Es el diseñador de moda chileno que ha llegado más lejos en el extranjero y, en nuestro país, de los que despierta mayor respeto. Octavio Pizarro se ha hecho un nombre a punta de logros y cero chimuchina. Tras casi dos décadas radicado en París puso un pie en Chile. No hace mucho instaló una pequeña boutique en el piso siete de un amplísimo departamento en la comuna de Vitacura, donde también vive cuando está por estos lados. Allí ha iniciado una nueva etapa, dejando atrás sus viejos anhelos de trabajar para una casa de modas de fama mundial, como lo hizo brevemente en Guy Laroche, luego en Jacques Fath y Scherrer. Hoy, Pizarro vuelve a sus raíces, porque es difícil la competencia allá afuera, en la despiadada jungla de la moda, pero también porque escapar de los orígenes es pelea perdida.

"Trabajé durante 10 años para otras marcas, cuando era joven y estaba creciendo. Delegué parte de mi personalidad creando para otros y hubo un momento en que tuve que mirarme para ver quién era, qué quería hacer y cuál era mi punto de vista sobre la moda. Allí aparecieron las raíces. Eso coincidió con la crisis económica mundial. Entonces decidí que haría accesorios e investigaría materiales chilenos y latinoamericanos".

Así lo ha hecho y hoy en su catálogo conviven chaquetas, vestidos y blusas con carteras de cuero y piel, y echarpes de alpaca intervenida con detalles metálicos, piedras o cristales, como los que eligió el gobierno entre los regalos de la gira de Sebastián Piñera y Cecilia Morel a Europa y el Medio Oriente, y que ahora forman parte de los clósets de la reina Sofía de España y Rania de Jordania.

La biografía de Octavio Pizarrro es la de un tipo que siempre supo lo que quería hacer, certeza que también tenían todos quienes lo rodeaban. Un amigo de su infancia y adolescencia viñamarina cuenta: "De chico, mientras los demás jugábamos fútbol y andábamos cochinos, él estaba impecable, pero sin ninguna marca identificable fácilmente. Y dibujaba mujeres delgadas con unos vestidos espectaculares. A mí me provocaba envidia la seguridad vocacional que tenía".

Una vocación que quedó registrada en su anuario de cuarto medio del MacKay, tradicional colegio de hombres y semillero de rugbistas de la Quinta Región. Allí, bajo su nombre completo –Octavio Pizarro Vizcarra– aparece una mujer dibujada y un breve texto sobre moda escrito por él. Sólo una vez tuvo dudas y fue cuando pensó que podría dedicarse a la pintura al óleo. "Era bien clásico y me gustaban los retratos, pero no hubiese llegado a ninguna parte, a lo más a la Plaza de Armas", afirma.

Pero llegó a París, en 1994. A los 18 pisó la ciudad con la que siempre había soñado. La ciudad con la que fantaseaba cuando del colegio se iba en micro, por el camino costero Reñaca-Viña, hasta la pequeña Librería Francesa de la Galería Cristal donde compraba Vogue. Eran los 80, con el reinado de Claude Montana y Thierry Mugler. "Llegué a París y sentí que era allí donde pertenecía. Me colé para ver mi primer desfile de Yves Saint Laurent.

Estaba con la María Gracia Subercaseaux, quien sí tenía invitación, y yo le rogué al guardia que me dejara entrar. Cuando sobre la pasarela apareció Katoucha, la musa de Saint Laurent, yo me puse a llorar de la emoción. Ahí me dije 'voy a trabajar y vivir acá'".

"Diseño para una mujer como Catherine Deneuve en Belle de jour: burguesa de día y mundana de noche. Me gustan las mujeres exitosas y con poder. En Chile mis clientas son profesionales con unas personalidades salvajes, que viajan harto, casadas con empresarios".

La mujer yegua

¿Cuál es tu ideal de mujer, para la que diseñas?

Después de mucho tiempo, llegué a uno. Es el personaje de Catherine Deneuve en Belle de jour, de Luis Buñuel: burguesa de día y mundana de noche. Es una mujer que puede tener un carácter brutal, ser una yegua y, al mismo tiempo, totalmente dócil. Me gustan las mujeres exitosas y con poder. No me interesan las sumisas. Un buen ejemplo es Alexandra Marnier, dueña de Casa Laspostolle y una de mis mejores clientas. En un cóctel ella es la más delicada de todas, pero en la oficina puede ser la más dura.

