¿Por qué necesitamos ponerles etiquetas a las relaciones?

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Hace dos semanas, en la sección Modern Love del medio The New York Times –abierta a los relatos de amor y desamor de sus lectores– una joven estadounidense compartió su historia; había terminado una relación de cinco años en plena cuarentena pero no porque se hubiese desenamorado. Es de hecho, lo que se preocupó de dejar en claro cuando tomó la decisión. La ruptura no significaba por ningún motivo, que lo había dejado de amar. “Creí que lo mío era el conocido temor al compromiso, pero es más complejo que eso. Y ahí estaba yo, sola e igual de desesperada por tener una conexión, tras romper con mi novio de cinco años, aunque nada entre nosotros se hubiera roto”, relató.

Y es que lo que estaba sintiendo Haili Blassingame, como fue dilucidando a lo largo de su reflexión, tenía más que ver con un cuestionamiento a las presiones y exigencias sociales a las que como mujer –afrodescendiente– siempre había estado expuesta. No se trataba de no querer estar con alguien, tampoco de no querer conectar profundamente. Se trataba más bien de encontrar una tercera vía en la que se podía estar con alguien sin perder la individualidad. Un deseo, en sus palabras, aun poco convencional, por lo que giran en torno a él millones de estigmas y vergüenza. Porque contrario al emparejamiento, al matrimonio, o la soledad –estados que conocemos bien– este impulso no cuenta aun con una categoría identificable, y tampoco con muchos referentes. ¿Era poliamor lo que estaba sintiendo? Algo así le hacía más sentido. Pero esa también era una etiqueta.

“Toda mi infancia estuvo llena de fantasías que me inculcaron a la fuerza. Me presentaron el amor y las relaciones como binarias y, en este binarismo, la mujer debe casarse o estar sola (o, en las novelas clásicas, morir). Y con mi pareja, incluso en nuestra relación extremadamente amorosa, me sentía confinada”, relató. “Cuando le conté a mi mamá que habíamos terminado me preguntó ‘¿y si encuentra a alguien más?’. A lo que le respondí ‘pudo encontrar a alguien más cuando estuvimos juntos’. Sin embargo, las relaciones sí dan la ilusión de que existimos en una burbuja con otra persona, aislados del resto del mundo (…). Quiero relaciones que operen con el espíritu de la posibilidad en vez de la restricción”, expresó en su texto. “Como humanos siempre buscaremos certidumbre con las pocas herramientas que tengamos, y a veces esa herramienta será una etiqueta como ‘novia’. Pero en un año de pérdidas devastadoras, viajes cancelados, hitos demorados y elecciones cargadas, he encontrado un extraño consuelo en saber que no hay ninguna certeza en nuestras vidas”.

Tal como lo plantea la autora, la tendencia humana es a categorizar –lo que muchas veces es incatalogable– para poder comprender. Mucho más, por cierto, que dejar ser y entregarse a lo desconocido e incierto. Pero a su vez, las etiquetas solo son dañinas cuando están atribuidas a una carga social, o más bien, cuando esa carga social nos afecta. Como explica la socióloga e investigadora del Centro Interdisciplinario de la Mujer, Javiera Menchaca, a ratos no es necesario atribuirles más importancia de la que tienen. Porque en definitiva, son dañinas cuando son restrictivas y no permiten imaginar otra alternativa.

Lo que está en juego acá, según la especialista, es la jerarquización de la pareja como lo más importante. “Cuando establecemos que no queremos ni matrimonio ni soledad, también estamos incurriendo en una lógica binaria para entender las relaciones humanas, en el sentido de que la soledad o falta de, se da en función de un otro. Como si no existieran una gama de posibilidades de relaciones, ya sea con múltiples parejas sexoafectivas u otro tipo de vínculos como las amistades”, explica. “Y eso perpetúa la noción de que la mujer vale más y es validada en la medida que está con otra persona. Así nos criaron y eso es lo que está arraigado aun. En el fondo estamos deconstruyendo las identidades, pero seguimos cayendo en la lógica de que la única forma de no estar sola es estando en pareja o románticamente involucradas con alguien”.

En ese sentido, la especialista plantea que las etiquetas a veces permiten entender dónde estamos parados respecto del otro. Pero no tienen por qué significar algo en sí mismas. “Se las puede construir y hablar en pareja. Se las puede discutir y llenarlas de un significado propio. En el fondo, estar emparejado o no, no tiene por qué significar lo mismo para todos. Puedes tener una pareja equivalente a un marido en cuanto a compromiso –o lo que históricamente ha significado ese compromiso– sin haberte casado y desafiando esa estructura y norma social”.

La psicóloga especialista en apego y miembro del Family Relations Institute, Lorena Soto, explica que la razón por la que muchos optan por poner etiquetas en sus relaciones es porque permiten sentirse parte de un grupo. Y frente a la presión social de pertenecer y calzar con la norma, las categorías vienen a facilitar esa función. “Empezar a cambiar las reglas del juego introduce incertidumbre, y la incertidumbre en general aumenta la ansiedad. Además, aun no sabemos del todo cómo se viven esas otras experiencias -las que están fuera de las etiquetas- porque sigue habiendo poca representatividad y referentes, aunque cada vez más. En periodo de pandemia, en el que mucha gente está con más ansiedad flotante, la mayoría se va a resistir al cambio, porque siempre lo nuevo genera ansiedad”, explica. “Ahora, lo que hay que saber es que el ser humano, independiente de la etiqueta, se moviliza por emociones, angustias, y en la medida que se va acercando a otro ser, ese ser se convierte en una persona significativa. Y lo otro que hay que tener claro es que la vida, al igual que nosotros, es flexible y cambiante”.

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