Este 2023, la cultura pop recibió el nuevo hit de la cantante Miley Cyrus: Flowers. Lanzada a principios de enero y con más de 100 millones de reproducciones en dos semanas, ha batido todos los récords con una letra que apela a la liberación de salir de una relación difícil, y al empoderamiento e importancia de darse tiempo para el autoconocimiento.
Puedo comprarme flores
Escribir mi nombre en la arena
Hablar conmigo misma durante horas
Decir cosas que no entiendes
Puedo llevarme a bailar
Y puedo sostener mi propia mano
Puedo amarme mejor que tú
Lo que dice Miley Cyrus respecto al amor propio y valoración del tiempo personal parece de sentido común. Sin embargo, en una sociedad hiperconectada y que vive por las apariencias en redes sociales, no lo es tanto. Y es que muchas veces nos dejamos de lado por necesidades externas aun cuando sabemos que nuestro bienestar y, especialmente, compañía es una constante.
Una estimación realizada por Our World in Data sostiene que a medida que crecemos, el tiempo en solitario no solo se vuelve una realidad tangible, sino que se incrementa de manera exponencial. Y es que, según la recopilación académica, realizada en base a la Encuesta Estadounidense de Uso de Tiempo; los minutos que pasamos con los demás se van reduciendo a medida que envejecemos.
Según este documento, el peak de tiempo donde compartimos con amigos se alcanza a los 18 años con 137 minutos al día, mientas que el punto cúlmine con los hijos se obtiene a los 30 años, para luego comenzar a descender. Sin embargo, el tiempo en solitario aumenta a un ritmo acelerado. Es decir, si a los 15 años una persona pasa sola en promedio 193 minutos al día, esa cifra aumenta a 476 minutos al cumplir 80.
¿Qué tan integrada tenemos esta realidad en nuestro entendimiento social? ¿Nos cuesta pasar tiempo a solas? ¿Lo disfrutamos? ¿Nos incomoda?
“En la sociedad actual, no se acepta que la gente esté sola, porque es mal visto. Estamos en una época de la tiranía absoluta, donde hay que ser felices, estar contentos y andar siempre riéndose con el resto. Y de la imagen, porque cuando uno va a la playa -por ejemplo-, ves a las personas sacándose selfies para demostrar esa supuesta felicidad”, dice la psicóloga Ana María Zlachevsky, doctora y magíster de Filosofía de la Universidad de Chile. “Si a eso se suma que vivimos siempre pensando en el hacer, hacer y hacer; la soledad no se integra al mundo social”, agrega.
Como no es siempre deseable, muchas veces evadimos a toda costa esos espacios: nos llenamos de actividades, ponemos música de fondo para aplacar el silencio y no nos damos tiempo para el ocio, necesario para el autoconocimiento y desarrollo personal. “Y cuando volvemos a conectar con nosotros, nos encontramos con todo eso que no habíamos querido ver o sentir. Puede que aparezca la tristeza, confusión o incomodidad, o se pueden generar preguntas medias existenciales: ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿qué tan conforme me siento con mis vínculos?”, dice la psicóloga clínica Macarena Venegas.
El problema, dice Venegas, aparece porque hemos homologado el ‘estar solo’ -que puede ser un estado placentero y voluntario- con ‘sentirse solo’. “El sentimiento de soledad aparece cuando nos abandonamos y no somos nuestra propia compañía. Es una percepción subjetiva que crea una sensación relacionada con la tristeza y es descrita como un sentimiento intenso, doloroso e independiente de la cantidad de contactos sociales que puedan tener las personas”, explica.
Esa experiencia, asociada al sufrimiento emocional y que puede llegar a ser crónica si no se detecta a tiempo, se ha transformado en un problema de salud pública, especialmente después de la pandemia. Y no es para menos: la soledad puede desencadenar problemas de salud mental como la depresión, ansiedad o ideación suicida; y su riesgo es equiparable al sedentarismo, tabaquismo u obesidad.
En Chile, por ejemplo, 1 de cada 5 personas mayores de 18 años declara sentirse solo, según el estudio Termómetro de la Salud Mental en Chile ACHS-UC. De hecho, y lejos de quedarse en algo meramente local, autores hablan de una epidemia silenciosa en torno a la soledad, y países como Japón y Reino Unido han tomado medidas para mitigar este problema a través de la creación de un organismo: el Ministerio de la Soledad.
Si bien pasar tiempo en solitario puede detonar este sufrimiento, la conexión no es lineal. Lo clave, dicen las expertas, es potenciar las relaciones sociales aún cuando no haya contacto físico y estimular la conversación interna para que esos espacios sean enriquecedores.
“La soledad es un constructo abstracto. Cada persona lo vive de forma absolutamente distinta dependiendo de la generación, dominios de existencia o los distintos roles que desempeña. Sin embargo, hay una importancia en la conexión emocional con otros para potenciar la socialización -y evitarla como padecimiento- y también en la valoración de la contemplación. Porque en la medida que integro eso como parte de mi vida, al estar sola, no me digo a mí misma es terrible estar sola, sino por el contrario: qué entretenido, ahora puedo pensar o mirar las plantas. Me permite entrar en otro tipo de conversación más enriquecedora”, dice Ana María Zlachevsky.
Pero, ¿de qué manera hacerlo? Para Macarena Venegas, hacer alguna actividad que nos permita entrar en contacto con nosotras mismas puede ser un buen punto de partida. “Hacer alguna actividad manual, meditar, respirar conscientemente, pasar tiempo en la naturaleza. Al igual que lo hacemos con los demás, esto se trata de conocer a una persona que, en este caso seríamos nosotras, y generar una comodidad con ella. Aunque puedan ser displacenteros, estos momentos permiten observar aquello que necesitamos trabajar o movilizar para acelerar los procesos de cambio”, concluye.