No sólo un personaje cinematográfico, sino dos mujeres de carne y hueso han marcado el gusto de Octavio Pizarro: su abuela materna y su madre, ambas de carácter fuerte y piezas fundamentales del matriarcado en el que creció y educó el ojo. En su familia de abogados abundaban las antigüedades adquiridas en remates por su padre, se escuchaba el ruido de la máquina donde la costurera hacía toda la ropa femenina y circulaba una abuela de peinado y joyas imponentes, que en invierno salía con abrigo de piel. "Ella era judía, rusa-rumana, y se convirtió al catolicismo para casarse con mi abuelo. Era muy exuberante en su personalidad y, por razones culturales, en su look. Yo, de alguna manera, peleo constantemente contra mi ADN y esa estética recargada. Todo el tiempo tengo una pelea entre agregar y limpiar".

Esas dicotomías –la de la mujer fuerte y sumisa; la del exceso y la simpleza– se evidencian en sus diseños. Como el abrigo negro de angora con aplicaciones de metal que cuelga en una esquina de la sala.

¿Cómo son tus clientas en París?

Allá tengo una relación más distante con ellas, ya que vendo en tiendas multimarcas y también vendo piezas para Dior. Pero una vez al año –la primera semana de diciembre– hago una venta yme encuentro con mis clientas. Son mujeres que trabajan, mujeres que compran en Prada, Yves Saint Laurent, Céline y Chloé, pero no son necesariamente fashionistas, que es un tipo de compradora que no me interesa mucho. Puede ser lindo verlas, pero no representan la realidad.

Pero los diseñadores viven de las adictas a la moda.

Sí, puede ser, pero no me parece elegante una mujer que anda llena de marcas.

¿Lo consideras vulgar?

No se trata de eso, pero creo que es mucho más llamativa una mujer con estilo y no me parece que sea estiloso mirar una página de una revista y copiar esa tenida armada por una editora de moda. Sí respeto a las expertas como Carine Roitfeld y Emmanuelle Alt (ex y actual directora de Vogue Francia, respectivamente) que tienen una cultura de moda increíble y apuestan por algo. Ellas proponen.

Eso de andar mostrando la marca de arriba abajo puede interpretarse como inseguridad o arribismo, ¿no te parece?

Totalmente. Lo que pasa es que en Chile la sociedad es muy chica y aislada. En Europa hay más cruces y, de alguna manera, la forma de representar tu éxito profesional tiene que ver con lo que te pones, especialmente en zapatos y carteras. Las mujeres reconocen al detalle cuánto invertiste en eso, si lo que vistes es de una colección nueva o pasada. Son códigos sociales y económicos muy importantes. Las grandes marcas sacan una cartera por temporada, que es el ícono; que las usan las súper estrellas de Hollywood y se transforma en objeto de deseo y estatus.

¿Y en Chile, cómo son las mujeres que compran tus diseños?

Tengo clientas y clientas-amigas. Mujeres que primero llegan a comprar y luego la relación se traspasa a lo personal y termino conociendo a sus maridos. Son mujeres profesionales y con unas personalidades salvajes; mujeres que viajan harto; casadas con empresarios importantes.

Coincidencia de aquellas y llega una de esas clientas. Periodista, estudiante de Derecho y casada con empresario. Se pasea sobre unos tacos de al menos diez centímetros de alto, short negro y cartera de marca recién adquirida en un viaje a Europa. Tiene menos de 40 años y hace más de cinco que sigue el trabajo de Pizarro. Toca telas, se prueba, comenta, se mira al espejo y sabe a la perfección de materiales y técnicas. Una especialista.

Santiago, un baño

Sólo en contadas ocasiones Octavio Pizarro ha comentado moda en la televisión o vestido a figuras televisivas. Primero fue Nicole, con ese smoking con que se paró en el escenario de la Quinta Vergara a mediados de los noventa. Luego Cecilia Bolocco, que usó uno de sus diseños para el lanzamiento de su estelar en Mega; María Luisa Godoy, en el pasado Festival de Olmué y, más recientemente, Eva Gómez que cerró el Festival de Viña con dos de sus creaciones, una de ellas un singular conjunto de chaqueta con escote y una pollera de plumas, todo en negro.

En Chile hay diseñadores que ya son parte del espectáculo.

Sé hacer mis relaciones públicas y controlo bien mi imagen. A mis clientas les gusta la confidencialidad de nuestra relación y que yo no esté sobreexpuesto. No me gusta la televisión chilena, ni su aporte. Estoy acostumbrado a la calidad de la televisión francesa, de cuya estética sofisticada y contenidos aprendo muchísimo. Y que mis cosas aparezcan o no en la televisión chilena no tiene mucha relevancia. Sí me importa la prensa afuera: que mis cosas salgan en revistas y en los blogs de moda. Me importa existir allá, porque el mercado es demasiado difícil.

Vamos a la calle. La mujer chilena versus la francesa. Comparación odiosa, pero entretenida.

