Violencia sexual en el matrimonio: Un mecanismo de control

Sin consentimiento Paula



Durante los últimos cinco años de su matrimonio, la sexualidad de Marcela (36) fue igual. Llegaba la noche y cuando su marido tenía ganas –en promedio cuatro veces a la semana– se iba a acostar al mismo tiempo que ella, se sacaba la ropa, le pedía que le hiciera sexo oral y luego tenían sexo durante algunos minutos hasta que él lograba terminar. “No había violencia implícita, es decir, no me forzaba físicamente. Pero sí tengo que reconocer que nunca me negaba para no tener problemas. La mayoría de las veces yo no tenía ganas, pero cuando pasaban más de dos días en que no teníamos relaciones sexuales, él se enojaba. Terminábamos peleando y al día siguiente la relación era distante”, cuenta.

No recuerda muy bien en qué momento el sexo con su marido dejó de ser placentero. “Creo que después del nacimiento de mi hijo las cosas cambiaron. Yo dormía poco, estaba cansada y agobiada con la maternidad, pero él no lo entendía. Me decía que me estaba poniendo fome y se cuestionaba si yo lo seguía queriendo. Y no era que hubiese dejado de quererlo, simplemente ya no podía seguir con la misma frecuencia. Además, de cierta manera, sentía que todo era injusto. Cuando llegaba la noche me encargaba sola de toda la rutina de mi hijo, le daba la comida, lo bañaba y lo acostaba. A las nueve de la noche estaba cansada y solo quería dormir. Mi marido, en cambio, había estado en su escritorio escuchando música y relajándose un rato”.

Consciente de que esto empezó a ser una constante, Marcela empezó a cuestionar qué iba a pasar en la relación. “No quería terminar separada y por eso decidí que tenía que ‘hacerme’ las ganas, porque si no lo hacía, él se iba a aburrir”. Así fue como pasó muchas noches peleando contra el sueño para poder cumplir con “su rol de esposa”. “A veces para que no fuera todo tan mecánico le proponía ver alguna película erótica, pero a mí se me cerraban los ojos del sueño y al verme así, se enojaba. Por eso es que finalmente accedí a esa suerte de rutina en la que el sexo era cuándo y cómo él quería, mientras que yo solo deseaba que pasara rápido para poder dormir”, cuenta.

Esta rutina se mantuvo durante años. En ese tiempo, Marcela nunca le contó a sus amigas porque aunque había normalizado esto de “prestarle su cuerpo a su marido” para que la relación no se viera afectada, confesarlo la avergonzaba. Cada vez que sus amigas hablaban de sexo, ella evadía. Hasta que un día lo conversó con una que la incitó a hablarlo con su marido. Le dijo que la comunicación en la pareja era importante y que no podía ser que ella no estuviera cómoda con algo tan relevante como el sexo. Pero cuando lo habló, las cosas empeoraron. “Me hizo sentir tonta, porque, según él, estas eran ideas que me metían mis amigas en la cabeza. Además, me dijo que no podía creer que estuviera fingiendo tener buen sexo con él, que eso le dolía mucho. Me dijo también que quizás me estaba poniendo frígida”.

Después de esa discusión no se hablaron en dos semanas y luego retomaron la misma rutina. Las palabras de su marido la insegurizaron a tal punto, que Marcela terminó convenciéndose de que era fome en la cama. Incluso llegó a pensar que quizá él tenía razón y realmente era frígida.

A mediados del año pasado su matrimonio finalmente se acabó, luego de que su marido la dejara por una nueva relación. “Es rara la sensación, porque si bien el motivo principal para ceder tanto en el matrimonio era el miedo a perderlo, cuando se fue sentí alivio”. Después de recuperarme de la ruptura, en marzo de este año por primera vez tuvo sexo con otro hombre y según cuenta la historia fue otra. “Yo que pensaba que podría vivir sin tener sexo el resto de la vida, me di cuenta de que esa negación tenía que ver con la experiencia que estaba viviendo. Pero redescubrir el placer me hizo sentirme segura, joven y viva”.

