Piano piano

El doctor en ciencias políticas, ex asesor presidencial de Lagos, de quien es muy amigo, publicó hace poco El viaje rojo, un ejercicio de memoria, un libro donde repasa con ironía sus 16 años en el Partido Comunista como revolucionario profesional. Hoy, totalmente descreído de asuntos ideológicos, Ernesto Ottone se reconoce un polvorita solapado que se apaga con la misma velocidad con que se enciende. Aquí, sosegado y manso, como corresponde a un hombre al que el corazón le late lento, repasa su vida pre y post comunismo.




Paula 1157.Sábado 27 de septiembre de 2014.

"Los neoliberales son igual de religiosos que los comunistas aunque abracen religiones opuestas", sentencia el sociólogo y doctor en ciencias políticas Ernesto Ottone (66), cuando le comentamos que nos divierte oírlo perder los estribos con Luis Larraín, el director de Libertad y Desarrollo, en la radio Cooperativa, donde ambos participan del programa de actualidad

El primer café, conducido por Cecilia Rovaretti.

Larraín, tipo de talante sereno, ha padecido el furor italiano de Ottone que, sin subir ni cambiar demasiado su tono amable, en esas ocasiones transmite una crispación de gato engrifado. Luego se aplaca porque los furores se le van con la misma rapidez con que le brotan. "Soy reflexivo, cuando era comunista pesaba cada palabra. Hoy sigo hablando muy lento, no como los comunistas, pero despacio. Además, soy bradicárdico, lo que significa que el corazón me late lento, tengo la presión baja. Un conjunto de cosas que la gente cree son virtudes de carácter y que son simple consecuencia de que el corazón me late lento. Así es que cuando todos están trenzados en discusiones muy encendidas, tiendo a enfriarme".

Lo que lo enciende, es evidente: todo lo que huela a religión en un sentido amplio. A dogma. A verdad revelada. Por eso dejó de ser comunista, partido al que ingresó a los 19 años, en 1967, y al que perteneció 16 años y en el que alcanzó altísimos cargos como dirigente internacional de las Juventudes Comunistas. Hoy, su vida es sin filiaciones. Dirige la cátedra de globalización en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad Diego Portales, es profesor de la Universidad de Chile, escribe mucho, se muestra poco y últimamente interpreta para la prensa las opiniones de Ricardo Lagos, de quien es muy amigo y fue su asesor presidencial, tras los polémicos dichos del ex Presidente en Icare.

En agosto pasado, además, publicó el libro El viaje rojo, un ejercicio de memoria (editorial Debate), donde repasa sus años de "revolucionario profesional". El relato tiene su sello: un humor negro y desternillante con que narra el fracaso de sus ideales juveniles, pero que está convencido de que "ha sido apreciado por gente que ha estado cerca del PC, porque es un libro que no tiene ninguna bronca con el PC, más bien rescata esa historia, porque yo a los comunistas les tengo gran cariño". Pero una persona que lo conoce y es crítica de su pasado comunista, dice sobre él: "Ottone andaba en un jet que le ponían los soviéticos".

Entre sus amigos es reconocido porque imita a Volodia Teitelboim a la perfección. Aprieta la boca para achicarla, se humedece los labios y asume la cadencia al hablar del difunto compañero. "Eugenio Lira Massi lo describía como 'un durazno blanquillo con un cuesco marxista leninista'. Después del Golpe, debimos usar chapa por seguridad. Yo era Antonio y Volodia, Pedro, pero como era muy distraído y estaba acostumbrado a que le hicieran todo, cuando me llamaba por teléfono, me decía: 'Habla Volodia; es decir, Pedro, ¿me entiendes?'".

¿El humor negro amortigua el drama de haber construido una vida en torno a un ideal que se te fue cayendo a pedazos?

Sí, todo se construyó mal. Me considero alguien sosegado, palabra tan buena que antes usaban las mamás. Soñaba con ser profesor universitario, dirigente del PC, hacer un doctorado, escribir libros. Y de repente me mandaron a Budapest y empecé a vivir como ratón envenenado, yendo de allá para acá, conociendo gente como Fidel, Arafat, Willy Brandt, Enrico Berlinguer, participando de esas misas comunistas en el Kremlin. Todo hasta llegar a un momento de reflexión en que no me quedó más que decir: "Miren, los quiero mucho, pero creo que la democracia es un valor permanente, que los derechos humanos valen en todas partes; o sea, no estoy de acuerdo con el autoritarismo, la falta de libertad ni la lucha armada". Esto último no por razones filosóficas; desde Santo Tomás ha existido en la filosofía el derecho a la rebelión contra la tiranía. Me opuse porque era un error político, un camino que iba a provocar muerte y no iba a ayudar a botar a la dictadura. La dictadura cayó por los medios propios de los chilenos. Es decir, con una elección democrática.

