Paula 1140. Sábado 1 de febrero de 2014.

Una plaga en el agua es difícil de entender. Necesito una explicación con manzanas. Entonces el doctor en Biología Iván Arismendi, quien desde hace 17 años junto a un grupo de científicos viene dando informes que revelan esta invasión de peces, dice abriendo las manos frente suyo como si quisiera abarcar un metro imaginario de agua: "Actualmente un metro cúbico de agua del Río de los Patos, en Petrohué (Puerto Montt), tiene casi el doble de salmones que un metro cúbico del Río Willapa en Washington". Y suelta una contenida risa.

Él conoce ambos ríos, porque nació y estudió en Puerto Montt y desde hace 10 años está radicado en USA en la Universidad de Oregón, donde investiga ecosistemas de agua dulce.

Pero aun así, como buen chiste de científico, ¡necesita otra explicación!

La gracia está en que el salmón es originario de Norteamérica y no de Chile. Y ahora tenemos más que ellos en nuestras aguas dulces.

Esto, para muchos pescadores con mosca, parece estupendo, porque adoran a estos salmónidos luchadores que tensan sus lienzas al máximo cuando los pescan mientras retornan desde el mar al agua dulce para desovar y morir. Pero…

"El problema es que los salmones y las truchas" dice Iván Arismendi "son una misma familia de peces carnívoros y agresivos que se comen o desplazan cualquier otro pez más chico que ellos. Están en el top de la línea. Y acá no tienen competencia en la fauna nativa de los ríos".

Las víctimas son las tres especies de bagre o pez gato; las carpas (introducidas hace dos siglos); cuatro especies de pejerreyes; las pochitas o "lizas de río", un tipo de anguila; la percatrucha que hay en el fondo de los lagos y todos los tipos de galaxiidos o puyes, un pequeño pez casi transparente muy abundante en muchos ríos. Toda esta pequeña fauna herbívora e insectívora está hoy amenazada por la presencia de salmones del Pacífico de las subespecies coho y chinook y, en menor medida, por truchas arcoíris y café. Y, eventualmente también, por el salmón del Atlántico, que si bien se ha encontrado en estado adulto, no hay evidencia de que se haya reproducido en ríos y lagos por alguna razón desconocida.

Los escapes de salmón son un problema masivo en Chile pero poco divulgado. La Organización WWF publicó la investigación Escapes de salmón en Chile en la que cita una cifra de Sernapesca: Sólo en 2009 se escaparon de pisciculturas 1,7 millones de salmones; 15 veces más que los que se escapan en Noruega, el primer productor mundial de salmón.

El guía y pescador con mosca Rodrigo Sandoval, con 20 años de experiencia y autor de la publicación especializada Ríos y senderos, ha visto esta involución con sus propios ojos: Es muy notoria la disminución de los peces nativos donde hay salmones. En el Lago Llanquihue –quizás el caso más extremo– se han vuelto realmente muy escasas las peladillas (galaxiidae) y los pejerreyes. Casi no se pescan ya.

Desde 1997, primero los pescadores y luego los científicos, vienen observando un sostenido aumento de salmones coho y chinook en las aguas dulces de lagos y ríos de Puerto Montt al sur, en desmedro de las truchas arcoíris, introducidas a fines de 1800.

El caso más notorio son los enormes salmones chinook (que pueden llegar a pesar más de 20 kilos), y que para los pescadores principiantes son el trofeo máximo.

Hoy estos monstruos se encuentran desde el Río Toltén en la boca del Lago Villarrica hasta Magallanes. Al otro lado de la cordillera está en todos los ríos argentinos de la Patagonia. Y en 2013 pescadores aficionados los reportaron incluso en los ríos de la Isla de Tierra del Fuego.

El chinook es un depredador temible. Para alcanzar su talla máxima cuando está en el mar o en los estuarios (la boca de los ríos) devora todo a su paso y no tiene otro pez competidor que se le conozca. Únicamente le hacen frente los lobos marinos.

Un mapa de un paper publicado en 2006 Salmon chinook invade southern South America de Cristián Correa y Mart Gross, pinta con esta plaga todo el cono sur americano.

