No sé cómo empezar a citar y enumerar la cantidad de razones por las que no estoy de acuerdo con hacer pasar a un niño por un examen de admisión como el que se hace en muchos colegios privados de Chile.
Si uno lee varios de los proyectos y las etapas de admisión que tienen, en muchos te encuentras con la premisa de que ellos elijen a qué familia aceptar y que siempre será una que se adapte a su proyecto educativo. Esto lo entiendo, ya que como colegio quieres familias que estén de acuerdo con su sistema, sus reglas, su estilo, pero entonces, ¿por qué examinar al niño primero y conocer a la familia una vez que ellos hayan pasado esa etapa? Algunos colegios también se jactan de que ahí no opera el tan chileno "pituto", pero me cuesta creer esta parte. Y me cuesta mucho.
Esta etapa es casi como un trabajo de medio tiempo. No basta con postular solo al colegio de nuestra preferencia, porque es tal la demanda, que es muy posible no quedar, por lo que hay que postular a tres o cuatro más. Cada uno pide una serie de documentos que hay que reunir, llenar un cuestionario y prepararse para una entrevista personal una vez que ya se pasó por el estresante momento en el que el niño se enfrenta a su examen. En algunos casos, si al niño no le fue bien, los padres no son entrevistados, lo que da a entender que solo es el rendimiento del niño lo que les interesa, y no el tipo de familia. Además, "el derecho" a postulación vale cuarenta mil pesos, plata que cobran a las 600 personas que postulan para los nueve cupos que tienen disponibles. Saque sus cálculos.
Tampoco me parece adecuado someter a un niño a este nivel de estrés. Porque la ansiedad de los padres inevitablemente se traspasa. Hay tensión, expectativas y miedo al rechazo. El día de ese examen el niño o niña es alejado de sus papás y llevado a una sala llena de gente a la que no ha visto nunca en su vida. Y se espera que no llore y que se desapegue sin problemas. Hay muchos niños que efectivamente lo logran, pero hay un gran porcentaje que, con justa razón, llora, patalea y no quiere entrar. Ese niño o niña queda casi instantáneamente descalificado de la competencia y es devuelto a sus padres, cuyos niveles de frustración, ansiedad y miedo se disparan.
Estos sistemas poco toman en cuenta qué antecedentes trae un niño. Pudo haber pasado pésima noche, haber vomitado, o estar más sensible. Pero esperamos que rinda un examen que, en muchos casos, no está ajustado al nivel de desarrollo de esa edad, es decir, se esperan resultados que no están de acuerdo a su edad. Además, se mide con la misma vara a un niño nacido en marzo y al nacido en diciembre del mismo año. Y diez meses de diferencia a esa edad pueden ser tremendamente significativos, sobre todo en madurez emocional.
Lamentablemente así funciona el sistema escolar privado y no queda otra que jugar sus reglas si es que queremos un determinado colegio que utiliza este proceso de selección. Entonces, ¿cómo hacemos para que sea lo más llevadero posible? ¿Cómo hacemos para no traspasarles nuestra ansiedad a los niños? Siempre es bueno anticiparlos a lo que viene, por lo que no es ideal llevarlos de sorpresa y en vez de al jardín, partir al colegio. Es ideal explicarles que vamos a ir a conocer un posible colegio, que vamos a conocer a profesores nuevos y jugar con ellos. Si luego los resultados no son favorables, es bueno bajar la tensión diciendo que a veces nos puede ir bien en algo y a veces no tanto. Y que está bien, no pasa nada.
El día anterior al examen es preferible que sea un día calmado y que se haga la rutina de siempre. Comer temprano y acostarlos temprano para que tengan un buen dormir y amanezcan de buen ánimo y humor. Lo mismo para los adultos: es fundamental que estemos tranquilos y descansados, ya que nuestras emociones ecualizan las de nuestros hijos. Si estamos nerviosos y ansiosos, se lo vamos a traspasar sin duda alguna.
Si un hijo o hija no queda en el colegio de nuestra preferencia, tampoco es tan grave. Duele el rechazo, sí, sobre todo porque no es muy transparente el proceso de evaluación y sus resultados son poco claros. Y que rechacen a un hijo duele hasta el hueso. La rabia dura sus buenos meses, pero luego pasa. Lo bueno es que los niños no tienen por qué saber de estos dolores o rabias de adultos. Ellos solo fueron a jugar a un colegio nuevo y no saben más.
A los que están a punto de pasar por este proceso, tengan calma. No se va la vida en el colegio en el que quedan o no quedan nuestros niños. Por eso mismo no es bueno someterlos al estrés de los adultos y bajo ningún punto de vista, caer en la tentación de tomar algún programa de entrenamiento para este examen. Ánimo.
María José Buttazzoni es educadora de párvulos y directora del jardín infantil Ombú. Además, es co-autora del libro "Niños, a comer", junto a la cocinera Sol Fliman, y co-fundadora de Soki, una plataforma que desarrolla cajas de juegos diseñadas para fortalecer el aprendizaje y la conexión emocional entre niños y adultos.