¿Perderle el miedo al rechazo nos hace más libres?

miedo al rechazo - paula
¿Perderle el miedo al rechazo nos hace más libres?



Cuando dejamos de atrevernos a hacer algo por temor a que la respuesta sea negativa o a que seamos rechazadas, muchas veces terminamos paralizadas en la inacción y en nuestro lugar de confort. Por eso, pareciera lógico pensar que la solución es ser valientes y perderle de una vez por todas el miedo al rechazo. Pero no. El temor al rechazo es en realidad una respuesta evolutiva a la necesidad humana de pertenecer a un colectivo que, de no ser satisfecha, incluso puede producir dolor, dicen las especialistas.

Y así es. Como biológicamente tenemos la necesidad de pertenecer, no hacerlo duele, independiente de la magnitud del rechazo. ¿Cuántas veces nos ha dolido no quedar en ese trabajo al que postulamos con tanta ilusión o cuando ese match de Tinder con el que conversamos por días nos deja de responder?

Stefanella Costa, Investigadora del Centro de Estudios en Neurociencia Humana y Neuropsicología y del Centro de Estudios en Psicología Clínica y Psicoterapia de la UDP explica que el rechazo social duele tanto como el dolor físico porque el cerebro procesa el dolor social de manera similar al dolor físico. “Hay estudios que muestran que se activan muchas de las mismas regiones cerebrales que están involucradas en el dolor físico cuando somos rechazados en un contexto social y bueno, por esto es que muchas veces las experiencias de rechazo social son descritas por las personas como dolorosas”, dice.

Esta es una respuesta evolutiva que se remonta a la prehistoria. Y es que los humanos hemos evolucionado gracias a buscar ser aceptados socialmente, explica la especialista y agrega que “evolutivamente, la exclusión está ligada con el dolor porque esto nos motiva a evitar que nuestros lazos sociales se vean amenazados. Tratar de mantenerlos nos beneficia”.

Querer pertenecer es natural (y necesario)

Querer pertenecer a un espacio donde nos sintamos cómodos y validados es algo natural y necesario, que está incluso en nuestros genes, apunta la psicóloga feminista Pía Urrutia. “Cuando se estudian las teorías de apego, uno puede ver cómo niños, niñas y niñes que no han sido cuidados buscan constantemente pertenecer a un espacio. Hacerlo es muy importante para distintos procesos del desarrollo, sobre todo en la adolescencia”, dice.

Su importancia radica en la configuración de la autoestima, explica la psicóloga feminista. “La autoestima se configura a través de la socialización, de lo que los demás puedan decir de mí. Si vivo en un espacio en donde solamente recibo maltrato, mi autoestima no va a ser la mejor. Probablemente la crítica es lo que yo voy a ir incorporando. La pertenencia a los espacios donde se le de cabida a quién yo soy y se le valide van a tener estrechas relación con una autoestima sana, que me permita estar bien, disminuyendo la autocrítica”, dice.

Ser rechazadas es doblemente doloroso

Además del hecho de haber sido rechazadas por otro, comenzamos a analizar qué hicimos mal.  “Es probable que el rechazo despierte sentimientos de culpa y mucha vergüenza, sobre todo si ocurrió después de algo que hicimos o dijimos y nos damos cuenta de que eso no era aceptable socialmente. Cuando nos lleva a quedarnos medio atrapados en esa sensación, es importante recordar que no siempre es nuestra culpa, que a veces de verdad ese rechazo es el resultado de una circunstancia que va más allá de nuestro control y voluntad”, explica la investigadora del Centro de Estudios en Neurociencia Humana y Neuropsicología.

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Si nos quedamos en ese espacio donde somos criticados, no se nos valora por quién somos y actuamos en base a lo que los otros esperan solo por pertenecer, hay consecuencias, explican las especialistas. Y es que cuando nos quedamos lo suficiente en este espacio, internalizamos una excesiva crítica o una mirada muy negativa de nosotras mismas. “Si siempre estoy atenta a que no me vaya a rechazar un grupo, también podría generar algo patológico como un trastorno de ansiedad, estando hiper alerta a lo que diga o cómo me veo”, ejemplifica Urrutia.

“El sentirse rechazados socialmente se vincula a ansiedad, angustia, depresión y desesperanza. Las personas que se sienten constantemente rechazadas socialmente es probable que tiendan a caer en un círculo vicioso donde se sienten rechazados y por lo tanto se aíslan más y esto es muy dañino para su salud mental”, asegura Costa.

¿Cómo enfrentarlo de mejor manera?

Cuando estamos experimentando rechazo, poder hablarlo con alguien con quien sentimos que le importamos y tenemos confianza, nos permite salir del aislamiento que puede producir. Dentro de este mismo proceso, añade Stefanella Costa, uno puede aprender de sus errores, reconocerlos y pedir perdón de ser necesario. “Hay veces en que la culpa y la vergüenza nos alejan de pedir perdón, cuando hacerlo a veces es la solución para sentirse mejor y dejarle saber al colectivo que te rechazó que te das cuenta de eso”, dice.

Por otro lado, generar espacios donde sí me validen por quién yo soy tiene efectos en la autoestima y la validación, haciendo que esta sensación amarga que el rechazo alguna vez dejó, vaya bajando. Un ejemplo de esto, dice la psicóloga Pía Urrutia, es lo que ocurre en la comunidad LGTBIQA+, donde el pertenecer a ella tiene un sentido muy importante. “Tener una comprensión de que hay más de un espacio al que podemos pertenecer y por qué son importantes los espacios de validación, puede ayudarnos a romper con lealtades a espacios donde permanecemos solo por miedo a no ser partícipes de algo y nos permite darnos cuenta dónde se nos valida (o no) para poder elegir espacios que realmente sean coherentes con nuestras necesidades y bienestar, poniéndonos a nosotras como una pieza fundamental para los espacios”, concluye.

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