Ya han pasado casi cuatro semanas. Siento el tiempo en el cuerpo. Quiero tener energía, pero me estoy cansando. Todo afecta estos días; la gente que opina y hiere, la que calla y otorga, la que escribe mucho y lee poco, la que quiso decir algo y no la entendieron, la que lo dijo y provocó ira, la que habló con honestidad y después dudó.
Todos pensamos en Chile. Me cuesta creer que no, y que hay gente que no está preguntándose cómo sigue todo esto. Y si alguien no está pensando en esto, es parte del problema. De eso estoy segura. "Somos hijos de nuestra época y nuestra época es política", dijo la Nobel Wislawa Szymborska. Lo es ahora y antes, y lo ha sido siempre. Pero de alguna manera nos mantuvimos distantes de la política y los políticos.
Escuché muchas veces que es de mala educación hablar de dinero, de religión y de política en la mesa, porque siempre se puede ofender a alguien. Pero así la conversación y la reflexión en torno a los asuntos que realmente nos afectan queda en cero y seguimos conjugando el verbo comprar muchas veces más de lo necesario y nos hacemos los sordos, mientras ignorábamos cuánto ganan los más ricos, los muchos abusos en las iglesias y las decisiones que se toman en el Congreso y que repercuten en nuestro día a día.
Vivimos la política y sus efectos en todo lo que hacemos. Todas estas columnas están llenas de política, porque la invitación a la reflexión sobre la vida consciente y el bien común es política. Porque pensar en cómo resolver los dolores que tienen la Tierra y sus habitantes también es política.
Temo que en la militancia y los partidos políticos está la distancia. En la falta de confianza en los representantes y la sensación de que todos buscan su propio beneficio y no el del pueblo (digo pueblo y no ciudadanía, porque pensar en pueblo lo vuelve más local, más chileno, más de las personas; en cambio, ciudadanía me hace pensar en que nos queremos parecer a otros, a Miami por las palmeras o a Nueva York por los enormes edificios) y claro, la corrupción de los políticos y nuestra falta de contexto, de historia y de educación cívica o formación ciudadana, nos tienen, a todos los que queremos participar, leyendo la Constitución y tratando de descifrar sus trampas y silencios.
Pasamos de tiempos de no estar ni ahí, a tiempos revolucionarios. Y eso implica tomar una posición. No es momento de dejarles la tarea a otros, porque después reclamamos sus decisiones. Hablemos de política, porque la solución no está en abolirla. Está en volverla nuestra. Y con esto no digo que simplemente tengamos que repartir la torta y llevársela al conserje; hablo de recuperar la dignidad, la esperanza y la justicia desde las bases, desde de lo profundo, manifestando nuestra opinión en votos y participación. De otra manera, nos diluimos y todo esto no será más que un canto.