Cómo las pandemias cambian la historia

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La primera pandemia de la que se tiene un registro amplio –desde representaciones gráficas, literarias y conteo de muertes– es la Peste Negra que, entre 1347 y 1351 alcanzó su punto máximo y se estima que mató entre 25 y 50 millones de personas solo en Europa. Fue la que marcó el comienzo de una segunda etapa de la peste cuyo bacilo había estado presente en épocas anteriores, en la Peste Antonina (año 165) y la Plaga de Justiniano (año 541).

Al igual que en esas primeras apariciones, la Peste Negra se extendió, se apaciguó y finalmente rebrotó de nuevo durante los siglos posteriores. Ha sido, hasta la fecha, la más letal, pero también la primera que develó las consecuencias de vivir en un mundo –aunque parcialmente en esa época– interconectado. Y es que, aunque haya surgido en Asia, su propagación se dio principalmente por las embarcaciones que recorrían la ruta comercial de la seda, conectando a China con Mongolia, el subcontinente Indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África.

Fue producto de la Peste Negra que surgió el término cuarentena, que proviene del italiano "quaranta" (cuarenta), porque fue en ese país donde se decidió que los pasajeros de las embarcaciones sospechosas o contagiadas estarían aislados durante 40 días, con la única finalidad de resguardar a las ciudades portuarias. Como explica el historiador de Yale, Frank M. Snowden, en su libro Epidemics and Society: From Black Death to the Present, la práctica se originó incluso antes de que se entendiera del todo lo que se estaba tratando de contener.

No existían certezas respecto al origen de la plaga, pero aun así, los impactos de la pandemia fueron, en su mayoría, imparables. Y repercutieron mucho más que solamente en la creación de conceptos, sino que también en la reestructuración social, económica e incluso religiosa que vino después. Fue, de hecho, de los primeros fenómenos que hizo que el hombre cuestionara su relación con Dios. Porque, como explica Snowden en su libro, si realmente existía una divinidad superior, ¿cómo permitiría tal magnitud de tragedia?

Las pandemias han determinado el curso de la historia. Y la que estamos viviendo ahora, no será la excepción. Desde un cambio en cómo percibimos la muerte, hasta la forma en que se manifiestan las falencias de los sistemas de salud, educación y economía, pasando por todos las creencias que imperan en las sociedades contemporáneas y globalizadas, las crisis sanitarias son un reflejo de la época en la que vivimos y, como explica la historiadora medievalista de la Pontificia Universidad Católica, Ximena Illanes, vienen a desestabilizar lo que ya estaba en crisis. "El cambio cultural que vamos a vivir a futuro es innegable".

Lo que estamos viviendo ahora es producto de un mundo globalizado en el que los impactos son sistémicos, lo que impacta a un país repercute en otro. 

Así como la Peste Negra fue propagada por la ruta comercial de la seda, en la crisis sanitaria que vivimos ahora los mayores focos de contagio fueron los aviones y los desplazamientos humanos de un país a otro. Sin embargo, en el pasado las condiciones de urbanización, la planificación de las ciudades y las sociedades eran distintas.

En el 1300, las ciudades eran confinadas, las calles estaban muy apretadas y la basura y los excrementos se botaban en la calle. La mayoría, sin contar a los nobles o burgueses enriquecidos, vivían en viviendas precarias y la vida se hacía al aire libre. Todos estaban hacinados. Se especula también que se había producido en el mundo un enfriamiento y un cambio climático que incidió directamente en la producción y por consecuencia en el tipo de alimentación. Se estaba viviendo una pobreza coyuntural.

En este contexto, se generó un contagio mayor. Y se generó una crisis sanitaria que dio paso, igual que todas las que vinieron antes y después, a profundos dramas humanos, partiendo por la cantidad de muertes. Esto influyó a su vez en cómo se empezó a percibir la muerte. Eran tantos los que morían, que nadie los podía enterrar, no se podían ejercer los rituales de defunción y se hacían fosas comunes para los cuerpos.

¿De qué manera este tipo de crisis condiciona nuestra relación con la muerte?

La muerte se asimilaba de manera distinta en esa época, era algo mucho más cotidiano y no se la ocultaba como se hace ahora. Se convivía con ella porque las tasas de mortalidad de por sí eran altas. Pero pese a su presencia y naturalidad, se la asociaba a un ritual. En una sociedad cristiana existe una preparación para la muerte, pero eso no siempre es posible en tiempos de pandemia. La incapacidad de enterrar y la falta de espacio en las iglesias hizo que mutara el imaginario, por el hecho de no poder ritualizarla.

