“Me maldice solo a mí”, cantaba Yuri. Pero ese verso no tomaba en cuenta que aquella “maldita primavera”, al contrario de ser una época de flores, sol y picnics en el parque, puede ser una estación fatal para la salud mental de entre el 10 y el 20% de la población mundial, según la Asociación de Trastornos Mentales de la Salud de E.E.U.U (2017). Por eso, cada año a comienzos de septiembre comienza a correr el rumor de la “primavera gris” o la “depresión primaveral” para referirse a una seria patología certificada por el último DSM-V como “Trastorno Afectivo Estacional”.

Son muchos los mitos que existen sobre esta condición de la mente y el ánimo, porque también son muchas las aristas que conlleva. La psiquiatra y cronoterapeuta del Centro Ser Mujer, Rosario Alomar, define este cuadro como uno que "tiene que darse en un momento específico del año, que frecuentemente es en invierno, por la falta de la exposición a la luz. Tenemos que imaginarnos que es lo mismo que le pasaría a un oso cuando hiberna: las personas se retraen a esta cueva oscura disminuyendo sus actividades sociales, hay una necesidad de dormir y un aumento de apetito por los carbohidratos. Todo esto interfiere en cómo sería su vida cotidiana en cualquier otra época del año”, explica.

La exposición a la luz toma el rol protagónico en este diagnóstico por una explicación científica. “Los seres humanos somos cíclicos y vivimos nuestras etapas también a través de la luz que recibimos. La retina de nuestros ojos tiene unos receptores con melanopsina, célula que se encarga de mandar la información al cerebro para que reconozca si es de mañana, medio día, tarde, o noche y la estación del año en la que se encuentra. Así, se modifica nuestro reloj biológico según la cantidad de luz que entra, y con ella muchos procesos necesarios para la regulación del ánimo”, agrega Rosario.

A Renée Walter (42) le costó descifrar este proceso en un principio, cuando junto a su familia se vinieron de Valparaíso a vivir al centro de Santiago. Su hijo Alonso, de cuatro años y medio, comenzó a mostrar conductas irritables y de mucha pena durante el invierno. Pasaron dos años tratando de descifrar cómo devolverle las ganas y en el camino consultaron a varios especialistas que no pudieron darles una razón certera de lo que estaba pasando. “En un intento desesperado, acudimos a un psiquiatra infanto-juvenil para preguntar si Alonso estaba pasando por un cuadro esquizofrénico. El doctor nos trató de calmar y dijo que mi hijo estaba pasando por un retraso en su desarrollo emocional que habría conformado la base para constituir también una depresión estacional, y que el tratamiento debía ser farmacológico y de fototerapia”, cuenta.

En ese entonces, encargaron a Estados Unidos una lámpara de luz solar para comenzar un tratamiento clínico, frente a la cual Alonso se sentaba 15 minutos todas las mañanas, sumado al tratamiento psicológico y el uso de sertralina. Así, “los cambios en su personalidad se notaron de inmediato. Pasamos dos años con terapia y luego nos quedamos solo con el tratamiento de la lámpara. Al llegar la primavera, después de cinco años, decidimos volver a Valparaíso, donde él ahora puede recostarse todos los días al sol y tener un contacto cercano con la naturaleza. Cuando salimos a caminar, las vecinas me dijeron que Alonso había vuelto a sonreír”, dice Renée. Pero la cura no es igual para todos los pacientes y eso hace que el Trastorno Afectivo Estacional no sea solo en invierno, sino que durante las otras estaciones también.

Para la psicóloga y especialista en terapia cognitiva focalizada, Paloma Gajardo, ese es el punto más delicado de la depresión estacional, porque una cosa es el qué y otra cosa, el cuándo. “Lo normal es que durante el otoño y el invierno haya más trastornos estacionales depresivos, mientras que en la primavera hay más manías, como euforias e irritabilidades. Esto sucede por no tratar el trastorno afectivo base, que es el “qué” del problema, mientras que el “cuándo” es solo el patrón. Podríamos compararlo a las alergias: si una persona que sabe que tiene una alergia crónica, va a tener que tomar medicamentos durante todo el año, a pesar de que en primavera haya más plátanos orientales”, explica.

