María Jesús Benítez era mi mejor amiga. Me costó ponerle así, porque las historias con las mejores amigas son tremendamente intensas, casi como de hermanas, simbióticas. Pero mi amistad con la Jesu se cultivó lentamente, y solo al final de su vida pude darle ese epítome tan importante.
La Jesu vivía en Villarrica y tiene un hijo, Clemente, de cinco años. Seis meses después de que nació su hijo, se encontró un nódulo en la pechuga. Era un cáncer muy agresivo y del que tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Estábamos en medio del estallido social y el diagnóstico oficial llegó cuando comenzó la pandemia.
Hasta ese momento, la Jesu era una tremenda amiga con la que tenía recuerdos maravillosos en la adolescencia y juventud temprana. A los 18 años se fue a vivir a Puerto Montt con su mamá y la visité un par de veces allá. Siempre estábamos en contacto, siempre conectadas con nuestras respectivas historias amorosas, nuestros pesares y con un amor profundo.
La Jesu estuvo enferma cinco largos años y falleció en septiembre de 2023. Su cáncer, al ser tan agresivo, la mantuvo constantemente en tratamientos desgastantes. En 2021 vivió una mastectomía que fue muy dolorosa para ella; en 2022 le descubrieron metástasis y le hicieron una operación al pulmón, muy muy dolorosa; finalmente en julio de 2023 supimos que no había nada más que hacer.
Mi madre tuvo el mismo cáncer que se llevó a mi amiga, dos veces. En 1998, cuando yo era una niña y en 2016, cuando ya era adulta. Sé perfectamente los procedimientos y las cosas que padecen las personas que tienen esa enfermedad. Por años vi a mi mamá en cirugías, exámenes, quimio y radioterapias. Vi a mi madre sin pelo, con bolsas quirúrgicas en su cuerpo. La vi dormir días enteros luego de las quimioterapias y aprendí a ser silenciosa para dejarla descansar.
Ver a mi amiga enferma de lo mismo, me despertó una especie de instinto maternal que terminó siendo una vorágine de sensaciones mezcladas. Siempre acostumbrada a cuidar a mi amiga, como ella lo hacía conmigo, la acompañé en todo su proceso. La sostuve y tomé su mano, aun cuando no sabía lo costoso que eso podía ser para mí.
En sus momentos de mayor vulnerabilidad siempre me hablaba de sus sentimientos, de lo difícil que era lidiar con la soledad del cáncer, me decía la gente no entendía lo que significaba su diagnóstico. El tipo de enfermedad que tenía era de altísimo riesgo, por lo que, además de lidiar con su enfermedad, tuvo que lidiar con el dolor de ver como su grupo de amigas en la zona oncológica fue muriéndose de a poco.
El tratamiento de la Jesu fue largo y por muchos momentos traumático. De un día para otro, el hospital regional de Temuco canceló el tratamiento para ella, lo que llevó a que movilizara recursos políticos y emocionales para enfrentar lo que sucedía. Creó un grupo de apoyo oncológico que llamó ‘Por mi y por todas mis compañeras’, para apoyarse en esos procesos. Ella misma le entregó una carta en su mano al presidente Gabriel Boric para recuperar su tratamiento, cosa que ocurrió y nos generó muchísimo alivio.
El descubrir que la Jesu tenía metástasis, me desarmó, porque siempre esperamos que las cosas fuesen diferentes. No sabía de dónde sacar esperanza para sostener emocionalmente a mi amiga. La pena me hundió, tuve una tremenda discusión con mi pareja de ese momento y terminamos la relación. Terminé en la urgencia psiquiátrica, porque ya no podía con la angustia de lo que estaba sucediendo.
Luego de eso todo cambió para mí. Empecé a hablar de lo que me había pasado y comencé a conectar los caminos, a entender que la doble enfermedad de mi madre me estaba afectando para sostener a mi amiga. El día de la operación de su pulmón estuve doce largas horas sentada en el living de mi casa, sola, sin saber qué hacer.
Mi madre no estuvo en mucho tiempo porque tenía que hospitalizarse para recibir el tratamiento en los años noventa. Me acostumbré a jugar en las salas de espera del hospital, pero cuando estuve doce horas esperando a mi amiga, entendí que tenía un trauma con el hecho de esperar. Por eso tiendo a ser impaciente y por eso terminé hundida emocionalmente. Estaba reviviendo todas mis experiencias traumáticas al lado de mi amiga, de mi mejor amiga.
La operación salió bien y estuvimos un rato hablando de su recuperación. Meses después, la Jesu me llamó, sentada en su auto en el lago Villarrica. Me preguntó cómo estaba y me contó cómo se sentía, que ya podía hablar bien y que quería escuchar cómo estaba yo. Fui capaz de contarle, llorando a mares, lo que me estaba provocando todo esto que estaba viviendo ella. Lloramos juntas, me dijo que me amaba y que nunca, aunque ella no estuviese, me iba a abandonar.
No pude ver todo lo que la Jesu me sostenía, hasta que murió. Todos los días nos decíamos te amo; pasamos una semana juntas en el verano, recorriendo lagos, tomando mate con azúcar. Como buena canceriana, hacer memorias era lo más importante para ella. Hacerle recuerdos significativos a las personas que amaba y dejar bien cuidado a su hijo. No sentir que la íbamos a olvidar tan fácil.
Es difícil luchar con el cáncer y ver la vida de algún modo más amoroso cuando sabes que estás contra el tiempo. Y verla apagarse de a poquito, sin querer hablar de la muerte porque para ella siempre habría esperanza, fue muy doloroso también. Porque mi amiga jamás se rindió, ni siquiera frente al miedo más grande de muchas personas. Mi amiga luchó por su vida hasta el último momento, hasta su último respiro.
María Jesús me enseñó lo que es el amor incondicional, y luego de su muerte, he podido comprender cómo eso es real para muchas personas. Ver cómo siempre estuvo apoyando a todo el mundo, cómo dejó dispuesto todo para que nada le faltara a su familia, a su pequeño hijo, me emociona hasta las lágrimas. Amar de ese modo, dar de ese modo, es algo que no sé si soy capaz de hacer.
Verla morir también fue verla desaparecer de a poquito. De ser la primera que le daba corazón a mis historias de Instagram, el perfil de la Jesu se fue desvaneciendo, porque el algoritmo así lo manda. De a poco me he hecho amiga de su ausencia, porque la he sabido llenar con amor, con gestos de amor por esa niñita que aún espera a su mamá en la sala del hospital y no sabe cómo entretenerse.
Ver morir a mi mejor amiga me enseñó a verme a mí misma y por eso siempre estaré eternamente agradecida.