Angélica Castro (32) lleva más de un año despertando a las 5:30 de la mañana. Sabe que en ese horario la casa está en silencio y que, pese a la oscuridad, es el mejor momento para adelantar en su trabajo. Tiene en total dos horas antes de que se despierte el menor de sus tres hijos, de un año y medio, y atesora ese momento como si fuera el único durante el día en el que logra que las cosas fluyan sin mayor dificultad e interrupción. Porque lo es. Una vez que se despierta el resto, como dice ella, es poco lo que logra controlar y a estas alturas sus intervenciones parecieran ser cada vez más fútiles. “A más de un año de pandemia, estoy agotada y me entregué al caos. Sé que no soy la única, o necesito creer que no lo soy”, confiesa.
Su marido, cuya carga laboral es más pesada en las tardes, es el que se encarga del desayuno y de instalar el computador para que los hijos mayores puedan asistir a las clases virtuales. Por mientras, Angélica ya planificó y racionalizó las comidas del día, puso a lavar ropa y adelantó, al menos durante un rato, algunos de sus pendientes, pero la lista parece no terminar nunca.
Su primera reunión laboral es a las 9:00 de la mañana. Pero en ese horario ya no reina el silencio. Por el contrario, como si se tratara de algo meticulosamente calculado, en ese preciso momento empiezan los gritos, los accidentes, los llantos y los interminables llamados de ayuda. “Apenas me siento y prendo el computador para meterme a la reunión diaria que tengo con mi equipo, escucho los primeros ‘mamá, necesito esto’. No puede ser que con todo lo que se ha visibilizado y puesto en evidencia, las familias sigamos sin contar con apoyo en la crianza. Y eso que soy de las privilegiadas que mantuvo su trabajo. No se trata ya de corresponsabilidad parental, aunque ese sea el primer paso. Esto tiene que ser más grande porque criar es responsabilidad de todos”.
Angélica se refiere a la corresponsabilidad social, que va mucho más allá de la corresponsabilidad entre madres y padres. Ese es un primer paso, como dice ella, y ciertamente uno fundamental. Pero al involucrar a la sociedad, se reconoce el cuidado como una necesidad de quienes lo requieren y de sus cuidadores, velando para que sea una tarea compartida entre el Estado, el sector privado, las familias y los hogares. Esa noción parte, según explica Carmen Andrade, directora de la Oficina de Igualdad de Género de la Universidad de Chile (que en 2018 implementó la Política de Corresponsabilidad Social en la Conciliación de las Responsabilidades Familiares y las Actividades Universitarias), del siguiente razonamiento: Así como la producción de un país –que genera bienes y servicios– es una tarea social, la tarea de la reproducción, que es igualmente importante y que garantiza la vida en sociedad, también debiese serlo. “Sería impensado que la producción fuese tarea únicamente de las mujeres o de las familias. Así mismo tiene que ser con la reproducción entonces. Sin embargo, está feminizada y privatizada”, explica la especialista. “No basta con que se incorporen los hombres, ese es un paso necesario, pero hay que transformarla en una tarea social y sacarla del espacio privado porque no puede recaer únicamente en las familias”.
Porque además, como explica la directora de estudios de ComunidadMujer, Paula Poblete, que recaiga en las familias significa que recae en la mujer. Desde antes de la pandemia, las cifras lo demostraban; en las parejas heterosexuales adultas –de entre 24 a 59 años– que cohabitan y en las que ambos cuentan con un trabajo remunerado, las mujeres destinan en promedio 6,6 horas al día al trabajo doméstico y de cuidado versus 3,2 horas en el caso de los hombres. Es decir, las mujeres hacen el doble del trabajo no remunerado en la casa, incluso cuando además tienen un trabajo fuera de ella.
Y durante la pandemia, si bien no se ha realizado aun la encuesta ENUT que permitiría actualizar esa cifra, organismos como ONU Mujeres y Cepal también lo han advertido; en el informe Cuidados en América Latina y el Caribe en tiempos de COVID-19: Hacia sistemas integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación, publicado en agosto del 2020, se plantea que la crisis “ha demostrado la insostenibilidad de la actual organización social de los cuidados, intensificando las desigualdades económicas y de género existentes, puesto que son las mujeres más pobres quienes más carga de cuidados soportan y a quienes la sobrecarga de cuidados condiciona, en mayor medida, sus oportunidades de conseguir sus medios para la subsistencia”.
Y es que justamente se empieza a hablar de corresponsabilidad social cuando comienza a visibilizarse la crisis de los cuidados. “Eso significa que empezamos a cuestionar este esquema que está tan arraigado y en el cual nos socializan desde chicas, tanto con los juguetes como con los cuentos y la infinita cantidad de frases que nos recalcan que tenemos que saber cuidar, porque a eso nos vamos a dedicar toda la vida. Esa lógica de mujeres sacrificadas funcionaba perfecto en una sociedad bien estructurada sobre moldes antiguos, con hombres que salían a trabajar y mujeres dispuestas a quedarse en casa cumpliendo ese rol. Porque además, nos convencían de que si no lo hacíamos, algo estaba mal con nosotras, y ahí aparece la culpa. Pero eso cambió, las mujeres salimos al mundo laboral y esta forma de organizar el cuidado empezó a colisionar”, explica Andrade. “Ya no está tan consolidado el ejército de mujeres voluntarias que cuidan gratuitamente y que permitían que el Estado y las instituciones se lavaran las manos”. Ahí surge, como explica la especialista, el reclamo de la coparentalidad y, finalmente, de una responsabilidad compartida entre todos los actores sociales; desde el Estado y sus instituciones, a los empleadores, las universidades y las familias.