En esa época advertía que en los próximos cinco años –a partir de 2005– la situación se haría crítica. Es decir ahora. Y el vaticinio se cumplió. Casi 90% de los ríos de Toltén al sur tienen salmones.

Claro, muchos dirán: ¿Y a mí qué? Quizás hasta baje el precio del sushi.

Pero es como un incendio de color naranja que se expande y cuyas consecuencias son impredecibles para la fauna nativa de los ríos chilenos.

En el norte de Chile –por un pequeño error humano– ya se produjo la primera alerta de lo que podría ocurrir en el sur.

En agosto salió una pequeña nota en la prensa que pasó desapercibida: "pequeño pez único del Lago Chungará, amenazado por truchas introducidas por el hombre". Una piscicultura de truchas salmónidas establecida en el Río Lauca en 2003 fue abandonada y los peces liberados. Como era lógico, los peces nadaron por todos los afluentes hasta encontrar comida y algunos llegaron al frágil ecosistema del Lago Chungará, donde los reportó a partir del año 2008 la conocida limnóloga chilena (estudiosa de aguas dulces) Irma Vila.

Eso no tendría nada de malo si no fuera porque estos carnívoros en cinco años devoraron todo lo que pudieron del karachi o Trichomycterus chungarensis un género de bagre o pez gato de 15 cm, y cortaron la cadena alimenticia del Chungará. Las algas aumentan, el pez que se las come disminuyó en 70% y con eso bajó también la llegada de aves migratorias carnívoras que se alimentan de estos pececitos del lago.

Antes de que se convierta solo en un espejo de agua sin vida más que las truchas, en octubre de 2013 el Sag y la Subsecretaría de Pesca autorizaron una urgente pesca de truchas en el Lago Chungará para intentar equilibrar el ecosistema.

"Pero podríamos pescarla eternamente y eso no disminuirá la población", escribió el director de Conaf Arica-Parinacota, Héctor Peñaranda, en una nota publicada en el diario La Tercera en octubre pasado, "se necesita conocer el lugar de desove e impedir que se reproduzca".

El salmón es originario de Norteamérica y no de Chile. Y ahora tenemos más que ellos en nuestras aguas dulces. "Los salmones y las truchas son peces carnívoros y agresivos que se comen o desplazan cualquier otro pez más chico que ellos", dice el doctor en Biología, Iván Arismendi.

LA HISTORIA QUE SE QUIERE OLVIDAR

A comienzos de siglo, por iniciativas privadas se trajeron a Chile salmones y truchas para deportiva y como chiche alimenticio.

Según el profesor de la Uach y médico veterinario, Sergio Basulto, que en 2003 escribió El largo viaje de los salmones: una crónica olvidada, se introdujeron porque las especies nativas de los ríos, el bagre, las carpas y los pejerreyes no ofrecían ningún atractivo deportivo. "No daban la pelea al pescador". En cambio estos peces luchaban aleta con aleta por su vida en su "corrida anual" contracorriente cuando remontan los ríos.

"El naturalista alemán Federico Albert, fue uno de los primeros en hacer proyectos para 'enriquecer' la fauna nativa de los ríos", dice Basulto. A comienzos del siglo XX trajo la trucha café (la menos agresiva de todas) y la trucha arcoíris, que fueron liberadas en Lautaro y Río Blanco en la Octava Región y en algunos otros ríos y lagos del sur con ayuda de biólogos chilenos como Pedro Golusda.

No todas sobrevivieron pero lentamente se comenzaron a naturalizar. Especialmente las truchas café y una que otra experiencia con salmones chinook.

Fueron experiencias tan pequeñas que nunca fue un problema. Incluso en los años 70 se siguió haciendo con apoyo de la Corfo y el Sag. Las truchas y el salmón chinook parecían ser los mejores en adaptarse y convivir con la fauna nativa, y en el siglo XX no se expandieron mayormente porque los salmones tienen "filopatría": vuelven a reproducirse al lugar donde nacen. Así que para expandirse a otros ríos necesitan ayuda humana.

