mujeres que no son mamás.

Pero para el mundo, el título de mamá es siempre el primero. Si tengo pega, soy una mamá que trabaja. Si hago deporte soy una mamá fit. Si me gusta el yoga soy una mamá yogui. Incluso si me gusta tomar vino, hay un grupo de Facebook para esas mamás. Lo sé porque estoy adentro. Incluso cuando mis amigos organizan una fiesta se la piensan dos veces antes de invitarme, ya que suelo cancelar. Porque soy mamá.

El tema es que en estos años me ha sorprendido de que no necesito demostrarle a nadie que no soy solo la mamá de mis hijos. No me interesa. Yo me valido en demasiados ámbitos de la vida como para necesitar que me validen también los demás.

Porque no me molesta, porque me gusta. No es como una vocación ni es como un hobby, es parte de mi vida. Amo ser mamá de mis hijos, y aunque son tantas las cosas que hago por mi, sé que hacerlas me hace una mejor mamá para ellos. Una mujer que se preocupa de sí misma es una buena mamá, sin lugar a dudas.

Yo soy la mamá de. También soy muchas otras cosas, para muchas otras personas. Si a los demás les interesa ver a esa otra mujer en mí, bien. Y si no, pues no tengo ningún problema.