Decir que “estamos enfermas” o “indispuestas” es casi una expresión común cuando las mujeres menstruamos. Lo escuchamos de nuestras amigas, en los espacios laborales o incluso lo decimos nosotras mismas. Es prácticamente una costumbre. Sin embargo, el lenguaje con el que nos referimos al ciclo menstrual no es una casualidad y dice mucho sobre cómo nos relacionamos culturalmente con la biología y los procesos del cuerpo femenino. “El cómo nombramos las cosas tiene un impacto directo en cómo las vivimos”, dice Eugenia Tarzibachi, psicóloga y doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y autora del libro Cosa de mujeres: Menstruación, género y poder. “A nivel social, la experiencia de las biomujeres ha sido asociada a la vergüenza, al asco, a lo abyecto. Y desde esa explicación, es lógico que las mujeres hayan tratado de buscar códigos secretos para referirse a la menstruación en publico. Ahí es que aparecen estos eufemismos que dan cuenta de la vergüenza y tabú social”, agrega.
Según una encuesta realizada por la aplicación de salud menstrual Clue, existen al menos 5.000 eufemismos para referirse a la menstruación en 10 idiomas distintos. Frases o palabras que el 78% de los encuestados a nivel mundial reconoció utilizar al momento de referirse al ciclo menstrual y que van desde “Andrés (que llega una vez al mes)” hasta el clásico “estoy en esos días” o “me llegó la regla”, entre otros. “Decimos que ‘estamos enfermas’ y buscamos denominaciones que nunca digan ‘menstruación’ para invisibilizar este proceso. Existe una transmisión cultural que da cuenta de que la menstruación es algo que no tenemos que ver, que tenemos que ser cuidadosas, y que nos hace sentir sucias por un percance o por algo natural”, analiza la antropóloga de la Universidad de Chile, Carolina Franch.
Pero, ¿desde dónde surgen estas concepciones culturales erróneas? Si bien es difícil identificar los orígenes de la vergüenza menstrual, las referencias históricas instauradas por la religión juegan un papel clave en este fenómeno. La Biblia, por ejemplo, sostenía la existencia de una supuesta impureza de la mujer al momento de la menstruación, mientras que El Corán sugería alejarse de quien menstruaba por considerar dañino el fluido del ciclo. Actualmente, y aunque nos parezca ajeno, algunas de estas prácticas aún subsisten en determinadas comunidades, como la del judaísmo ortodoxo, donde se exigen ‘baños de purificación’ y abstinencia sexual durante los días de sangrado menstrual. “Todas las culturas han diseñado restricciones y tabúes para que los cuerpos de las mujeres no circulen libremente. Si menstrúas, por ejemplo, no puedes ir a la plantación, o entrar al mar, o ir a una mina, o lo que sea. Lo que hacen esas narrativas ficticias es marcar que la circulación de ese cuerpo es restringida”, analiza Franch.
Sin embargo, el tabú social asociado a la menstruación no solo se ha alimentado de las religiones y el conservadurismo, sino también de los discursos impulsados por la industria de los productos de salud menstrual. “En la publicidad, se pone el líquido azul y se aleja la toallita de los comerciales. En general, en esos contenidos se alude a la higiene y no a la efectividad de los productos, y todo eso es un síntoma de la lectura negativa que hay hacia el cuerpo de las mujeres”, analiza Franch.
Un ejemplo de esto es lo que ocurrió en 2019 en Australia cuando la empresa de salud femenina Libra decidió lanzar, por primera vez, un comercial donde se veía explícitamente sangre menstrual. A pesar de ser un gran avance para visibilizar el tema, la agencia reguladora de publicidad del país recibió más de 600 quejas por la emisión del spot, apelando a que era ‘inapropiado’, ‘ofensivo’ o incluso ‘asqueroso’. “El modo encriptado que tiene la industria publicitaria es una manera de trasladar el tabú a una estética determinada que no puede mostrar de lo que hablamos. Hoy hay mucho juicio social sobre esto. Por lo mismo, hay discursos más renovados, muy progresistas, que promueven una experiencia más conectada y amorosa con el cuerpo. Pero también hay otros que siguen haciendo un reciclaje de narrativas antiguas”, indica Tarzibachi.
