Hace un mes se publicó en Mother.ly –una comunidad virtual que busca ser una red de apoyo para madres alrededor del mundo– una foto en blanco y negro de una mujer canadiense que había recién tenido gemelos. El texto que acompañaba la foto, una reflexión de la misma protagonista, decía lo siguiente: “Estos son algunos de los comentarios que recibí cuando subí esta foto a mis redes sociales hace unos meses: ‘Wow, ¿acabas de parir adolescentes?’, ‘¿Acaso hay 100 guaguas adentro tuyo?’, ‘Eres asquerosa, no deberías tener hijos’, ‘Deberías comer sano para tener un cuerpo sano y lindo’. Publicar fotos de un momento en el que me sentí increíblemente hermosa y agradecida por este cuerpo, y luego ser destrozada en la sección de comentarios fue un viaje. Un viaje completamente injusto y brutal. Sin mencionar que estaba a 12 días de haber parido a gemelos”.
Con esas palabras, Kelly Baily –cuya foto y reflexión se volvieron viral en páginas de maternidad y temas de género– daba a entender que había recién sido madre y en vez de enfocarse en eso, la mayoría de los comentarios que recibió parecían centrarse en su apariencia, o, más específicamente, en su cuerpo. Una situación que ella misma tildó de familiar para la mayoría de las mujeres. “Los comentarios me afectaron profundamente en un momento en el que no estaba segura de mí misma, de mis habilidades como madre, de si iba a ser capaz de navegar la vida con gemelos, de cómo me iba a recuperar después de una cirugía y si me iba a sentir cómoda en mi nuevo cuerpo posparto. Al final, pase lo que pase, nuestro cuerpo siempre va ser tema”.
En 2019 se estrenó Carne (Flesh), un documental animado de la cineasta brasileña Camila Kater, en el que cinco mujeres dan cuenta de que a lo largo de sus vidas y en distintas etapas se han sentido tratadas más como un cuerpo –o un pedazo de carne– que como personas. Una de las protagonistas relata que desde muy chica, al ser más ancha que sus compañeras de colegio y al tener una madre nutricionista, se dio cuenta que ninguna mujer vive realmente en su propio cuerpo, porque termina siendo más ajeno que propio. “Me doy cuenta que las personas ven un cuerpo gordo y lo perciben como un cuerpo transitorio. Para mi madre, por ejemplo, yo no era gorda, estaba gorda. Y eso era un fracaso para ella como nutricionista”.
Otra de las mujeres retratadas relata la hipersexualización a la que siempre se ha enfrentado por el simple hecho de ser negra. “Mi cuerpo siempre ha estado en cuestión, porque al ser negra y de caderas anchas, hay una asociación casi automática a la sexualidad”. Y otra, en cambio, confiesa que cuando era chica supo de inmediato que era poco conveniente haber nacido mujer; “Este cuerpo claramente limita nuestras libertades”, dice.
Y es que, como se da a entender en la reflexión de Kelly Baily y en el relato de las cinco mujeres que protagonizan el documental, de alguna u otra manera el cuerpo de la mujer –y solamente por el hecho de ocupar un espacio físico– siempre va estar en cuestión o sujeto a comentarios y el escrutinio de los demás. Desde la juventud hasta la vejez, sea grande, chico, liso, arrugado, y de cualquier talla, el cuerpo de la mujer se percibe a nivel social como algo que se puede criticar, comentar o regular. Algo que es íntimo y personal, pasa a ser de esa forma, un asunto abierto a la opinión pública.
Y es que así, según la socióloga de la Universidad de Chile y Directora del área de estudios de CIDEM, Javiera Menchaca, se ha logrado mantener el orden patriarcal luego de que las mujeres consiguieran –tras la primera y segunda ola feminista– la autonomía material. Como explica la escritora estadounidense Naomi Wolf en su libro El mito de la belleza (1990), si bien los derechos de las mujeres han aumentado, la presión que sienten por adherir a estándares sociales impuestos e inalcanzable de belleza física también aumentó, debido principalmente a la publicidad y a los medios de comunicación masiva.
