Fue en abril de este año cuando se hicieron virales las imágenes de cientos de cadáveres en Ecuador. Se trataba de personas que, luego de morir por coronavirus, eran apiladas en los hospitales, calles y casas. Guayaquil ya no daba abasto con tantas muertes y los cuerpos –embalados en fundas negras o, incluso, solo cubiertos por una bolsa– reposaban a la espera de ser retirados por las autoridades.
Al momento de mostrar aquellas imágenes que podrían ser más evidentes, Instagram advirtió que se trataba de un contenido delicado, es decir, que incluía información que algunas personas podían encontrar ofensivas o perturbadoras. La decisión de verlas, entonces, dependía de uno mismo. Sin embargo, aunque los detalles de la noticia estaban escritos en el texto, fueron varias las personas que –incluyéndome– hicieron click en ‘ver foto’, o al menos las suficientes para lograr que se masificaran. Porque no bastaba con saber lo que estaba pasando, sino que debíamos verlo con nuestros propios ojos. “¿Qué tan perturbadoras pueden ser?”, es lo que siempre me pregunto con ese tipo de advertencias. Lo peor es que, si lo son, las veo detenidamente.
Algo similar pasó con la tragedia de George Floyd, quien murió el 25 de mayo de este año a manos de policías estadounidenses a raíz de una asfixia. Si bien creo que, en este caso, era importante (y casi un deber) ver la brutalidad de la escena, el tema es cuántas veces. Porque había alguien sufriendo, agonizando, muriendo. Uno de los videos que muestra el momento preciso de lo ocurrido, publicado por el canal de Youtube de The New York Times –y que también cuenta con un advertencia por parte de la plataforma– tiene más de 12 millones de visitas.
Y, sin lugar a dudas, uno de los casos más alarmantes de asesinatos que han estado registrados de manera audiovisual y que se han viralizado a través de internet es el de la muerte del periodista James Foley, quien fue decapitado en 2014 por ISIS. Aunque el video ya no se encuentra disponible, al buscarlo en Youtube aquellos que tienen de portada una imagen del momento exacto del asesinato, son los más reproducidos.
En 1986, el psicoanalista estadounidense y profesor de la Universidad de Delaware, Marvin Zuckerman, se refirió a la ‘curiosidad mórbida’ como aquellos hechos de carácter oculto o prohibido que atraen a individuos que “puntúan alto en la escala de búsqueda de sensaciones”. Además, según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Wake Forest, el interés por lo mórbido o por ese lado más oscuro de la conducta humana siempre ha estado presente en nuestro cerebro, y por lo tanto, es propio del ser humano.
El psicólogo clínico de la Universidad Católica, Eduardo Herrera, concuerda con esto. “Si bien vivimos en una sociedad que cotidianamente es muy violenta, también somos muy domesticados –excluyendo los casos de abuso u otras situaciones–, pero la mayoría de quienes consumen contenido morboso suelen llevar una cotidianidad más tranquila. Entonces, es como una búsqueda de intensidad, que remueva y haga sentir cosas. Y para lograr eso, necesitamos imágenes a las que no estamos acostumbrados a ver y que no son fáciles de tolerar”, explica.
Para la psicóloga clínica Alejandra Rodríguez, docente de la Universidad Diego Portales, Universidad de Chile y USACH, esto también se relaciona con la necesidad de hacer lo prohibido. “El morbo se define como una característica bastante común entre las personas que consiste en la tendencia a querer ver, escuchar, oler o hacer cosas que están prohibidas en términos sociales. Es la tendencia consciente o inconsciente de buscar lo que transgrede las normas sociales”, dice. Herrera concuerda: “Este tipo de contenidos, en general, nos atrae porque activa algo que tiene que ver con lo prohibido, ya que al no poder hacer ciertas cosas, se enciende el deseo. No por ejecutarlas, obviamente, pero hay una impulsividad por tener que verlas. Todas las personas tenemos deseos y nos pueden atraer aquellos que se encuentra al otro lado de los límites. Y ahí entra el morbo”.
Ambos especialistas ejemplifican esta sensación con el hecho de detenerse a ver un accidente tránsito. Y es que, si somos honestos, la intención de ver no es para chequear si necesitan ayuda, sino que simplemente para observar qué tan trágico es lo que está sucediendo. La buena noticia es que esto, al igual que el hecho de aceptar el contenido morboso que las plataformas publican, no significa que haya algún problema mayor o que seamos perversos.
Sin embargo, esto depende de algunas cosas. “Aunque se trate de algo común y bastante primario, es importante detectar cuánto está presente en la vida de uno. Si se trata de algo inusual y esporádico no hay de qué preocuparse, pero si una persona está constantemente en la búsqueda de esas imágenes, claramente hay una problemática. Porque todas las presencias extremas caen en un rango disfuncional y patológico”, comenta Alejandra. “Si hay una necesidad muy compulsiva y se necesita ver esto de manera reiterada, es necesario que se consulte porque podría haber algo más. Es como volverse adicto”, concluye Eduardo.