Paula 1210. Sábado 8 de octubre de 2016.
Detrás de un portón gris que da a la calle Sucre, en Ñuñoa, está el "Club de caballeros" de Pedropiedra, el nombre artístico del músico Pedro Subercaseaux. En realidad, es el garaje de su casa. Una pieza de 5 metros cuadrados que es un chiquero: hay un colchón, cajas, bolsas, estuches de guitarra, algunos instrumentos. En el centro, una mesa con su computador. "Le puse ese nombre porque a las damas no les dan muchas ganas de entrar: está muy desordenado. Aquí hago mis canciones. Aquí soy feliz", dice.
El garaje está conectado a su casa, que es iluminada, ordenada y funcional y donde vive con su mujer que está de 7 meses de embarazo y con su hijo de 3 años.
"He tenido que aprender a compatibilizar los dos mundos. En la casa uno tiene que ser más maduro, concreto y eficiente, pero cruzando la puerta del garaje aparece mi lado adolescente que crea melodías y se junta a tocar con los amigos. En apariencia parecen mundos irreconciliables pero, haciendo un esfuerzo, pueden convivir ambos", dice. Y agrega: "Tengo suerte de que mi mujer no me pone trancas para hacer lo que hago y me apoya mucho".
Estaba en todo ese proceso personal, de formar un nido y tener un hijo, cuando compuso en ese garaje Ocho, su último disco (que cuenta con la participación de Fernando Samalea, baterista de Gustavo Cerati y Charly García, el más grande de los ídolos de Pedropiedra), que lanzó el 10 de septiembre en un teatro Cariola repleto de gente. A diferencia de los tres anteriores discos Pedropiedra, Cripta y vida y Emanuel, las letras del nuevo disco ya no son tan autobiográficas. "Antes no tenía un hijo ni nada que perder, por eso me empeloté de verdad. En cambio ahora usé un lenguaje más poético", precisa.
"Soy desafinado. Destemplado. Cantar bien no es la única gracia que tiene un músico, el canto es uno de mis puntos débiles".
El bicho raro
Pedro es el cuarto de ocho hermanos. Todos, de una u otra manera, artistas. Su papá es pintor y su mamá era dueña de casa. Creció en una casa enorme en Vitacura y estudió en el Colegio Apoquindo. "Fui al colegio más cuico de Chile, tenía un compañero de curso que lo molestaban porque su refugio en la nieve quedaba en El Colorado y no en La Parva, y la verdad, en esa época, me daba lo mismo. Era un cuico más pero creo que siempre fui un poco bicho raro. Y ahora soy lo que soy", dice. Aunque nunca ha sido un tema para él, le molesta que en Chile se clasifique a la gente por apellido, comuna y colegio. "Así es como te sacan la foto aquí y eso es injusto. Uno no elige dónde nace pero sí puedes ver los vicios de ese lugar y despojarte de ellos", dice.
De niño era muy histriónico. "Muy florero", dice. Para los almuerzos familiares se subía a la mesa y le cantaba a su familia. Cuando tenía 8 años su show ya era con guitarra; había aprendido solo a tocarla. También contaba chistes, los que terminaba siempre con un ataque de risa, y era buen imitador. "Cuando chico me sentía diferente. Especial. Creía que tenía algo que los demás no tenían. Era mucho más artista de niño que ahora", dice.
Cuenta que acaparaba tanta atención, que su hermana, dos años mayor, empezó a reaccionar a eso. "De diferentes maneras me tiraba tomates. Y es raro, porque aunque todos los demás me aplaudieran, yo elegía fijarme en ella. Eso me marcó hondo, como que mi carrera artística nació abucheada, truncada. Me marcó hasta en las cuerdas vocales. Siento que canto desafinado por eso. Porque tengo muy buen oído. Por lógica yo debería cantar bien", dice.
¿Qué cosas te decía tu hermana?
No, dejémoslo hasta ahí. Se va a morir de la pena, nunca lo hemos conversado. Sé que le dolió y se preocupó de reparar el daño.
¿Cómo se llevan?
Somos partners. Uña y mugre.
¿Pero encuentras que cantas mal?
Sí. Soy desafinado. Destemplado.
Eso sí que me sorprende.
Cantar bien no es la única gracia que tiene un músico, el canto es uno de mis puntos débiles.
Tu fuerte entonces es…
La melodía. La capacidad de crear melodías.
