La actriz y escritora inglesa Phoebe Waller-Bridge, más conocida por haber creado, escrito y protagonizado las comedias dramáticas de televisión Crashing y Fleabag, es una de las tantas mujeres que tuvo que ir ganando la confianza en sí misma hasta liberarse de ciertos prejuicios que le impone la sociedad. Así se ve en una entrevista en la que cuenta que el cineasta y dramaturgo Ché Walker, que la conoce desde niña, la ayudó marcándole el camino desde el principio: “Tienes fuego, tienes rabia, no huyas de eso; las mujeres están educadas para ser amables, políticamente correctas, pero tú eres diferente”, le decía. Y quizás fueron esas palabras las que la llevaron a crear a su personaje en Fleabag, una mujer perturbada, pervertida y muy enrabiada. Con humor negro e ironía, se ríe de aquello que es real y que Walker le advirtió: la rabia es un sentimiento que se ve raro en las mujeres, para el que no nos han educado.

Lo mismo plantea la artista visual y activista española Yolanda Domínguez, que en una columna publicada en el Huffington Post escribe sobre este tema e interpela a las lectoras preguntando: “¿Cuántas veces les han quitado la razón por “perder las formas”? ¿Cuántas les han sugerido que se quejen de forma “didáctica”? ¿Cuántas veces han criticado que su discurso no sea “conciliador”? “Si eres un hombre, probablemente nunca te hayan corregido el tono. Si eres mujer, lo harán constantemente. Los dichos populares nos lo advierten: “calladita estás más guapa”. Los poetas nos lo riman: “me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Está claro que hablar no es cosa de chicas. La historiadora Mary Beard explica en su libro Mujeres y poder por qué el discurso público es una práctica asociada a la masculinidad y genera rechazo cuando lo ejercen las mujeres. Si no está bien visto que las mujeres hablen, mucho menos que se quejen. Y ya si lo hacen acompañado de una emoción, como la ira o la rabia, doble traición. Automáticamente son tachadas de histéricas, locas y exageradas”, dice.

Natalia Acevedo (@ps.nataliaacevedo), psicóloga e impulsora de la organización Psicólogas en Red, explica que en nuestra cultura, está más permitido que los hombres sientan ira o rabia. “Responde a los roles y estereotipos que se le asignan a los hombres y a las mujeres. Del hombre esperamos que sea dominante, viril, rudo y fuerte, y por tanto tienen todo el derecho a explotar. Versus nosotras que se nos ha asignado históricamente que tenemos que ser pasivas, frágiles, empáticas y eso hace que muchas veces, cuando mostramos nuestro enojo, nos califiquen como locas o histéricas, cuestión que evidentemente es una discriminación de género”, dice.

El problema es que esta restricción nos hace, en momentos de rabia, adoptar otras emociones que son socialmente validadas, como la tristeza. Muchas de nosotras, inconscientemente, transformamos la rabia en llanto porque es una emoción “femenina” y permitida. “Lo malo es que todas las emociones tienen una función y lo esperable es que si una persona siente rabia o ira, reconozca esa emoción, la acepte y vea cómo puede expresarla de la mejor manera”, explica Natalia y dice que esto ayudaría a canalizar de mejor forma lo que nos pasa. Un buen ejemplo es cuando una mujer se separa y tiene hijos. Muchas veces, y sobre todo cuando es ella la que toma la decisión, en vez de conectarse con la rabia se conectan con la pena y esto a su vez, las acerca mucho más a sentimientos de culpa. La rabia, en cambio, permite conectarse con lo que a una le afecta y le enoja, y eso moviliza. Y no se trata de irse al extremo de solo concentrarse en la rabia, sino que de no disfrazar lo que sentimos.

Lo importante es aprender a manejar esa emoción. “Como los hombres tienen una validación per sé a la emoción de la rabia, muchas veces se sienten con el permiso de explotar sin ser juzgados y sin medir consecuencias, lo que tampoco es correcto”, agrega Natalia y aclara que la rabia no se debe reprimir en ningún género, pero todos debemos aprender a transitarla. “Sentir ira o rabia no te hace una persona agresiva, esas son conductas masculinas, porque la rabia no solo se expresa con un grito o un golpe. Si las mujeres adoptamos eso, no estaríamos rompiendo la cadena, sino que siguiendo el mismo patrón del que queremos liberarnos”.