31.png

"No sé en qué creen los comunistas chilenos hoy. Camila Vallejo y Karol Cariola hablan de justicia, de igualdad, pero no me queda claro con qué proyecto de sociedad van a lograrlas".

"¿QUÉ TE HAI CREÍO, JETÓN?"

Ernesto Ottone llegó al mundo cuando su madre tenía 44 años, misma edad de su papá italiano, "un viudo de muy buen ver", contador, que se había instalado en Valparaíso en los años 20. En el puerto, logró una buena situación económica y trocó la sensibilidad socialista de su familia italiana por una reverencia total por Mussolini. "Me crié debajo de un retrato del Duce, al que mi padre llamaba l'uomo".

Es lapidario al juzgar a su padre: "Corté relaciones con él, porque como presidente de la colonia italiana en Valparaíso apoyó públicamente el Golpe, cuando estaban asesinando a todos. Rompimos por teléfono, porque yo estaba en Budapest. Era un buen hombre que se equivocaba siempre. Si hubiera vivido en Sudáfrica, habría estado a favor del Apartheid, ¡así era! Tenía la cosa antisemita. Siempre escogía el lado incorrecto. En lo único que no se equivocaba era en su amor por el Wanderers. Pero en el resto de sus creencias, todo era un error".

Ottone profesa una admiración sin límites por su mamá, cuya infancia es digna de Dickens; al quedar huérfana de madre y casarse su padre, fue abandonada en un colegio de monjas, donde la pusieron a trabajar en la cocina. A los 11 años se escapó y la criaron "unas viejitas de apellido Sagredo" que la encontraron durmiendo en la Iglesia Espíritu Santo. Estudió Mecánica Dental y terminó ejerciendo como dentista en los altos del Café Riquet del puerto. Allí atendió al viudo Ottone, con quien se casó.

Ottone hablaba en italiano con su padre, estudió en la Scuola Italiana, luego en la Escuela Militar. Fue allí donde dice haber descubierto la diversidad del mundo, porque hasta ahí su vida había sido una burbuja. Luego entró a la Universidad Católica de Valparaíso y se afilió al Partido Comunista.

¿Por qué tomaste esa opción?

En la organización de ese Partido Comunista los dirigentes eran trabajadores que vivían muy modestamente. Predicaban con el ejemplo. Eran lo más cercano a una iglesia laica. Y estaba la gente de la cultura, los Quilapayún, el Pato Manns, Víctor Jara, la Chavela Parra.

En la portada de tu libro te ves de lo más UP, con anteojos de marco grueso, muy vintage. ¿Cómo era la onda?

Sí, estoy con la camisa amaranto, la de la Jota, aunque siempre fui más bien formal. Muchos se acuerdan de que en la Católica andaba desfilando con terno y chaleco. En esa época, todo me atraía. Encontraba que había una densidad tremenda en esa mezcla entre intelectuales y obreros. Me producía una felicidad enorme… y lo de la Unión Soviética era algo muy lejano que había que aceptarlo, compañera, porque al final de cuentas la burguesía era cruel y la Unión Soviética nació bajo el cerco burgués. Entonces comulgábamos con toda esas ruedas de carreta.

¿Manejabas la jerga, el tono, esa clásica manera de hablar comunista?

Claro, tuve que aprenderlo. La clave era separar las sílabas y de-cir las co-sas len-ta-men-te de ma-ne-ra que la o-pi-nión de los co-mu-nis-tas fue-ra u-na o-pi-nión que re-ve-la-ra la pro-fun-di-dad del pen-sa-mien-to de la cla-se o-bre-ra. Había mucho de pedagogía en eso, porque en los 60, en los 70, el PC era un gran alfabetizador. Para muchos reemplazó a la educación formal. Yo admiraba eso. Era como una iglesia laica que luchaba por la justicia con gente normal. No había cowboys ni guerrilleros heroicos allí. Y se usaban conceptos llamativos. "Eso no está bien. No ayuda, compañero".

Recuerda a "un viejo chico de chapa Canales", encargado de cuadros en Moscú. "Me decía '¿Cómo está compañerito? ¿Cómo andan las cosas allá en Hungría? Parece que hay compañeros que tienen opiniones. Hay un poco de dis-per-sión i-deo-ló-gi-ca'. Era divertido el viejo. Consideraba que no era bueno que los compañeros se pusieran a pensar".

¿Había mujeres en las JJCC?