Pero entonces entró otro factor en juego: a partir de los años 80 se desarrolló la salmonicultura, el método de crianza y cultivo industrial de salmones en jaulas, que invadieron canales y estuarios de Chiloé al sur. De ahí no ha parado hasta convertirse en la segunda exportación nacional después del cobre.

Es decir, en los mismos últimos 30 años en que se desarrolló la salmonicultura, estos peces se masificaron en los ríos de Chile como una verdadera plaga.

Muchos científicos como Arismendi y organizaciones ambientales como la WWF sostienen que ese aumento se puede deber a los escapes o liberaciones de salmones desde los cultivos porque las jaulas se rompen durante los temporales, por ataques de lobos marinos o por mala mantención.

La industria lo niega. Después de insistir a la gerenta de asuntos públicos de Salmonchile, Alejandra Pinheiro-Guimaraes –agrupación de las empresas productoras de salmón– para conocer su versión, solo logré obtener por escrito una respuesta a través de una periodista de la agencia Nexos, que le ve las comunicaciones a Salmonchile: "Los escapes de peces desde centros de cultivo son mínimos, por lo que no tienen incidencia sobre las especies nativas. Cabe mencionar que en casos extremos de siniestros (tsunamis, temporales) existen planes de contingencia y de recaptura definidos en la ley. Saludos".

Sin embargo, los escapes de salmón son un problema masivo en Chile pero poco o nada conocido y menos divulgado.

En 2009 la organización WWF publicó la investigación Escapes de salmón en Chile, encabezado por los biólogos Maritza Sepúlveda, Francisca Farías y Eduardo Soto. Cifras del Sernapesca, de 2009, revelan que ese año se escaparon en Chile 1,7 millones de salmones; 15 veces más que en Noruega, el primer productor de salmones. Otros años se escaparon 500 mil. Y otros años cero.

"Si no hay escapes informados no es porque no ocurran –dice el documento– sino porque las empresas chilenas no entregaron información". Incluso entre 1997 y 2003 hay un vacío enorme de información. Y a ninguna autoridad ambiental o pesquera, pareció inquietarle.

Además, en ese registro solo figuran los escapes ocurridos en el mar durante el periodo de engorda de los salmones y no en el periodo juvenil, que se lleva a cabo en jaulas y piscinas en lagos y ríos de agua dulce.

"Sobre escapes en agua dulce de trucha arcoíris o salmón coho, simplemente no hay ningún registro", dice Iván Arismendi "y esos son los más importantes porque son peces que hemos visto que tienen más posibilidades de vivir y naturalizarse en los ríos".

Un último paper de Arismendi y la bióloga Maritza Sepúlveda que se publicará este año, trata precisamente de esto último: escapes de salmón en agua dulce.

Otro científico, el genetista de peces David Gómez Uchida cree que se podría identificar genéticamente a los salmones a partir de su procedencia. Pero advierte: Desde hace unos años comenzamos a tener muchos impedimentos para lograr autorización para capturar peces y muestrearlos genéticamente. Muchos. Por parte de la Subsecretaría de Pesca parece que hay un tabú con este tema –dice Uchida–, como si la pesca de investigación fuera a dañar a estas especies.

Necesitan instalar redes en los lagos, quizás se vea feo. La industria salmonera se resiste a que se pesque el salmón masiva y comercialmente; "porque encubriría los robos de los centros de cultivo y el comercio ilegal", señalaron en un reportaje de TVN emitido en agosto de 2013.

El mayor porcentaje de salmones escapados son de la especie de salmón del Atlántico salar, el mayoritario de las pisciculturas– que por razones desconocidas no se ha naturalizado con éxito en las aguas libres chilenas. "Pero es cosa de tiempo", dice Arismendi "el hecho que una población no se haya naturalizado todavía, no significa que no vaya a ocurrir. Si los pescaran comercialmente (el efecto de la pesca deportiva es mínimo), podría controlarse a tiempo".

Por otro lado, los chinook parecen no haber sido originados en escapes de la industria (que prácticamente no los ha cultivado) sino por pescadores particulares que los diseminaron a partir de los salmones sembrados en los años 70. Arismendi conoció algunos testimonios: "Algunos pescadores nos contaron que en los años 90 se arrojaban en barriles con agua desde helicópteros por los lagos y ríos del sur sin ningún control ni registro. Quizás para difundir el aprecio a los salmones como algo bueno, no lo sabemos".

