¿Por qué vemos situaciones de acoso y agresión sexual en la televisión?
Ya sea en un despacho en vivo, en una transmisión en streaming o en un reality show. Todos esos escenarios son posibles para que las mujeres sean víctimas de agresores que saben perfectamente que están siendo expuestos, pero aun así deciden continuar con sus acciones. Según expertas en género, estas conductas se escudan bajo el alero de la cultura de la violación y la impunidad que asumen que tendrán luego de cometer la agresión.
Hace unas semanas la periodista española Isa Balado se en encontraba haciendo un despacho para el canal Cuatro desde Madrid. La reportera estaba en vivo comentando los detalles de un asalto a un local comercial, cuando de pronto se le acercó un hombre y le tocó el trasero junto con la pregunta “¿De qué canal sois?”. La periodista se vio claramente incómoda, pero siguió con la transmisión mientras el hombre se alejó. El conductor del programa, Nacho Abad, interrumpió la conversación y le preguntó si el hombre la acababa de acosar y ella asintió. La jornada terminó con el hombre detenido por la policía.
Lamentablemente, ejemplos de situaciones como esta, en la que los agresores saben que serán expuestos al momento de la acción, hay de sobra.
Algo similar vivió una streamer española que estaba realizando una transmisión en vivo por la plataforma Twitch en un bar en Benidorm, España, cuando de pronto un hombre que se encontraba en la mesa de atrás, acompañado por más hombres, se da vuelta para tocarla. “Es que encima sabían perfectamente que estaba grabando. Se creen impunes. Es vomitivo”, dijo la joven durante la transmisión.
Durante agosto el reality show estadounidense Below Deck Down Under, que sigue el día a día de la tripulación de un yate de lujo, mostró en un episodio cómo una de las tripulantes le pidió a la jefa de cocina terminar la jornada e irse a dormir porque estaba cansada y había bebido alcohol. Una vez acostada la siguió uno de sus compañeros, también bajo los efectos del alcohol, que la invitaba al jacuzzi. Ella dijo que no y tras insistir un poco más, él se fue solo al jacuzzi, pero llegó unos minutos después desnudo, cubierto en una toalla, a su camarote para quitarse la toalla y acostarse con ella, incluso cuando la participante insistía en que estaba cansada. La producción intervino de inmediato para frenar la situación. El capitán reprendió al sujeto y lo hizo pasar la noche en un hotel, lejos del barco, para luego ser despedido.
Esta situación recordó la trágica noche que vivió Carlota Prado en 2017 en la versión española del reality Gran Hermano, cuando su pareja, José María López, abusó de ella sexualmente mientras la concursante estaba inconsciente luego de haber bebido alcohol en una fiesta. Carlota le dijo “no” en varias ocasiones, pero José María no se detuvo. La producción no intervino en ningún momento.
Carlota llevó el caso a la justicia y tras más de 4 años de espera, en abril de este año se condenó a José María López sentencia de 15 meses de cárcel por abuso sexual, según informó el diario El País.
La cultura de la violación y la impunidad
Estos hechos de acoso y/o agresión sexual que ocurren en situaciones que están siendo documentadas y que los agresores bien saben que serán expuestos desembocan en la pregunta “¿Por qué?”. ¿Por qué presenciamos estas situaciones en pleno 2023 en televisión abierta?
Para Angélica Marín, secretaria ejecutiva de la Oficina de Género y Sexualidades de la UMCE, esto se explica porque “los agresores, pese a que están siendo expuestos, sustentan su actuación bajo la permisividad que tiene nuestra cultura frente a estos hechos, que pueden ser agarrones, tocaciones en el transporte público, ectétera, que hace que la gente no actúe y más bien sienta una naturalización con la situación. Cuando los agresores son reprendidos no logran empatizar con la víctima, porque han abdicado de su capacidad de empatía por verse en este mandato cultural como un hombre que está cumpliendo con estos mandatos establecidos”.
Para la académica, estas conductas ocurren bajo el alero de la cultura de la violación, un concepto que ha tomado fuerza para hablar de todos aquellos comportamientos que sustentan las agresiones de carácter sexual, como los chistes misóginos algunos de los extintos programas más populares de televisión, la cosificación, el lenguaje sexista, los estereotipos de género y los mandatos sociales que se han establecido para los hombres. Sobre esto Angélica, también psicóloga de la Universidad de Chile, profundiza: “Hay impunidad y esto va a ir deteniéndose en la medida que tengamos un cambio en los mandatos culturales con los que se crían niños y niñas. Los hombres que actúan como agresores lo hacen para mostrarles a otros hombres que ellos tienen esa potencia, que están cumpliendo con el mandato”.
Una de las razones por las que los agresores actúan de esa forma cuando saben que están siendo grabados es que tienen conciencia de que, probablemente, no habrá consecuencias. “Podríamos decir que la violencia de género y la violencia sexual se ha banalizado. Se visibiliza o se faranduliza cuando aparecen estas situaciones en programas de televisión o medios de comunicación como algo que fue anecdótico, sin motivo de cuestionamiento. Cuando aparecen hechos tan graves como violación en estos programas, los agresores no logran empatizar con la víctima porque no han vivido el repudio por los hechos. No hay una real conciencia de que estos hechos son graves y que afectan a la violación de los derechos humanos”, enfatiza la académica.
Cultura de la masculinidad
Karin Berlien, directora de Igualdad y Diversidad de la Universidad de Valparaíso, coincide en que que estos comportamientos por parte de agresores responden a los mandatos de la sociedad para demostrarles algo a otros hombres que, probablemente, los van a aplaudir. “No están pensando ni en la justicia ni en la mujer que están violentando, están pensando en el chiste que le van a contar a sus amigos”, dice.
La académica de la Universidad de Valparaíso explica que “hay también una conducta que tiene que ver con la necesidad de exhibición, pero en general diría que más bien responde a una cultura de la masculinidad, que tiene que ver cómo los varones se socializan entre varones, también validando este tipo de conductas que son misóginas porque ven a la mujer como un objeto. Y ese es el problema. Como la mujer es un objeto, se entiende como algo que pueda ser apropiado cuando yo quiera”.
Karin sostiene que estos mandatos se enseñan en la educación que entregamos como sociedad. “Parte de los mandatos es que los hombres sean heterosexuales, que conquisten a las mujeres, y muchas veces también el estar con varias mujeres es un indicador de ganancia o legitimización entre varones. Está esa posibilidad de dominación de los cuerpos, ese es el mandato de una cultura patriarcal y cuando vemos que eso se reproduce nos encontramos con la cultura de la violación”, detalla.
Para Karin, la reproducción de estos contenidos en televisión y que, además, sean exhibidos es delicado porque es una forma de multiplicar estos patrones que están arraigados y validados en la sociedad.
“Cuando uno piensa en los medios de comunicación y en su rol en la vigilancia de estos contenidos tiene que ver con los límites éticos, porque finalmente estos espacios abiertos son espacios de formación. Es ahí donde la regulación tiene que ser muy estricta para que no se reproduzcan estos estereotipos, porque de lo contrario otros varones lo ven y creen que es la forma correcta de actuar y validarse entre sus pares. Creen que está bien validarse mediante una cultura misógina”, asevera.
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