Hasta 2009, Pedro era un músico que había pasado piola, como le gusta a él, pese a que hace rato estaba haciendo música. En las cuatro bandas que había fundado –Hermanos Brothers, Tropiflaites, Yaia y CHC– se las había arreglado para mantenerse atrás en el escenario, en segundo plano, con su batería o guitarra, porque era la posición en que se sentía más cómodo. "Hasta que me tuve que hacer cargo y pararme adelante a cantar solo. Tenía que hacerlo para avanzar con mi carrera, para no depender del tiempo y las ganas de otros, para ser autosuficiente y generar mi propio contenido. Me atreví tarde, casi a los 30 años".
Reconoce, no se tenía mucha fe. Le costaba el rol protagónico. "Me he ido sacando el rollo, me sicoanalizo yo mismo, y he ido entendiendo por qué me pasan ciertas cosas, por qué no me la creo tanto, por qué tengo pánico escénico, por qué me molesta tanto la crítica, por qué canto desafinado", dice.
En 2008 se fue a Cuidad de México a probar suerte. "Partí porque quería profesionalizar mi carrera y para eso necesitaba salir de mi zona de confort, lanzarme a un desafío y a la aventura. Me entregué al destino, como lo hago siempre, dejé que las cosas se dieran solas", dice. Se encerró por varias semanas en el living de un departamento que arrendó. Con su guitarra, un poco de marihuana y la tele encendida, pero sin sonido. "En Ciudad de México, estuve muy productivo. Tirado en el piso hacía sonar mi guitarra y aparecían las canciones. Sin saberlo, estaba haciendo lo que por los siguientes 9 años me daría trabajo", dice. Fue ahí que nació Pedropiedra y arrancó su carrera como solista. Fue ahí que surgió su primer disco, Pedropiedra.
¿Eres desafinado de verdad o es parte de tu inseguridad?
Sé lo que te estoy diciendo. No es parte de mi inseguridad, es un hecho. Me demoro mucho en grabar por lo mismo. Pero en algún momento eso ya no me importó más, entendí que no es impedimento para que yo pueda vivir de esto. Hay gente a la que le encanta lo que hago y algunos le dan valor al hecho de que cante así.
Hoy a Pedro le cuesta entrar en la piel del performer. Cuando está sobre el escenario se pregunta: ¿lo estarán pasando bien?, ¿por qué no saltan?, ¿por qué no aplauden? y termina buscando un punto en el horizonte para no hacer contacto visual con nadie. "Me da pudor el rol de estrella porque siento que no lo soy. Hay gente que cree que uno es mucho más de lo que realmente es y uno no es más que un pobre tipo que hace canciones. Me interesa recordarle a la gente que la persona que está cantando es un don nadie, porque la misma gente se olvida de eso y tiende a ponerte en un lugar que no es", dice.
Al otro lado del espejo
La mamá de Pedro murió de cáncer cuando él tenía 17 años. Fue su primer encuentro cara a cara con la muerte. Después, de más grande, tuvo el segundo acercamiento luego de tomarse un ácido. "Esas experiencias sensoriales te hacen salir de tu pequeño y triste ser, y ser capaz de ver el cuadro completo por un rato. Ahí entendí profundamente lo que significa que todos nos vamos a morir y me hice amigo de la muerte. Le quité la gravedad. Te mueres y chao pescao", dice.
En sus etapas de crisis existencial, Pedro se ilumina. "Compongo mejor cuando estoy en el lado medio vacío del vaso; esos son los momentos más creativos. Es una búsqueda inconsciente de transformar la mierda en una flor. Un músico es un solucionador de problemas sin importancia. Una canción es meterse en un problema, en un laberinto al que le tienes que encontrar la salida". Algo así hizo con la canción Mi mamá en la que en el coro le grita: "¿Por qué tuviste que morir?, tonta".
¿Cómo te pegó la pérdida de tu mamá?
Siento que la alcancé a conocer bien. Alcancé a ser hijo de esa mamá por tiempo suficiente. Su falta no pudo influenciar mi carácter porque este se había forjado antes de que ella muriera. La verdad, creo que una muerte te enseña muchas cosas y te da más de lo que te quita. La perdí, pero la gané.
¿Qué ganaste?
Una compañía. En los momentos de negrura, de noche oscura, siento que está más presente que si estuviera viva. Siento que está ahí conmigo acompañándome. He sentido su presencia varias veces.
¿Le hablas?
Ya no. Dejé de hacerlo cuando fui papá.
¿Por qué?, ¿qué te pasó con la paternidad?
Porque pasé al otro lado del espejo, ya no era lo más importante. Tener un hijo te aniquila el ego, entiendes que lo más importante que tienes que hacer es estar ahí para él. Te baja de la nube y dejas de buscar duendes en el bosque y empiezas a perseguir conejos con escopeta.
¿Cambiaste después de tener a tu hijo?