Porque lo que busca la corresponsabilidad social es replantear el enfoque; no se trata de que las empresas le den permiso a las mujeres para que se vayan los viernes más temprano. Es establecer que cuidar no es una responsabilidad de las mujeres y no es privada.
Y es que Chile es de los casos más paradójicos. Si bien hay regulaciones y normativas establecidas en el Código del Trabajo en función de la protección a la maternidad –por ejemplo, un postnatal de 24 semanas, relativamente largo comparado con el resto de la región; el derecho a sala cuna si es que en la empresa hay más de 20 mujeres contratadas; el foro maternal; y otros subsidios– la premisa sigue siendo apoyar a la mujer para que ella cuide. Finalmente, lo que protege la legislación es el rol maternal de las trabajadoras. “Si una empresa tiene más de 20 mujeres y tiene que instalar sala cuna propia o bien pagarle a las trabajadoras para que puedan contratar ese servicio, lo que se hace es no contratar a más de 20 mujeres. Lo que pudiera ser un avance termina siendo un límite”, explica Andrade. “No se replantea o reformula desde la legislación los roles de género y el por qué son las mujeres las que cuidan. La corresponsabilidad social, entonces, por una parte viene a reconocer que el cuidado es tan importante como la producción, y por otro lado viene a decir que esa tarea genera mucho valor económico, un valor que alguien se está apropiando porque en alguna parte queda”.
Y es que al trabajador se le paga una remuneración por su trabajo, pero para que esa persona llegue a trabajar, como explica Andrade, alguien planchó, lavó, sirvió el desayuno y mucho más. “Ese trabajo, como no se paga, alguien se lo ahorra. Quienes se lo ahorran son justamente los dueños del capital”.
Actualmente, a nivel latinoamericano, solo Uruguay cuenta con un sistema nacional que reconoce que el cuidado es tanto un derecho como una función social garantizada, lo que facilita que se genere un modelo de responsabilidad compartida entre familias, Estado, comunidad y mercado. Aun así, no está lo suficientemente institucionalizado y cuando hay cambio de gobierno, es lo primero que se ve vulnerado. Mientras que en Chile, si bien en el segundo gobierno de Michelle Bachelet el Ministerio de Desarrollo Social impulsó el programa Chile Cuida, que forma parte del Sistema de Protección Social del Estado y por el cual se busca acompañar y apoyar a las personas en situación de dependencia y sus cuidadoras, no existe una ley que establezca que el cuidado es un derecho que se adquiere desde que nacemos hasta que morimos. Y Según la encuesta Casen realizada en 2017, un 19,4% de las mujeres chilenas mayores de 15 años se encuentra fuera de la fuerza de trabajo por razones de cuidado o quehaceres domésticos.
Es por eso, como explica Paula Poblete, que la corresponsabilidad social tiene que ser estructural. Así como los subsidios maternales son de cargo fiscal, la licencia que se le otorga a los papás -5 días para el nacimiento de la hijo o hijo- también debiese serlo. Porque en la práctica, lo que se ha visto es que no hay ningún control sobre el uso de ese postnatal parental. “No hay información salvo la encuesta IMAGES que se realizó en el 2011 con datos del 2009, que reveló que solo un 20% de los padres hacía uso de los cinco días completos del postnatal paternal. Eso pasa porque como son carga del empleador, es muy arbitrario”, explica Poblete. “¿Cómo se aplicaría la corresponsabilidad social ahí? Por un lado que esos cinco días se extendieran, y que además no sean de cargo del empleador si no que una responsabilidad pública. Otra manera de hacer social la maternidad es con una reforma al Artículo 203 del Código del Trabajo que aborda el derecho a la sala cuna, porque así como está puesto, desincentiva la contratación de mujeres y además ese costo se ve reflejado en sus propios salarios”. Como explica Andrade, iniciativas hay, pero con baja cobertura y no de manera sistémica. “Nos quedan vacíos, porque si bien se ha ampliado el número de salas cunas y jardines infantiles, principalmente en los dos gobiernos de Bachelet, todavía no tenemos un sistema que permita cubrir las necesidades en materia de educación inicial, o el problema de las jornadas escolares”, explica. Ahí aparece el otro problema; que finalmente quienes se hacen cargo de ese déficit son otras mujeres.
Y es que cuando se percibe la crianza como un tema social, se entiende que tienen que haber servicios e infraestructura pública en pos de eso. Porque como explica la psicóloga y académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Irma Palma, el trabajo de cuidado está asociado a dos dimensiones que le niegan el carácter de trabajo; a una psicológica y una ideológica. En la primera se establece que ese es un rol que las mujeres cumplen por amor, en la segunda que las mujeres estarían aptas –como si se tratara de algo biológico o natural– para hacerlo. “Esa visión niega la posibilidad de reconocerlo como un trabajo, pero es un trabajo como cualquier otro. Es de hecho, lo que sostiene la sociedad. Si las mujeres lo hicieran por amor, habría que concluir que los hombres aman menos a sus hijos, y esa idea sería resistida”.