Por otro lado, lo que develó la peste fue que la muerte podía afectar a todos por igual, independiente de si eras noble, obispo o campesino, con la diferencia de que para los pobres ese posible contagio o muerte tenía un impacto mayor.

Actualmente puede morir Lucía Bosé a causa del coronavirus, pero es innegable que ciertas condiciones de vida más frágiles están más expuestas, por el tipo de trabajo, por la posición y por las posibilidades de atenderse. Y en ese sentido, es importante saber que la enfermedad ha sido asociada, históricamente, a la pobreza.

¿La pone en evidencia?

En el discurso, se dice que las enfermedades afectan de manera igualitaria. Pero lo que revelan es que hay condiciones de vida que son efectivamente más frágiles y por ende más expuestas, y a las que una enfermedad puede significar un costo mayor. Hay hacinamientos, precarización laboral y vulnerabilidades que están resueltas para los sectores socioeconómicos altos. Y eso siempre ha sido así.

Los primeros hospitales en Europa surgieron primero en los monasterios para acoger a los peregrinos o necesitados en el camino, y se basaban en la caridad religiosa. Pero después de la Peste Negra, ya en el siglo XIV y XV, se dio paso a que no fueran solamente las Iglesias las que se hacían cargo, a través de hospitales o instituciones asistenciales, si no que también autoridades laicas.

En el humanismo italiano apareció el sentido del bien común; había que asumir una responsabilidad por la población. Se gesta la noción de "asistencia con un sentido público" y se minimizan los recursos. En vez de varios pequeños centros asistenciales, se hizo un hospital general. Dentro de las cosas que cobraron relevancia estaba el hecho que la salud ya no debía tratarse de una caridad si no que de una organización reglamentada. Los hospitales, igualmente imbuidos en un espíritu católico, comenzaron a ser un refugio para los más pobres.

¿De qué manera las pandemias evidencian que, por más que así lo creamos, la nuestra no es una realidad antropocéntrica, basada en el ser humano?

Al siglo XX lo caracteriza un sentido de supremacía del ser humano. Nos hemos posicionado, contrario a otras épocas en las que se respetaba más al entorno, por sobre la naturaleza y por sobre el mundo animal. Y cuando nos enfrentamos a este tipo de crisis nos damos cuenta de que no es así. Hay una imagen del progreso que suele ser asociada a lo positivo y aquí se cruzan muchos factores que se han dado a lo largo de la historia y que se siguen repitiendo. Si observamos el desarrollo del capitalismo en el siglo XIV y XV en Europa, lo que se ve es una pauperización de la sociedad en el mundo urbano. En el rural siempre se encuentran recursos, pero en las ciudades las crisis afectan más y los recursos no son infinitos. A su vez, en el contexto de la Peste Negra surge la necesidad de encontrar un "chivo expiatorio", que fueron los judíos. Se los acusó y persiguió injustamente. Si lo analizamos, es muy similar a lo que ocurre ahora; el racismo está latente, pero aparece con más fuerza en estos momentos junto a una tendencia por cerrar las fronteras y competir con los otros países. Es como si cada uno se estuviera cuidando su propio pellejo.

Estábamos pasando por una coyuntura social particular a nivel mundial. ¿Esos procesos se ven detenidos? 

Las pandemias tienen un impacto significativo en todos los ámbitos de nuestras vidas: son instancias en las que se evidencian fragilidades, se desestabilizan los sistemas y se replantean las sociedades. Hacia el final de la Peste Negra, todo lo que había quedado al descubierto significó una coordinación más efectiva en cuanto a los que debían recibir más ayuda, como los desvalidos, y una diferenciación entre los que necesitaban asistencia por no poder trabajar y los que necesitaban porque eran mendigos. Se volvió a categorizar la pobreza. En ese sentido, si bien pareciera ser que los procesos sociales por los que estábamos pasando están detenidos, más que detener, lo que hace la pandemia es reforzar los reclamos vitales del país y del mundo: las pensiones de los adultos mayores que son parte de la población en riesgo; las isapres que suben los precios a de sus planes en la mitad de una crisis sanitaria; el sistema de salud que no da abasto; el derecho a tener una educación pública y libre; la valorización del trabajo doméstico, porque qué pasa con todas las mujeres que en este minuto están pasando la cuarentena con sus hijos y no reciben ayuda; y los altos índices de violencia doméstica. Es como si todas las demandas que se habían configurado quedaran aun más expuestas ahora.

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