Y esa presión, como explica la autora, compromete la capacidad de las mujeres para ser eficaces y aceptadas por la sociedad. “Durante la década pasada, el tiempo que las mujeres lograron traspasar la barrera de la estructura de poder, los desordenes alimentarios se multiplicaron y la cirugía plástica se volvió la especialidad médica de más rápido crecimiento. Durante los últimos cinco años se duplicó el gasto consumista, la pornografía se volvió la categoría más importante dentro del medio publicitario y 33.000 mujeres norteamericanas confesaron en una encuesta que su meta más importante en la vida era la de perder entre 5 y 10 kilos. Muchas mujeres tienen más dinero, poder, campo de acción y reconocimiento legal del que jamás habíamos soñado, pero con respecto a cómo nos sentimos con nosotras mismas físicamente, puede que estemos peor que nuestras abuelas”, escribió en la introducción. Y siguió: “La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres; una población tranquilamente loca es una población dócil”.
Es esto, justamente, lo que explica Menchaca; la fijación por la belleza física –además de ser una belleza impuesta y hegemónica– deviene en una de las maneras más efectivas de mantener el control social sobre las mujeres, pero lo más fuerte es que ya no se trata únicamente de algo externo. “A través del mito de la belleza, que está muy fomentado y reforzado por la industria estética de los años 90, se ha mantenido el orden social. Fue a mediados de los 90 que la mujer empieza a ser la principal consumidora y también principal público objetivo del marketing. Pero esta obsesión está tan arraigada que ya es interna. Una misma se va inhibiendo por no calzar con los cánones o por no ser considerada lo suficientemente bella o flaca”, explica. “Es una obsesión de las mujeres que culturalmente se nos ha inculcado pero que de alguna manera nos mantiene dóciles y obedientes, porque también nos distrae. Por eso el cuerpo de la mujer siempre es tema. Uno lo ve con las mujeres que están en cargos públicos, siempre se las va definir desde ahí, por ejemplo. Para ser validadas, tenemos que calzar con el estereotipo”.
Como explica la psicóloga y gerente del área de estudios cualitativos de Ipsos, Karla Zamora, las niñas van configurando la identidad a partir de sus cuerpos durante la infancia. “Al hombre se lo reconoce –y se auto define– a partir de la inteligencia o del humor. Para las mujeres, esas cualidades no logran escudar todo lo demás. La mujer solo es validada a través de lo que se ve en apariencia, porque como históricamente ha sido relegada al espacio privado, eso y ser buena madre o esposa pasan a ser las únicas maneras de darse a conocer. Por eso desde chicas vamos configurando nuestra identidad desde ahí, porque hay todo un ecosistema opresor respecto a nuestros cuerpos”, explica. Esto es posible verlo, según la especialista, en el colegio, cuando las niñas que cumplen con el estereotipo de belleza están mayormente protegidas de la burla y la soledad. “Eso establece un precedente; a las mujeres bonitas les va mejor, tienen más entrada y mejores condiciones. Por suerte esto está cambiando con las generaciones nuevas, pero sigue siendo un tema”.
La psicóloga clínica de Espacio Seguro y magister en Trauma y Psicoanálisis Relacional, Daniela Ruiz, explica que desarrollar o conformar un cuerpo de acuerdo a un estereotipo permite sentirse parte de un grupo privilegiado. “Ahí lo que se desarrolla es un concepto que tiene que ver con formas, que está asociado a qué lugar ocupo yo en la sociedad”, explica. Sin embargo, históricamente, lo que ha condicionado esto es la imagen de la mujer delicada y el ideal de belleza asociado a la fragilidad. “De ahí surgen los conceptos de virginidad, de la mujer frágil, que siendo reforzados culturalmente, se transforman en mandatos invisibles que van agarrando forma en políticas legales. Finalmente, pareciera ser que lo que nos define como mujer tiene que ver con algo estético, que queda dicotomizado; al hombre se lo posiciona en un lugar de trabajo y de esfuerzo por lo tanto desde ahí los cuerpos deben ser musculosos o varoniles, y a las mujeres en el espacio privado y por ende tienen que ser representantes de la delicadeza hecha cuerpo”.