Once largos meses
Desde que era chica mi sueño era ser mamá de muchos hijos. Estoy felizmente casada hace dos años y soy muy afortunada de tener un hombre cariñoso a mi lado, que me sabe contener, leer y entender mis estados emocionales. Tengo una familia grande, muchos hermanos y hermanas y unos papás increíbles. También tengo una profesión que amo y estoy rodeada de gente maravillosa.
Soy del tipo de mujeres que tiene casi todo planeado, soy muy autoexigente e intento controlarlo todo. Era, incluso, de las que tenía la lista de invitados a mi matrimonio cuando aún mi marido no me lo proponía. Lo mismo con la maternidad: tenía claro que al momento de tener hijos no nacerían en verano porque pensaba que era una fecha de vacaciones y que pocos recuerdan. Siempre imaginé que eso se podía planear.
Con mi marido anhelábamos ser papás y nunca nos cuestionamos ni se nos pasó por la cabeza que nos podía costar. Empezamos nuestro proceso tan contentos, que no sé si fue un error contarle al mundo nuestros planes. Mes tras mes esperábamos ansiosos la llegada de la noticia y al mismo tiempo la gente que nos rodeaba nos preguntaba si ya venía alguien en camino. Hasta que llegó un punto en que todo eso empezó a ser incómodo, pero pasaron los meses y dejaron de preguntar.
Como pareja vivimos ese tiempo con mucha frustración. Diciéndonos: "no importa, sigamos intentando". Cuando llevábamos seis meses sin que ocurriera nada, decidimos hacernos exámenes para ver el estado de nuestra fertilidad. Gracias a Dios salió todo bien, sin embargo, nuestra pena iba creciendo. Y nuestros anhelos también.
Tengo 32 años, y el tema de la edad para mí es un factor importante. Siempre quise ser mamá joven, idealmente antes de los 30, y era de las que decía que no iba a ser mamá después de los 35 años porque en mi mente de médico sé que se incrementan ciertos riesgos. Muchos te dicen "ya, pero si eres joven" y la verdad es que cada proceso o experiencia que tenemos es individual y única, y no es comparable a ninguna otra, cosa que creo se debe considerar antes de emitir opiniones al boleo. Siento que hay que validar la emoción del otro tal cual la siente, sin juzgarla, porque esa persona está sufriendo. Quizá por eso me dolían tanto los comentarios de gente que, si bien sé que nos quiere, decía cosas que en esos momentos no quería oír como "tienes que relajarte", "¿por qué están tan apurados en tener hijos?", "aún eres joven", "tienes que estar tranquila", "estás muy estresada".
Todas esas frases llenas de buenas intenciones se incrementaron por mil, pero yo solo quería que se pusieran en mi lugar y alguien me dijera "te entiendo, en tu lugar me pasaría lo mismo". Con eso tan simple bastaba, por eso no me voy a olvidar nunca de una persona que me lo dijo y que me hizo sentir aliviada. Su empatía me ayudó porque era eso lo que necesitaba; que validaran mis emociones, solo eso.
Se me hizo difícil el día a día, porque estoy en una edad donde veo mujeres embarazadas por todos lados, incluso en mi círculo cercano. No soy una mujer con resentimientos o rabia, pero a veces se me hacía inevitable sentir emociones negativas. No me siento mal reconociéndolo, somos humanos.
Cuando supe que mis compañeras y amigas con las que trabajo todos los días estaban esperando guagua, prometo que me sentí inmensamente feliz por ellas. Vivir con ellas su etapa y ver que les iba apareciendo esa guatita redondita inevitablemente me hizo sentir una pena inmensa y un anhelo gigante, porque yo quería vivir lo mismo. Por otro lado, no quería empañar sus momentos y para eso intentaba tener mi mejor sonrisa mientras por dentro me sentía sola. No quise compartir eso, no era justo para ellas. Además, mis amigas me acompañaron en mi frustración siempre de manera cariñosa y cuidadosa.
Con mi marido decidimos ponernos un límite de tiempo para someternos a un proceso de fertilización, porque pasaban y pasaban los meses y con cada término de ciclo venía un llanto desgarrador y mucha tristeza. No queríamos seguir sufriendo. Para evadir la realidad, se me ocurrió decirle a una de mis hermanas que hiciéramos un viaje a Río de Janeiro. Necesitaba escapar y pasarlo bien, olvidarme. Quería playa y sol así que compramos los pasajes para partir dos semanas después. Como parte de mi rutina mensual, sin ninguna expectativa, me hice un test de embarazo que para mi sorpresa apareció positivo. Pensé que lo estaba imaginando.
Fueron unos largos once meses de espera, de mucho cariño y compañía con mi marido. Ahora lo único que quiero es gritar a la vida que somos inmensamente felices. Nos emocionamos al recordar todo el cariño y amor que nuestras familias y amistades nos regalaron desde el inicio de esta búsqueda hasta que finalmente lo logramos.
No me importa si es niño o niña, no me importa en qué mes nacerá o qué signo será. Y es que todas esas cosas me dan lo mismo, porque ya crece dentro de mí lo que tanto deseábamos. Fue complicado aceptar que muchas cosas no están en nuestras manos y que no podemos controlar o planificarlo todo. Y para eso la mejor medicina que recibí fue el amor. Soy agradecida de lo que tengo y de lo que no, porque lo que me hace feliz es simple; es mi familia.
Charlotte Olivares tiene 32 años y es psiquiatra de la infancia y adolescencia.
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