La vergüenza es una emoción humana y socialmente autoconsciente que aparece cuando nos sentimos inadecuados frente a una situación determinada en la que hemos sido expuestos o hemos mostrado algún defecto, acción o pensamiento que podría provocar rechazo en nuestro entorno. Tiene que ver, en definitiva, con cómo nos percibe el resto en situaciones en las que nos sentimos inferiores. O, como explica la psicóloga forense y académica de la Universidad Diego Portales, Guila Sosman, con momentos en los que perdemos la dignidad y por nuestra autocrítica sentimos pesar, tristeza y ansiedad. Como escribió el terapeuta estadounidense John Bradshaw, “la vergüenza es la emoción que nos hace saber que somos finitos”.
Si bien la vergüenza es transversal a todos, son las personas mayormente autocríticas y autoexigentes las que la sienten en mayor medida. “Esto tiene que ver con el juicio que tenemos respecto a nosotros mismos en relación a los demás, con cómo creemos que los demás nos ven y con las conductas de adaptación a las normas y reglas de un grupo o comunidad”, explica Sosman. Pero, ¿por qué sentimos vergüenza incluso cuando estamos en confianza?
Según la especialista, sentir vergüenza ante las personas que nos conocen y que nosotros conocemos bien, se debe al hecho que nos importa mucho la opinión que esa persona pueda tener acerca de nosotros cuando sentimos que no estamos actuando u opinando de la manera en que esa persona espera que lo hagamos. “El origen de la vergüenza tiene que ver, en parte, con los vínculos tempranos; se trata de cuán seguros nos hicieron sentir nuestros cuidadores principales, cuánto nos criticaron, cuánto nos valoraron y cuánta de la aceptación hacia con nosotros fue incondicional o si estaba condicionada por ciertos parámetros”, explica. En ese sentido, si asociamos la vergüenza a una emoción reguladora que nos permite ser críticos de nosotros mismos en pos de una mejoría, esto podría ser, según Sosman, algo positivo.
El problema se genera cuando empieza a ser un limitante del autocuidado y nos imposibilita llevar nuestra vida o relaciones de la manera en la que queremos. “Esto se vuelve patológico dependiendo del grado en que nos limite. Es decir, cuando se vuelve destructivo y nos lleva a sentirnos mal, frustrados o con baja autoestima. Incluso, la vergüenza puede ser indicativa de un historial de abusos: hay muchos niños que vivieron abusos y maltrato en su infancia y cuando adultos presentan mayores niveles de autocrítica. El haber vivido algún tipo de vulneración puede ser un predictor, en ese sentido, de una personalidad retraída a futuro. Y eso puede a su vez generar ciertos tormentos psicológicos”, explica.
Y es que, cuando se es víctima de maltrato, la vergüenza, la autocrítica y la baja autoestima llevan a que se le tema al abandono y al rechazo y se dejen de tomar ciertas iniciativas a favor del autocuidado. La vergüenza en ese sentido inhabilita. “Pienso en las mujeres que tardan entre siete y diez años en denunciar algunas situaciones de abuso y violencia. Eso tiene que ver con la vergüenza de que los otros se enteren, de que pongan en duda su relato, o que la vean como culpable. También tiene que ver con sentirse ella misma culpable por haber interiorizado esta sensación de fallo y de menoscabo. Es una vergüenza que las inhabilita e impide que se cuiden y que puedan poner límites”, explica Sosman.
Como agrega Gabriela Bawarshi, psicóloga y académica de la Universidad Diego Portales, la vergüenza tiene que ver con cómo nos sentimos juzgados o el sentimiento de culpa de haber hecho lo que hicimos en un determinado contexto cultural y social. Lo que nos daba vergüenza hace 50 años, no es lo mismo que avergüenza ahora. Y en ese sentido, la vergüenza ataca, como explica Bawarshi, el sentido del yo.
“Buscamos tener un sentido alto de nosotros mismos, ya sea por autoestima o por la valoración que tenemos de nosotros mismos que tiende a ser positiva si es que no sufrimos de una patología. Cuando nos salimos de la norma y sobre exponemos nuestros yo, aparece la vergüenza. Primero, porque tenemos miedo de que el otro nos condene; segundo, de que el otro baje nuestra apreciación de nosotros mismos –en el sentido que nuestro yo se vea alterado por el juicio del otro–; y tercero porque nos sentimos mal de haber flanqueado una norma”, explica. Su sinónimo ignominia (que proviene del latín), da cuenta, como explica la especialista, de la ofensa pública o descrédito que sufre el honor o la dignidad de una persona o un grupo social a causa de una acción indigna.
A su vez, el psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Cristóbal Hernández, señala que la vergüenza es lo que nos mueve a manejar nuestra imagen o a cumplir con ciertas normas morales para sentirnos validados socialmente. Curiosamente, según explica, en español solo hay una palabra para hablar de la vergüenza internalizada, que en inglés se puede categorizar como “shame” o “embarrassment”. Mientras la primera apela a una vergüenza moral, que tiene más que ver con una sensación de culpa por haber quebrado con una norma o ideal, la segunda tiene más que ver con una torpeza y con el qué dirán.
“Esas dos vergüenzas las podemos sentir con personas que queremos mucho y que nos quieren, porque no siempre tenemos asegurado que van a tener la misma pauta moral que tenemos nosotros. Y por ende, no estamos seguros que nos sigan aceptando. En ese sentido, puede dar vergüenza contarle algo a la pareja, porque también existe el miedo de romper cierta imagen frente a esa persona. Pero esa barrera se puede cruzar y se puede no sentir más vergüenza. También la sentimos cuando rompemos una norma que es valiosa para el otro, pero eso también puede pasar si el otro nos brinda una palabra de apoyo”.