Al principio las mujeres comunistas tenían algo de monja. No se pintaban, usaban faldas muy largas, no eran particularmente atractivas. Peinadas de manera sobria, exigentes, rigurosas, con eso de gran administradora que tiene la mujer. Eso de tomarse en serio las tareas, que veo hoy en las alumnas. Eso de ser confiables y no salir con chivas como los hombres. Con el tiempo y la masividad que alcanzó la Jota, empezaron a entrar muchas niñas, con minifalda, que se pintaban y eran menos monjiles.

Gladys Marín no tenía nada de monja, era sexy. Algunos la comparan con la joven diputada Karol Cariola.

Tenía unas piernas muy celebradas. Usaba mini y era coqueta. Y sí, si hay alguien parecida a Gladys Marín, es Karol Cariola, aunque esta cabra es más bonita. La Gladys era muy atractiva, pero no era bonita parte por parte. No tenía grandes simetrías, pero el conjunto funcionaba. Y era inteligente, audaz, patuda. Podía ser brutal. "¿Qué te hai creío, jetón?", decía.

LA IMPRONTA DE LAGOS

En su acogedora oficina de la UDP, en calle Ejército, Ottone reproduce a su manera esa típica frase que dice: "Si a los 20 años no eres comunista, eres un insensible y, si a los 50 sigues siendo comunista, eres un pelotudo".

¿Qué te parece esa frase: certera o cínica?

Es una caricatura, pero tiene algo de verdad. Ese "algo" se relaciona con el análisis más complejo de las cosas que te dan los años, con la capacidad de ver matices, con haber dejado atrás la cabeza de Far West y no dividir el mundo en buenos y malos.

En 1983, después de haber vivido "como ratón envenenado" en los llamados socialismos reales, "donde el húngaro en términos autoritarios era el más piola", de haber conocido los entresijos de la URSS y los crímenes cometidos en Camboya en nombre del comunismo, de espantarse con Corea del Norte, a la que hoy considera "Disneylandia de los horrores", no comulgar nunca demasiado con Fidel y su Cuba, renunció al PC y se fue a París "con una mano por delante y otra por detrás". Ese año conoció a Ricardo Lagos Escobar, de quien es muy amigo y al que imita a la perfección.

¿Qué impresión te causó Lagos y cómo se hicieron amigos?

Lo vi por primera vez en Francia. Y hubo inmediata conexión. Al oírlo hablar y escuchar sus ideas para salir de la dictadura, me sentí interpretado. Vi al futuro estadista. Y pensé: "Lo mejor que le puede pasar a Chile para restaurar la república, –ésa era mi verdadera obsesión–, es este hombre".

¿Esa impronta republicana de Lagos es la que seduce a los empresarios que lo aplauden en Icare?

No solo a los empresarios: a los boy scouts, a la Cruz Roja, a las monjas. Intenta dibujar tu idea de presidente y te saldrá Lagos. Él transmite la idea de majestad del cargo, de coraje desde lo público, de ausencia de complejos frente al dinero. Esto último es lo que le permite retar y hablarles golpeado a los más poderosos. En eso nos parecemos: yo he sido libre toda mi vida porque no aspiro a nada.

Ya que te has convertido en el exégeta de los dichos de Lagos, ¿crees posible que tenga un segundo mandato?

Para nada. Él ya jugó su papel. No tiene ese interés. En cuanto a mí, te puedo decir que esos seis años en que fui asesor presidencial de Lagos no había ni sábados ni domingos, no me los repetiría por nada. No puedo comprender que haya quienes añoren algo así. Eso de que cuando llueve, puede ser inundación; cuando no llueve, sequía y cuando tiembla, terremoto… Ese vivir en un estado de prevención permanente, donde todo es importante, nada trivial. Cuando se acabó el gobierno, me fui a Brasil a descansar, y bailé y salté tanto, que me quebré una pierna. Fui a la ceremonia de cambio de mando en camilla.

Aunque no viviría ni por nada una segunda parte del segundo piso, confiesa que sí está pensando en hacer otro ejercicio de memoria, tal como El viaje rojo, esta vez con su experiencia en La Moneda. "Mirando desde el segundo piso, podría llamarse".

Los que te pelan dicen que has sido muy hábil para navegar en las grandes burocracias del mundo: la Juventud Comunista Mundial, la Cepal, La Moneda con Lagos. ¿Qué respondes?

O sea, dicen que soy un frescolín, un tipo que camina con paso seguro donde hasta los gatos se resbalan. Pero lo cierto es que soy una persona completamente alejada de los intereses materiales. Creo que las vanidades del mundo son efímeras. Y no anduve en jet soviético, como te dijeron; a lo más, en aviones militares: tengo millones de millas en Aeroflot, una línea que no era precisamente modelo de lujo.

