Abramos el debate: estamos en medio de una crisis de pareja, con peleas diarias que no se resuelven producto de desacuerdos, resistencias y negaciones, podemos haber deseado que el otro vaya a terapia con tal anhelo, que incluso pagaríamos por ello.
Daniela Val (32) cuenta que empezó a pensar en la posibilidad de obligar a Manuel (36), su pareja, a asistir a terapia tras una relación que se había vuelto tormentosa para ella. “Despertábamos sin hablarnos, lo veía pasearse por los pasillos de la casa con desánimo, sin ganas de trabajar ni de salir, y cada vez que le preguntaba qué le pasaba, terminábamos peleando porque él se sentía invadido”, cuenta.
Daniela comenzó a informarse sobre la posibilidad de que una terapia pudiese resolver el problema. “No podía dejar de buscar una explicación en mi cabeza para que de un año a otro, él hubiese cambiado tanto, y en vista de que no podía acceder a sus sentimientos, empecé a elaborar teorías. La más sensata, parecía ser que él estaba atravesando por una depresión”.
Se juntó con sus amigas que habían estudiado psicología, y les preguntó qué tan terrible sería ‘regalarle’ una terapia a Manuel, porque ya las había escuchado decir antes que las intervenciones psicológicas debían ser deseadas por la persona que entraba al tratamiento, o no ser. “Me dijeron con firmeza que no lo hiciera, pero un impulso en mí me decía que él no sabía todo lo que una terapia le podía ayudar a mejorar su ánimo, así que lo hice igual”, cuenta hoy.
Salvador Bello, psicólogo especializado en género y violencia de la Universidad de Chile ha visto esta situación en pacientes, y cree que “el hecho de que una pareja le pague la terapia a la otra es una intervención desesperada de cuidado, cuando ya se agotaron todos los recursos. Puede venir de la preocupación, pero que en realidad da para reflexionar sobre nuestra configuración relacional: ¿qué está sucediendo en esa relación que no está pudiendo ser elaborado dentro de la pareja y por lo tanto, una parte de esa pareja piensa que es importante involucrar a un tercero?”.
Manuel accedió a asistir a terapia después de un año. Al pasar las primeras cuatro sesiones, Daniela cuenta que vio a su pareja más dispuesta a hablar con ella, pero que “ninguno de los dos entendía bien por qué había existido esa incapacidad de comunicarse en un principio, y yo quería averiguarlo desesperadamente”, dice.
Hay un afán de ayudar, pero si nos vamos mucho más a lo profundo, hay una persona que dice “yo estoy bien y tú estás mal”; y eso la pone en una posición superior dentro de la pareja.
La resistencia a conectarse con las emociones es un acto que la psicóloga clínica y especialista en relaciones disfuncionales, Laura De Solminihac (@lauradesolminihac), describe como una reacción que “no se produce porque sí, sino que es una forma que tiene la persona de protegerse cuando aún no está lista para enfrentar la realidad porque le resulta demasiado dolorosa”.
Y según Salvador Bello, no es determinante que sea un hombre o una mujer quien ejerza la resistencia a analizarse producto de nuestros hábitos de salud que impiden exponernos a situaciones de vulnerabilidad. “Sigue viéndose más en los hombres por que es menos común que asistan de manera preventiva o que les interese profundizar en su biografía, su masculinidad y su propia vida”. Daniela Val, hasta ese momento, seguía pensando que “su acto de amor había sido impulsar a Manuel a ese espacio para que se conectara con sus sentimientos cuando él no podía hacerlo solo”.
Se da en estos casos una asimetría de poder, porque “nos quedamos con lo que está pasando con la persona que es enviada a terapia, pero no nos preguntamos qué pasa con la persona que envía. Ahí hay un afán de ayudar, pero si nos vamos mucho más a lo profundo, hay una persona que dice “yo estoy bien y tú estás mal”; y eso la pone en una posición superior dentro de la pareja”, según explica Laura de Solminihac.
Cuestión de a dos
En la profundización de lo que está sucediendo en la relación puede haber una respuesta más certera al problema según los especialistas, y es que tratar una crisis sólo desde una parte de la pareja puede significar riesgos para el proyecto en común. Le pasó a Tomás Valdivia (29) cuando estaba terminando sus estudios en Antofagasta: “Estaba estresado, cansado y bajo mucha presión frente al futuro después de salir de la universidad. Peleábamos con mi polola todas las semanas, hasta que llegó el día en que me pidió una hora para ir a terapia sin preguntarme, porque decía que me estaba volviendo insoportable”, cuenta.
Pero fue Tomás quien luego de unos meses, decidió terminar la relación. “Ella estaba aburrida de mí, pero resistió hasta que yo pasara un tiempo en terapia, pero nada mejoraba. Cuando me di cuenta que no podía darle lo que quería, le pregunté a mi psicólogo qué podía hacer. Ahí fue cuando lo entendí: no era solo yo el problema”.
En el entramado de intentar resolver la crisis, cabe la posibilidad de que no sane, de que sea efectivamente, una “derrota”. Eso es lo que pocas veces estamos viendo según explica Salvador Bello: “Si hay una carga mental en la persona que se está haciendo cargo de gestionar esta terapia o derechamente, pagarla, yo sugeriría que fuese esa persona la que iniciara un proceso terapéutico, porque hay un malestar importante que está provocando que lleguemos a este punto de desesperación, y vale la pena preguntarnos qué es lo que la hace seguir en la relación, quedarse ahí y desear tanto que la otra persona cambie”.
Patologizar a la pareja antes de abordarla
Existe un dicho que hace tiempo se viralizó en redes sociales, que decía “uno termina yendo a terapia por personas que necesitan ir a terapia”. ¿Pero nos hemos detenido a pensar qué nos da la facultad de insistir en que el otro cambie? Es un debate interesante, porque aquí se esconde el peligro de asignar terapia sin que el otro quiera asistir o pagarla: la patologización.
¿Se ha vuelto parte de la cultura? “La ‘psicología pop’ tiende a patologizar comportamientos que no necesariamente se inscriben en trastornos de personalidad o en conductas desviadas, sino que sólo son comportamientos que requieren problematización o análisis en una conversación”, dice Salvador Bello, y Laura De Solminihac concuerda con que “nos ha costado mucho no patologizar cualquier conducta de tristeza normal, cuando lo patologizable sería no considerar que emociones así existen en nuestro cotidiano”.
Así, ambos especialistas concuerdan en que el abordaje de los comportamientos dolorosos que pueden estar afectando a una pareja es crucial antes de buscar la ayuda de un tercero. La conversación, la problematización y el análisis en conjunto da paso para un crecimiento de a dos. Ahora bien, si el comportamiento está cambiando y transgrediendo la rutina de una de las persona, Laura recomienda acompañar y recomendar un proceso terapéutico sin obligar, porque “quien va obligado y sin motivación a tratarse, no va a perdurar en la terapia”.
Además, la decisión de mejorar la salud mental está directamente relacionada con el compromiso que los pacientes tengan con el tratamiento, y eso sí se puede traducir en el pago de su propia terapia. Se trata de la “alianza terapéutica” o “contrato terapéutico”, que según dice el documento La Persona del Terapeuta de Universidad de Chile (2016), fija una retribución económica por parte del paciente para “potenciar la confianza, empatía y fe en un tratamiento que está basado en una relación de por sí asimétrica”, que sin pago, puede generar incluso un sentimiento de deuda, o una falta de compromiso. Una actitud contraria a una actitud pro salud mental.