Así como Marcela, muchas mujeres a diario viven lo mismo. Según un informe de Miles Chile con datos de la Fiscalía Nacional, en 2016 se denunciaron 389 delitos sexuales dentro de la familia, número que creció a 451 en 2017. En el informe se explica que las denuncias que llegan a Fiscalía suelen ser aquellas comprobables que involucran violencia física, pero la violencia sexual en su amplio espectro, es la más difícil de identificar, a pesar de que creamos que es la más visible. Así lo explica Ignacia Veas, psicóloga y Coordinadora del área de salud psicosocial de Miles Chile. “El imaginario que tenemos de una agresión sexual o una violación es súper estereotipado. Escuchamos la palabra violación e inmediatamente imaginamos un callejón oscuro, con un hombre viejo, depravado, que asalta a una niña joven. Sin embargo, cuando el relato da a conocer otros escenarios, otro tipo de personajes y relaciones, siempre se cuestiona. Y no solo lo cuestiona la sociedad o la justicia, también lo cuestiona la mujer que lo vive, porque nosotras también tenemos ese imaginario”, explica.

Janet Noseda, psicóloga especialista en género y diversidad sexual, concuerda: “Cuando los abusos sexuales o violaciones se dan en relaciones de supuesto afecto, cuesta percibirlos como lo que son. Las mujeres tienden a creer que dentro de la relación afectiva estable no existe la posibilidad de negarse a tener relaciones sexuales con absoluta comodidad y normalidad. Al contrario, sienten que lo normal es tener relaciones sexuales, aunque muchas veces no quieran”. Y esto tiene que ver con nuestra educación sexual. “A las mujeres se nos enseña una sexualidad centrada en complacer al otro, en hacer que el hombre disfrute, en atraerlo. Nunca se nos enseña centrada en nuestro placer, en lo que nos gusta o necesitamos”, agrega Veas.

Mecanismo de control

Según cifras de la OMS, 1 de cada 5 mujeres han sufrido violación o abuso sexual por parte de una pareja estable y del total de abusos sexuales y violaciones, las víctimas son mayoritariamente mujeres. Según la psicóloga Noseda, esto se da especialmente en sociedades machistas como la nuestra. “Suena increíble, pero en Chile hasta el año 2005, el que la mujer no accediera a tener relaciones sexuales en el matrimonio era punible y razón de exigir el divorcio. Es decir, existía una obligatoriedad de la mujer a tener relaciones sexuales para reproducirse”, dice.

No es necesario que exista violencia física o penetración para hablar de violencia. “La relación de pareja sana se caracteriza en primer lugar por el amor, el cual nunca va de la mano con agresiones. El amor no maltrata, no humilla y no obliga a hacer nada que la persona no quiera, pues existe respeto por su voluntad. En una relación saludable, entre personas adultas, cada quien sabe que no es dueño de la otra persona, que pueden sentirse confiadas de decir que no sin que ello termine en conflicto o insistencia. En el amor hay respeto por la otra persona como un ser humano digno, hay comunicación y escucha. No son aquí plausibles las manipulaciones para tener sexo, los ruegos –aunque parezcan en tono simpático–, las insistencias, los reclamos o el achacar a la mujer algún tipo de enfermedad por no tener ganas”, agrega Noceda.

Si esto ocurre, se habla de un mecanismo de control. “Cuando un hombre se enoja porque su mujer no quiere tener sexo con él, lo que hace es plantear la relación como un sistema de intercambio: tú me das, para yo poder darte tranquilidad”, explica Veas. Cuestión que es mucho más compleja en mujeres que se encuentran en una situación de vulnerabilidad. “Las mujeres se sienten presionadas a tener relaciones sexuales con su pareja aunque no sientan deseo de tenerlas porque sino el hombre las puede agredir, quitar el dinero, violentar psicológicamente e incluso a agredir a sus hijos”, agrega.

Por eso es importante enseñar sobre el consentimiento. Veas añade que “para que sea consensuado ambas personas deben estar de acuerdo en tener relaciones sexuales, todas y cada una de las veces, de forma sana y consciente. Eso significa que cuando conozco a alguien y decidí darle un beso, esa persona tiene que entender que no estoy aceptando tener una relación sexual; y en el caso del matrimonio, si decidí casarme y compartir mi vida con, lo que estoy consintiendo es tener una pareja única, no estoy consintiendo todas las relaciones sexuales de aquí a la eternidad”. Y concluye: “El consentimiento es algo que se da de forma sincera, directa y de acuerdo a los deseos y necesidades de cada persona. Cada vez y sin presiones”.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.