32.png

LA CERTEZA QUE QUEDA

¿Qué te parece el PC de hoy, los dirigentes viejos y la generación más joven?

Me pregunto en qué creen los que no creen. No sé en qué creen los comunistas chilenos hoy. Hablan de una sociedad más justa, pero ¿creen en un modelo centralmente planificado para alcanzarla?¿Son marxistas leninistas?, no sé qué es lo que les sirve del marxismo leninismo, qué idea tienen de sociedad. No lo sé, porque el marxismo leninismo perdió sentido como forma de entender el mundo. No sirvió.

Cuando escuchas a Camila Vallejo, a Karol Cariola, ¿qué entiendes de sus creencias?

Hablan de cosas muy prácticas, muy bien intencionadas: justicia, igualdad, pero no me queda claro cómo, con qué referente, con qué proyecto de sociedad van a lograrlas. Es como promover el amor a la madre, ¿quién podría oponerse? pero no dicen cómo lo consiguen.

A Ottone, tras su abandono del comunismo, las ideas que le hacen sentido son las del desaparecido economista Fernando Fajnzylber, que forman parte de la base de lo que fue el gobierno de Lagos. Y que apuntan a conciliar los ideales de igualdad con dinamismo económico. El neoliberalismo extremo le resulta irritante porque, dice, le indignan los fanatismos. "Prefiero los malos a los fanáticos. Los que le dan carácter de ciencia a la economía y los que les piden a las políticas públicas que hagan feliz a la gente. La felicidad es algo muy difìcil, muy delgado, que se rompe con gran facilidad. Medirla es absurdo. Lo que se puede medir es la sensación de bienestar".

Ahora hay una sensación de malestar en Chile y desalentadoras cifras de crecimiento. ¿Cómo ves el clima que ha creado la Reforma Tributaria?

Calma, calma, calma. La economía capitalista tiene ciclos. Ahora Latinoamérica viene saliendo de "una coyuntura dorada", que duró entre 2004 y 2013 por el dinamismo de China, de India, la demanda de materia prima, hubo muchas causas para esa coyuntura. Hoy la economía estadounidense vuelve a crecer, las inversiones regresan al centro y a nosotros nos tocarán unos años duros. La Reforma Tributaria es necesaria y afecta solo al 20 por ciento de los chilenos, que son los que pagan impuestos. Parece lógico que haya resistencia, por algo los impuestos se llaman "impuestos" y no "voluntarios".

¿Hay mucha codicia entre los que más tienen?

Ay, el ser humano es un bicho muy raro. Como decía Rousseau, donde hay propiedad, hay codicia. Yo no sueño con propiedades. Mi felicidad está en escribir, oír música, ver películas y hablar con mis amigos. Con Lagos hablamos mucho.

"No sueño con propiedades. Mi felicidad está en escribir, oír música, ver películas y hablar con mis amigos. Con Ricardo Lagos hablamos harto. ¿Que si pelamos mucho? Lagos no pela. El pelador soy yo".

¿Pelan?

No, Lagos no pela. Yo soy pelador.

Ottone vive en un departamento en el límite de Nuñoa y Providencia, con su segunda mujer, Eliana Rahal. Antes de volver del exilio, se separó de la primera, la madre de sus dos hijos, María Soledad y Ernesto, a quienes dedica el libro El viaje rojo.

¿Qué tal eres como papá?

Soy muy papá. Cuando eran niños tuve con mis hijos una cotidianidad intermitente, porque viajaba mucho, pero me perdonaron. Soledad y Humberto han resultado personas muy solidarias, simpáticas, divertidas. Somos muy cercanos.

A su mujer, la considera "buena gente", porque algunos fines de semana lo acompaña al estadio, que queda a pocas cuadras del departamento que tiene en Playa Ancha. "El Wanderers representa para mí la pasión; en ese ámbito no hay nada de razón.

Es el olor de la infancia, del pasto que respiraba a los 4 años, cuando mi papá me llevaba a ver jugar al equipo y dejaba de ser ese hombre autoritario y nos reíamos y él echaba garabatos. Es el espacio de la juventud, de los compañeros de universidad. Es lo que no tuve y de lo que por eso mismo no quise saber nada cuando viví fuera", cuenta, serio y sin un dejo de ironía.

Las más de las veces va a ver al Wanderers con Agustín Squella, su amigo porteño, uno "de primera línea", al que define como "un pelusa, aunque sea filósofo". Juntos vibran y comparten la única certeza ideológica que Ernesto Ottone ha mantenido intacta a lo largo de sus 66 años: la pasión por el Wanderers.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.