¿Por qué es más fácil terminar nuestras relaciones amorosas cuando odiamos al ex?

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Para la ruptura de una relación, la monogamia pareciera tenerlo todo escrito. Los finales suelen estar tintados de “buena onda”, rarezas o, en su defecto, odio. Es este último el sentimiento que a veces funciona como un ingrediente explosivo que ayuda a destruir la identidad romántica que alguna vez existió y que permite que deje de haber un “nosotros”.

Como asegura la autora catalana Brigitte Vasallo en su libro Pensamiento monógamo, terror poliamoroso, “la dinamita monógama son los binomios ‘conmigo-contra mí’ y ‘amor-odio’ (…) y emparejar, valga la ironía, amor con odio, forma parte de una construcción perversa del amor, teñida con la sombra constante del odio, con su amenaza y forma parte también de una construcción brutal del odio, que no contiene ni una pizca de amor. Es, para decirlo más fácil, una excusa para el odio cuando el amor ya no sirve y necesitamos dinamita para romper”.

Y es lo que le ocurrió a la creadora digital Laura Iturra, una mujer de 25 años, que hasta hace poco no tenía una excusa para odiar a su ex pololo, tampoco para olvidarlo ni dejar de pensar “qué hubiera pasado si”, y que, gracias a un mensaje anónimo, obtuvo la razón que no sabía que necesitaba para alejarse definitivamente de quien le había hecho tanto daño.

“Mi relación era muy básica, muy normal, sí o sí le faltaba pasión y no me refiero a cosas como amor fogoso o sexo, sino que faltaban de verdad sentimientos amorosos pasionales que me hicieran decir ‘ya, me voy a quedar aquí’. Al final terminé porque mi relación era fome, no había de parte de él demostraciones físicas, verbales, emocionales, psicológicas de amor; porque puedo firmar que era la mejor polola del mundo, pero me faltaba la parte de él y fue penoso, porque siempre esperé que él me buscara de vuelta, que me peleara un poco la terminada, cosa que nunca pasó”, cuenta.

Reconoce que a eso también se refiere cuando dice que faltaban los elementos pasionales. “No estaba este amor loco de decir: ‘espera, no terminemos, me la juego por ti’. Por eso yo siempre tuve mucha pena y eso también me hizo pensar durante un tiempo qué hubiera pasado si yo no hubiese terminado, si hubiera sido más conciliadora con la relación, cosa que ahora, mirando para atrás, era absurdo. Y no es que yo le pidiera mucho, que fuera muy exigente, sino que realmente me faltaban cosas y me tuve que ir nomás”.

En un principio todo fue muy abrupto. Luego conversaron un par de veces durante los dos meses que le siguieron al término, y entraron en una dinámica en la que se bloqueaban y desbloqueaban de las redes sociales. Pero según ella, habían terminado “en buena”. Todo hasta que una tarde, mientras Laura descansaba en su casa, le llegó una notificación con un mensaje anónimo que, de un momento a otro, la haría cambiar su percepción de la relación que había tenido hace un año.

“Era de una mujer que me decía: ‘oye Laura, tengo que hablar contigo. Tú probablemente no sabes quién soy, pero fui parte de algo muy tóxico que te involucró a ti y necesito sacarme esto de encima’. Me dijo que ella había tenido una relación paralela con mi ex durante tres meses, que habían vivido juntos, que se mandaban mensajes todo el día; que fueron al Festival de Viña y todo esto pasó mientras yo estaba de viaje con mi familia”, cuenta.

Laura al leer esto no lloró de pena, es más, dice que no le pasó nada terrible, sino que quedó sorprendida. Incluso pensó que esto era lo que le faltaba para poder encarar a su ex. “Lo primero que le dije a ella fue que estuviera tranquila, que la perdonaba y que no se preocupara por mí; le dije también que le creía. Decidí encararlo a él y fue la primera vez que sentí que por fin le decía todo lo que nunca le dije”. Y es que recién en ese momento se dio cuenta de que al terminar nunca fue clara con sus razones. “No le dije ‘te estoy pateando porque nunca escuchaste lo que necesitaba’, y disfracé esa justificación diciéndole ‘es que quizás ya no te amo tanto’”, confiesa. Como si no hubiese sido suficiente razón para terminar, que ella no se sintiera bien, o tomada en cuenta.

Al final Laura necesitó de un hecho concreto, que socialmente justificara sentir odio por su ex, para atreverse a decirle las cosas; necesitó una razón para odiarlo, para sentirse segura de haber puesto fin a su relación. Según un estudio publicado por la revista científica Cognition and Emotion, las personas con sentimientos negativos hacia las ex parejas, tienen menos probabilidades de terminar con depresión y estrés. A largo plazo –dicen– este odio se traduce en una mejor salud mental en comparación a las personas que mantienen una buena imagen de sus ex. Pero para la doctora María Elisa Miolina, directora de la Unidad de Investigación en Procesos Relacionales y Psicoterapéuticos de la Universidad del Desarrollo, las emociones como el odio y la rabia funcionan solo como herramientas para romper, distanciarse y levantar murallas hacia esa persona con la que se está terminando.

“Muchas veces lo que ocurre es que cuando hay una ruptura, se genera una hostilidad exacerbada, y para poder ayudarse a romper y a distanciarse, a veces se necesitan estos sentimientos que permiten levantar murallas y poner límites donde no los hubo y, de esta manera, poder generar la distancia que de alguna manera te hace protegerte”, explica. Sin embargo agrega que ”el inicio de poder manejar el sufrimiento, la depresión y el estrés de un quiebre, probablemente esté en sentimientos como el odio, pero no creo que el odio, a su vez, no genere depresión ni estrés. Por eso yo diría que como recurso para manejar sentimientos depresivos y de estrés, se necesita de rabia más que de odio, porque es una emoción momentánea”, explica.

Carolina Aspillaga, doctora en psicología, académica e investigadora que ha dedicado buena parte de su carrera a estudiar las relaciones amorosas y el concepto de amor romántico, cree que la clave para superar un quiebre amoroso, está en entender el proceso y darle una explicación, no el odio.

“Terminar una relación siempre es difícil e implica un duelo, que pasa por distintas fases y que, cuando lo hace, es un duelo que queda bien resuelto, porque si yo me quedo solo en la fase de la ira, probablemente no voy a sentir la tristeza, pero esa sensación de pérdida igual estará. Para que un proceso de duelo sea exitoso, en términos de que después yo pueda vivir con calma esa pérdida, resignificar y armar nuevos proyectos, hay que pasar por todas las fases”, explica.

Lo que ayuda, asegura la experta, es desligarse de las expectativas sociales y culturales respecto de lo que es estar en pareja o estar enamorada, los mitos del amor romántico y el significado social que puede suponer estar soltera. Además, agrega, “es importante, cuando uno está viviendo un proceso de duelo, preguntarse qué es eso que estoy perdiendo, si es la idea de estar en pareja o algo que me gustaba de esa persona”.

Lo sano, dice, es tener una explicación clara de por qué ocurrieron las cosas, pero muchas veces, pareciera que el dejar de amar no fuese en sí misma una razón poderosa para terminar una relación o bien, la idea de que, si hay realmente amor, los problemas debieran superarse. “Si una está en una relación y se siente cómoda, por ejemplo, pero igual hay algo que no te está satisfaciendo, ves esta lista de los estereotipos sociales y piensas: ‘bueno, se supone que yo debería estar contenta’ y lo enfrentas a tus sentimientos. Se hace difícil terminar cuando ya no sientes que es la relación en la que quieres estar debido a este estándar social de lo que se supone que es una buena relación”.

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