Son dos mundos completamente distintos. París tiene una larga historia del lujo, no sólo en la moda. Es el perfume, la decoración, las artes, la arquitectura. Y eso está presente en cada francés, en su manera de andar y de vestir. En Chile, como en otros países latinoamericanos, las clases sociales son muy marcadas y eso se nota en lo económico y en lo físico debido a factores como la alimentación. Suena duro, pero es la realidad. No es lo mismo la gente que ves en el centro de Santiago que la de un cóctel en una embajada o en el Hotel W.

¿Las chilenas con poder adquisitivo hacen buenas opciones de compra?

Chile no es un país de gusto. Basta ver en lo que se transformó Santiago. No es una ciudad fea; es limpia, pero tiene cero estilo. Parece un baño, de una pulcritud total. Pasa lo mismo con la ropa. Igual hay mujeres chic. Por ejemplo la Soledad Errázuriz, dueña de una elegancia natural. Llega de jeans y con la camisa de su marido amarrada y se ve espectacular. Son mujeres raras en el contexto chileno, donde hay una estética muy del sur de Europa, del Mediterráneo o de Los Ángeles, California: la platinada con el escote y la pechuga. Muy obvio. La francesa es lo opuesto. No va a la peluquería todos los días, no se maquilla, anda de negro o de gris.

"Pero tampoco son comparables, porque las ciudades son distintas y las luces son distintas. Y eso es muy importante. Son otras fisonomías, otros colores de piel, otra alimentación y maneras de vivir. En París las mujeres caminan todo el día; aquí se suben al auto y bajan del auto. Y yo me divierto con eso, porque tengo que trabajar con dos concepciones muy distintas del gusto. Si hago algo con mucho color y se lo muestro a una clienta en París, por lo general no gusta y me dice 'es que eso es muy latino'".

¿A qué crees que obedece que los diseñadores chilenos se queden en la categoría de independientes y nunca den el salto?

Es por el híper liberalismo. Por un lado está el éxito económico del país, se habla más de Chile fuera, ya se sabe que no está en África. Pero ese crecimiento ha afectado a la industria local. En el retail la ropa que se hace en China no vale nada. Eso se come a todos los diseñadores pequeños o que intentan emerger. Tampoco hay fábricas de telas. No están ni los Yarur ni Bellavista Oveja Tomé. Puedes tener una excelente costurera para hacer un vestido a medida, pero si quieres hacer una colección no se puede: no hay buenas máquinas, no hay dónde comprar telas ni buenos talleres.

¿Algún diseñador chileno nuevo que te llame la atención?

Lamentablemente no los conozco.

Las tendencias

Es fuerte eso de "las tendencias". Todos hablan hoy del nude, por ejemplo.

Son tendencias que nacen y de a poco se van instalando con más y más fuerza. Es un proceso que está marcado por dos eventos fundamentales: la alta costura, especialmente los desfiles en Francia, y la feria textil Première Vision de París. Y por lo que dicen las redactoras de revistas como Vogue y las blogueras. El nude lo estoy viendo hace tres o cuatro años. Pero, creo que cada vez hay menos tendencias.

¿A qué te refieres?

Hoy vemos lo que se denomina el neo minimalismo, que es lo que hace Céline con el trabajo de su diseñadora Phoebe Philo, referente obligado de las redactoras de moda. Pero también está el barroco de Alexander McQueen y de Jean Paul Gaultier, y el look de los 70 que desarrollan varias casas de moda. No hay una sola tendencia que predomine y la mujer puede mezclar jeans con una chaqueta con un toque setentero. No hay un total look y mejor que así sea, porque es atroz.

Cómo explicas la relevancia que ha adquirido el minimal chic. Lo vemos en las revistas, en la alfombra roja… Muy austero y recatado.

Los países desarrollados vienen saliendo de una crisis económica que no se veía desde 1930 y eso claramente influye en la moda, en el espíritu o ánimo. Hacer un vestido minimalista es mucho más barato que hacer otro con más trabajo. Uno como diseñador gana más plata con el minimalismo. Y, por supuesto, la moda requiere renovarse para producir la necesidad de comprar. De ahí que las marcas estén todo el tiempo inventando nuevos accesorios, renovando estilos.

¿El boom de los accesorios también es sintomático?

Absolutamente. No es nuevo, pero cada vez es más fuerte. Las marcas viven de los accesorios, del maquillaje y de los perfumes, no de la ropa. Una mujer de clase media no se puede comprar una chaqueta de dos mil dólares, pero sí un par de anteojos Chanel que cuestan 300 dólares. De todos modos queda feliz porque, al menos, puede lucir sus anteojos Chanel.