“¿Menstruar es una emergencia?”; “se preocupan de puras tonteras”; “¿cómo puede ser esto importante?” fueron solo algunos de los muchos comentarios negativos que recibió la noticia de que el gobierno, junto a ONU Mujeres, entregaría 5.000 kits menstruales de emergencia a las personas afectadas por los incendios en la zona centro sur del país.
Lo cierto es que menstruar sigue siendo un tabú.
Aunque una mujer menstrúa alrededor de 35 años de su vida, esta es una de las principales causas de exclusión y discriminación contra niñas y mujeres en todo el mundo, en países de altos, medianos y bajos ingresos.
En Latinoamérica, un 99% de las niñas sienten vergüenza por menstruar en las escuelas, según Unicef. Asimismo, 57% ha sido víctima de acoso por parte de sus compañeros a causa de la menstruación, siendo las palabras “sucia” y “asco” las palabras que más escucharon.
En Chile, el Servicio Nacional del Consumidor realizó en 2021 el primer estudio sobre gestión menstrual, en el cual 68,3% de las personas encuestadas informó que fue su madre la primera persona que les habló del tema. 10% dijo que fue en el colegio.
En ese contexto, es totalmente comprensible que haya quienes no entiendan por qué el Estado chileno debe entregar kits menstruales en contextos de emergencia o catástrofe, afirma Patricia Mieres, experta en Salud Sexual y Reproductiva, Salud Menstrual y Enfoque de Género en Salud y autora principal de la primera Guía Nacional en Salud Menstrual.
“Toda la sociedad ha crecido con la idea de que la menstruación es algo privado que las mujeres deben resolver solas en los baños de sus casas e idealmente sin que nadie se entere que está menstruando. Esa visión que oculta la menstruación volviéndola un ‘tema de mujeres’, hace que sea muy complejo entender que el Estado tenga el deber de brindar acceso a los productos menstruales”, asegura Patricia Mieres, también directora ejecutiva de Escuela La Tribu, organización de la sociedad civil que forma a profesionales de todas las áreas que trabajan con niñas, adolescentes y mujeres en temas de salud sexual y reproductiva, y dicta el único diplomado que existe en el mundo en salud menstrual.
Consecuencias visibles e invisibles
Las consecuencias del tabú menstrual son muchas: genera enfermedad, aislamiento social, afecta negativamente el desarrollo económico de la sociedad. Además, sostiene Patricia Mieres, “es uno de los pilares de la cultura de la misoginia y es totalmente eficiente en mantener la idea de que las mujeres son seres inferiores o despreciables ‘por naturaleza’”.
En momentos de crisis -como los incendios en el sur del país- afirma Antonia Orellana, ministra de la Mujer y la Equidad de Género, “las necesidades que tenemos las mujeres y las niñas son específicas. La salud menstrual es un punto que suele ser olvidado en las emergencias, pero que como nos muestra la experiencia, incluso en Chile en años anteriores, se puede traducir en problemas de salud si no se contempla”.
A la vez, dice Gabriela Rosero jefa de oficina ONU Mujeres en Chile, es importante recordar que la higiene menstrual es un derecho inherente a las mujeres y niñas, y que durante tragedias, estas se ven obligadas a desplazarse de la noche a la mañana de su espacio habitual a la calle, a un albergue, a un espacio compartido y público, muchas veces sin los recursos para comprarse los insumos.
Mujeres y niñas sufren graves consecuencias si, en esos lugares no cuentan con las condiciones para un adecuado manejo de la higiene menstrual, es decir, productos menstruales, agua, baños con suficiente privacidad e instalaciones para desechar los materiales utilizados. La ciencia ha demostrado que, en situaciones de emergencia, las mujeres y niñas se ven obligadas a usar materiales no adecuados para contener el flujo menstrual (como papel, diario, ropa, calcetines u otros), lo que aumenta el riesgo de infecciones y otras enfermedades.
A la vez, comenta Patricia Mieres, “niñas y mujeres literalmente son excluidas del espacio público, especialmente por el temor a evidenciar el estado menstrual, es decir, a ‘mancharse’”. “Si estás menstruando y perdiste tu casa, pero no tienes un insumo a mano, ¿qué se supone que haces? ¿Cómo puedes ser un aporte para reconstruir tu comunidad? O iniciar un proceso de reparación, si no puedes moverte de dónde estás. La vergüenza viene debido a la discriminación y esta resulta muy estresante sobre todo para una niña o adolescente”, añade.
Además, varios estudios han mostrado que, al no tener condiciones para la gestión menstrual, se incrementa el riesgo de violencia -particularmente la sexual- contra niñas y mujeres. Es que sin un espacio físico privado y diferenciado, niñas, adolescentes y mujeres se ven expuestas a agresiones mientras, por ejemplo, se cambian lo que estén usando para contener el flujo menstrual o buscan un espacio más privado en un entorno abierto. En Latinoamérica incluso se han dado casos de adolescentes y mujeres forzadas a intercambiar sexo por insumos de gestión menstrual.
Por eso, explica Gabriel Rosero, “pensar en estas necesidades específicas y diferenciadas que tienen las mujeres en un momento de crisis, en un momento de emergencia, nos permite pensar con estos lentes de género y saber que por un tema de dignidad, un tema de seguridad y de privacidad las mujeres necesitan contar con este tipo de suministros para que puedan estar totalmente plenas y puedan participar en todo lo que se viene”.
Mirando hacia el futuro y en la posibilidad de derribar mitos en torno a este tema, la jefa de oficina de ONU Mujeres en Chile insiste en la importancia de contar con mujeres en las instancias de participación y planificación política y social. “Mientras más participativas puedan ser las decisiones en una comunidad sobre qué es importante, más probable es que se entienda que las mujeres tienen necesidades diferenciadas y se puedan construir nuevas realidades y patrones que derriben tabúes”, concluye.