LA PREGUNTA

“El año pasado mi marido cayó en una depresión profunda cuando se quedó sin trabajo. No fue de un día para otro, pero de a poco comencé a ver que dormía mucho, andaba irritable, sin ánimo y muy pesimista. Luego vino la cuarentena y la cosa se agravó, porque vio que sus posibilidades de salir adelante eran más lejanas. Comenzó con un tratamiento con fármacos, pero aún así no veo cambios. Ya son varios meses y lo que más me preocupa, además de él, obviamente, es qué pasa con nuestros hijos, porque son chicos y sé que de alguna manera esto les puede estar afectando”.

Constanza Gómez, 39 años.

LA RESPUESTA

El doctor Sheehan Fisher, de la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad de Northwestern, en Chicago, encabezó una investigación en la que corroboró cómo las emociones de los padres afectan directa y profundamente a sus hijos. Durante la investigación observó a 200 parejas con hijos de tres años de edad y descubrió que la depresión de la madre o del padre durante los primeros años de crianza aumentaba el riesgo de que una niña o niño sufra ansiedad y tristeza, adopte actitudes violentas y mienta. A nivel local, una publicación de la Revista Médica de Chile que estudió la salud mental de hijas e hijos de madres deprimidas consultantes de la atención primara en la ciudad de Santiago, determinó que estas niñas y niños presentan una alta prevalencia de problemas conductuales y emocionales (49,8%).

Según la psicóloga infanto juvenil Rocío González, esto se debe a que “una persona con depresión, especialmente si hablamos de una depresión profunda, mantiene distintos tipos de sentimientos como tristeza, ira, frustración y desesperanza, y por tanto el discurso de esa persona se vuelve más negativo. A eso se le suma la inestabilidad emocional y el desánimo, lo que puede llevar a que se desarrollen más fácilmente discusiones familiares y esto está siendo observado constantemente por las niñas y niños independiente de su edad”.

El problema –agrega– es que las niñas y niños aprenden a través del modelamiento. “Si ven a sus padres todo el tiempo discutiendo o a uno de ellos con un lenguaje negativo sobre sí mismo o con un relato desalentador, probablemente esos discursos los va a ir adquiriendo dentro de su propio lenguaje. Esto, porque los pequeños entienden los conflictos y se involucran en ellos”.

Otra razón es que los menores suelen validarse a través de la conexión que generan con sus padres y por tanto si esa conexión no está funcionando, puede haber consecuencias en su autoestima y en sus conductas. “Si una mamá o un papá no está siendo capaz de ver a su hija o hijo –que es lo que puede ocurrir en el caso de adultos con depresión– es probable que esa niña o niño busque la manera de llamar su atención, de sentirse parte de un grupo familiar en el que percibe que algo pasa”.

Por eso, explica la experta, es muy importante que ese adulto busque ayuda a tiempo, es decir, antes de que el resto del grupo familiar se vea afectado. “Lamentablemente en estos casos la responsabilidad cae en el otro adulto ‘sano’, porque es él o ella quien debe tomar las riendas de la situación y ayudar a su pareja a buscar apoyo profesional”, dice González. Y agrega: “Esa persona va a tener que empoderarse de la situación, lo que implica un gran desgaste. Por eso es bueno que también busque apoyo profesional ya que va a tener que ser el sostén emocional de sus hijos”.

Por último, es importante detectar hasta cuándo se puede mantener una situación así, sin afectar a las niñas y niños. “Acompañar a una persona con depresión puede ser muy duro, y en ese sentido hay que estar alerta a las señales que puedan evidenciar que la cuidadora o el cuidador se está viendo afectado. Una terapia familiar también puede ayudar a que todo el grupo se entienda y se sienta acompañado”, concluye Rocío.