De esa manera, los modos públicos de referirnos a la menstruación han invisibilizado este proceso, pero no solo eso; también han generado que niñas y adolescentes se enfrenten a su ciclo con miedos injustificados y con mayor desinformación. Una investigación, realizada a adolescentes de Perú, da cuenta de este fenómeno. Según el sondeo Retos e Impactos del Manejo de Higiene Menstrual para las Niñas y Adolescentes en el Contexto Escolar, ejecutada por Unicef y el Instituto de Estudios Peruanos, un 54% de las escolares reconoció no saber de dónde proviene la sangre menstrual y un 99% de las encuestadas afirmó haber sentido vergüenza o temor a mancharse por su período. Como explicación a esos sentimientos, aparecen las burlas de sus compañeros o la manera que ellos tienen de referirse a sus ciclos menstruales.
Y en regiones más alejadas a la nuestra, esta desinformación suele ser más grave. Según otro estudio de Unicef de 2015, un 48% de las niñas en Irán y el 10% de las niñas en India creen que la menstruación es una enfermedad. Una realidad que quedó reflejada en el documental -y ganador del premio Óscar- Period. End of Sentence, que muestra cómo un grupo de mujeres que vive en un pueblo rural de India se organiza para luchar en contra del estigma hacia el período menstrual, desarrollando productos sanitarios para sus habitantes.
Entonces, hablar del período menstrual, sin eufemismos y con todas sus letras, puede ser una gran manera de abordar el tema, sobre todo con las y los adolescentes. “Me parece importante hablar de la menstruación como un signo vital más del cuerpo como puede ser la respiración, la presión arterial y la frecuencia cardíaca, porque, de alguna manera, nos indica que estamos sanas”, explica Eugenia Tarzibachi. Así, con la utilización correcta del lenguaje y la explicación adecuada del ciclo, se puede evitar la generación de falsas creencias que, incluso, provienen de los mismos padres o madres.
“El decir ‘estar enferma o indispuesta’ son términos que tienen una connotación negativa. A veces, se nos olvida que las niñas nos escuchan a nosotros cuando decimos esto, y ellas llevan años esperando que esto ocurra, entonces le tienen pavor a la primera menstruación”, dice la ginecóloga de la Clínica Santa María, Andrea Von Hoveling y agrega: “Las palabras tienen implicancias. Entonces si alguien dice ‘estoy enferma’ es mejor preguntar: ¿realmente estas enferma o es una costumbre decirlo así? El explicitar que no es lógico hablar de ‘estar enferma’, poco a poco, va a ayudar a que esa palabra e idea se vaya erradicando”, indica.
Para comenzar este cambio, Eugenia Tarzibachi sugiere instalar el tema en las escuelas y en la industria publicitaria, con discursos más renovados, que vayan más allá de lo biológico o médico. “Hay que estar atentas a los sentidos con los que transmitimos la experiencia a la hora de educar a las nuevas generaciones, para que tengan una vivencia corporal más feliz o positiva. Porque cuando le decimos a una niña que ‘se hizo señorita’ por el primer sangrado, y le pedimos como paso siguiente que oculte la menstruación, se entregan sentidos contradictorios”, afirma.
Sin embargo, al ser un tema tan transversal, también se puede instalar en la conversación diaria, con las compañeras de trabajo, con las amigas o con nuestras madres y hermanas. “Lo que se enseña hoy no es la menstruación, sino los tabúes en torno a ella. Que tienes que usar toallita, que te tienes que limpiar y que existen mecánicas para ocultarla y que no queden registros. Por eso, hay que pensar cómo replanteamos comunitariamente modelos más justos asociados a experiencias de los cuerpos femeninos, y eso parte desde la socialización en casa, pero también desde la postura con amigas y la educación sexual integral”, termina Carolina Franch.