A todo el mundo le parecía bien fomentar la pesca y el turismo. En muchos lugares surgieron lodges de pesca, miradores para ver a los salmones y se agregaron a la carta de todos los restoranes en la Carretera Austral. Hoy, todavía a periodistas de TV, autoridades locales y hasta animalistas, les parece bien difundir y proteger al salmón. En Coihaique hasta le hicieron una escultura de lata bienvenida al pez invasor, a la salida de la ciudad.

CONTRA LA ECOLOGÍA

En la TV muchas veces han denunciado a pescadores ilegales de salmón, otros que usan redes y hasta tipos que se meten a los ríos y matan el bicho a palos para venderlo. ¡Y con gran bombo se los llevaban presos!

Sin embargo, deberían felicitarlos: en ecología no siempre lo obvio es lo mejor. "La gente protege a los salmones porque como los ven hace mucho tiempo piensan que son de acá", dice Iván Arismendi. "Pero hoy es todo lo contrario, harían mejor en sacarlo y comerlo. Es necesario controlarlo pronto, eso sí ayudaría al medio ambiente".

En cambio, algunos pescadores sueñan con atrapar un chinook, tomarse la foto sosteniendo el monstruo a duras penas, y devolverlo al agua. "Piensan que le hacen un favor al río", continúa Arismendi.

El salmón chinook es un depredador temible. Para alcanzar su talla máxima, cuando está en el mar o en los estuarios, devora todo a su paso y no tiene otro pez competidor que se le conozca.

Incluso en Petrohué se instaló recientemente un mirador para observar el lugar de desove de los chinook, cuando una vez al año deciden volver del mar o el lago, hacia el mismo lugar donde nacieron en los ríos de media montaña. Es todo un fenómeno verlos saltar los rápidos contra la corriente.

"Es la corrida anual del salmón", dice Arismendi "una verdadera carrera por la vida".

Este pez, fabulosamente diseñado para nadar, evolucionó esquivando los dientes de los osos grises, lobos y coyotes que aún intentan cazarlos en el Hemisferio Norte cuando remontan los rápidos en las montañas. Solo algunos sobreviven a su tragedia ineludible: ponen sus huevos, los fecundan y mueren. Esto en el lapso de unos pocos años. ¡Qué corta vida agotadora!

Pero el problema en nuestros ríos es que no tenemos osos, ni lobos, ni águilas que se coman a los chinook, a lo más uno que otro gato que, con suerte, les pellizcará la cola. Y pescadores.

Para que estos salmones tengan energía suficiente antes de partir necesitan comerse todo a su paso para alcanzar esos 8 a 15 kilos. Un verdadero monstruo marino en los lagos y en la boca de nuestros ríos.

Pero el verdadero problema no es saber que están, porque ya están –dice Iván Arismendi– sino cuántos hay y de ahí podemos deducir cuánto comen de fauna nativa. Para eso necesitamos pescarlos de forma masiva. Es urgente.

Él, junto a otros biólogos como la conocida limnóloga Doris Soto analizaron los estómagos de los chinook del Río Allipén (Villarrica) y comprobaron que los salmones comen fauna nativa en su estadio juvenil y adulto. ¿Cuánto afectará a la fauna? Nadie lo sabe todavía.

En el mundo hay varios ejemplos de tragedias ambientales por peces exóticos, como la perca del Nilo, un enorme pez carnívoro, que extinguió 43 especies de peces del Lago Victoria, en África. En Europa ahora mismo está ocurriendo con el siluro glanis otro pez carnívoro de hasta 45 kg que se sembró por los ríos para atraer la pesca deportiva. Su atractivo es su tamaño. En la última película que ganó Cannes, El desconocido del lago, un nadador muere y muchos comentan que lo atacó un siluro.

En España el siluro es considerado una plaga. Ha devorado tal cantidad de peces en los ríos que en youtube hay videos donde se ve al enorme pez hambriento asomarse a la orilla e intentar comerse unas palomas. Los turistas salen huyendo despavoridos.