La clave es prevenir, y transformar ese lugar de hibernación

Poco a poco se pueden ir sumando cuadros depresivos y maniacos si ninguno se trata a tiempo. A Rocío Núñez (28), a diferencia de Alonso, le pasó que no pudo superar los síntomas de la depresión estacional. “En invierno nunca quería levantarme y eso afectaba toda mi vida, lo que comía e incluso mi higiene. Cuando nació mi hijo Lautaro en verano, todo comenzó bien anímicamente, pero en abril empecé a tocar fondo. La disminución de las horas de luz, aunque fuese gradual, se sumaron a una depresión post parto. El día en que dejé de ponerle música a mi hijo para que durmiera, abandoné todas las ganas, y hasta el día de hoy, que ya volvió el sol, sigo mal”, cuenta.

Según la especialista Rosario Alomar, “una posibilidad es que la manifestación primaveral sea una expresión de una bipolaridad que no había sido diagnosticada o un empeoramiento de la depresión previa. Todas cosas que podrían prevenirse iniciando antes el tratamiento”. Por eso, para poder hacer un cambio, es importante entender primero qué pasa a nivel neurológico y hormonal con algo tan simple como la pérdida de la luz en nuestro día a día.

Al verse alterado nuestro reloj biológico o “marcapasos circadiano” en el cerebro, nuestros ciclos internos se desalinean con los del mundo y eso tiene un efecto directo en las hormonas. Por un lado está la disminución del neurotransmisor de serotonina, que es el que nos hace estar de buen ánimo y también la melatonina, que se secreta en mayor cantidad cuando hay oscuridad y provoca que se disminuya la energía”, afirma. Y ojo, porque a pesar de que podríamos pensar que el tratamiento para reactivar las hormonas se queda solo en los medicamentos o en las pantallas que simulan la luz solar, existen muchas formas de prevenir este decaimiento.

En el Instituto de Neuro-Arquitectura NAD están tratando de crear conciencia sobre diseñar los espacios que habitamos para que nos entreguen bienestar anímico, porque estos se relacionan directamente con la liberación de serotonina. La coach ontológica Liliana Carbo explica que “como sociedad hemos estado mucho tiempo desconectados de los espacios naturales y sanadores, cambiándonos a aquello que es funcional y estético. Por eso en un cuadro depresivo estacional, que es cuando más necesitas la influencia de la luz y la naturaleza en tu vida, hay que recrear esta “biofilia” en los entornos donde vivimos”.

El cerebro, cuando reconoce la geometría perfecta de la naturaleza, es capaz de interpretar los espacios con la misma armonía. “Cuando nos metemos en estos espacios armónicos, el cuerpo va a activando químicos y hormonas que aumentan la sensación de bienestar en las personas mediante el equilibrio de los colores y formas. Esto no solo se logra llevando plantas a la casa, y lo mejor, es que tampoco necesitas tener muchos recursos para lograrlo”, agrega la Liliana, entregando ideas creativas para renovar los espacios.

Comenzar por la casa es fundamental. Además de aplicar la fototerapia desde hace mucho tiempo, en los países nórdicos se fijan mucho en la influencia del color, donde los más cálidos con materiales como la madera regulan el estrés. Luego las texturas que imitan las formas de la naturaleza pueden darnos estados de armonía, como las plumas, las imitaciones de los pelos, los pastos o las cortezas en los pisos.

Pero la clave principal es la luz, y con ella hay que tener especial preocupación, sobre todo en la oficina. Liliana cuenta que “la luz fría y neón que en algún momento se usó para activar a las personas en las oficinas al final terminó fundiendo sus emociones. Hay casos de empresas que lo solucionaron con amplios ventanales de luz natural o que, incluso, tomaron el tema desde lo acústico, poniendo parlantes en los pasillos por donde las personas transitan a sus reuniones. En vez de música ambiental, ponen sonidos naturales como el canto de los pájaros”. Todo eso tiene un efecto inmediato.

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Si crees que puedes tener TAE, entra al Center of Environmental Therapeutics, donde profesores de la Universidad de Columbia, Yale, los Hospitales Universitarios de Copenhague y la Academia Rusa de Ciencias Médicas ofrecen información autorizada para ver si el diagnóstico corresponde a uno estacional, junto a opciones de tratamientos sin medicamentos para éste.