Un poco. Me puse más responsable y me empecé a tomar más en serio a mí mismo. No sé si eso es tan bueno, pero me siento más feliz que antes. En el fondo, la paternidad trapeó el suelo con mi ego, con esa idea de vivir por mí y para mí. Mató al egoísta, al que se aislaba. Empecé a disfrutar menos de esa soledad que antes adoraba.
¿Soñabas con formar una familia?
No, pero el amor y el engaño de la naturaleza decidien por ti..
¿Si no estaba en tus planes entonces sentiste el llamado de ser padre?
Sí, como a los 34. Es curioso, porque mi papá me tuvo como a esa edad. Creo que uno va replicando patrones sin darse cuenta. Antes no lo había ni pensado, era el pequeño emperador de mi pequeño reino y la verdad no dan muchas ganas de renunciar a eso porque es una vida cómoda. Pero las dificultades de la paternidad traen cosas bacanes; te descubres a ti mismo de nuevo, te reconectas con tus viejos, los entiendes. Por ejemplo, entendí por qué los domingos les gustaba tanto juntarse con toda la familia a almorzar y se quedaban tomando vino en la mesa mirándonos mientras jugábamos con los primos. Hoy mis domingos son eso.
¿Ahora van a trapear el suelo con tu ego por segunda vez?
Tal cual. Pero está bien. La verdad soy muy feliz con un hijo y aunque sé que otro es solo más amor, lo hago sobre todo para que tenga un hermano, es por amor a él. Creo que es importante tener hermanos.
"Compongo mejor cuando estoy en el lado medio vacío del vaso, para mí esos son los momentos más creativos. Es una búsqueda inconsciente de transformar la mierda en una flor".
Su amistad con Jorge González
Sus cercanos dicen que su personalidad atrae como un imán y que su humor negro no deja indiferente a nadie. "Soy el rey de la cochinada y el doble sentido", dice. Con ese humor ha forjado lazos de amistad con personajes como Gepe y Jorge González. Sobre la relación con el vocalista de Los Prisioneros dice que el amigo se encargó de matar al ídolo y que sus conversaciones son tan enriquecedoras como los momentos en los que tocan juntos.
Como si se tratara de una especie de peregrinación semanal, todos los viernes visita a Jorge González. Ven videos, cantan y tocan. "Zapamos como se dice en Argentina". En su último disco le dedica una canción al que considera el maestro: Balada de J. González. "Estar con él no deja de provocarme admiración. Es de los cantantes más importantes de la canción popular chilena, entonces siempre aporta compartir con él". A pesar de su cercanía, nunca le ha preguntado qué piensa sobre sus canciones. "Pero me lo ha dicho sin preguntárselo, cantándolas e incluso haciendo coros para ellas", dice. A la única persona que le ha pedido su opinión sobre su música es al periodista, productor, guionista y músico, Álvaro Díaz de 31 Minutos, banda en que Pedro toca la batería. "Lo adopté como a un tutor y ha sido mi guía. Fue la validación que busqué para atreverme y lanzarme al vacío", dice.
¿En qué momento te sientes?
Mi carrera ha sido mucho de ensayo y error. Entonces todavía siento que estoy en busca de mi esencia más pura y ya voy a cumplir 40 años. Los músicos más bacanes de la historia desarrollan toda su creatividad a esa edad y después de eso no sé qué viene, pero yo siento que conmigo todavía pueden pasar cosas. Me siento corriendo una maratón, más que los 100 metros planos, me proyecto mucho más adelante.
¿En qué parte de la maratón estás?
En la partida.
¿Cuál sería la meta de esa maratón?
Irme dos meses de vacaciones a una playa en el Sudeste Asiático con toda mi familia. Dos meses a cuerpo de rey.
¿No hay algún escenario en esa meta?
No puedo ponerme a planificar eso, no puedo nomás. Es algo de personalidad. No me programo.
Mucha gente te sigue tratando como artista emergente.
Eso va a seguir pasando hasta que eres popular realmente. Y mi música se ha ido haciendo conocida paso a paso, ha ido ampliando su nicho más que hacerse realmente popular todavía. No siento que soy emergente pero tampoco puedo empezar a decir que no lo soy. Popular tampoco soy, todavía no. Pero la verdad no es algo que me interese. Solo quiero tocar.
¿Cuál es tu rollo con la fama?
No siento que sea para mí. Me gusta pero no me gusta. Es como cuando alguien te pide una foto, una mezcla rara: una ultra incomodidad, pero con caricia al ego. Me hace sentir bien pero al mismo tiempo pienso: ¿qué le pasa a este tipo que se quiere sacar una foto conmigo? Está loco.