Benjamín y Ángela
A pesar de llevar casi diez años pololeando, Ángela (27) siempre buscó evadir el tema del matrimonio porque no quería pillarse de sorpresa con un anillo. Cuando Benjamín (29) notó esta incomodidad, le propuso algo que fuera más de los dos, para que ambos decidieran cuándo casarse y dar ese paso cuando estuvieran listos.
“Para esto fuimos juntos a dejar una cajita de madera vacía a un cerro que quedaba cerca de nuestras casas. El acuerdo fue que cuando alguno de los dos se sintiera listo, tenía que dejar algo significativo, pero simple, en la cajita”, cuenta Benjamín. Cada uno podía ir solo una vez, así, la otra persona se enteraría de que el otro también estaba listo. El que llegara segundo, tenía que preparar algo innovador y entretenido para el primero, para oficializar así el compromiso.
Un par de semanas después, Benjamín fue a dejar una pulsera de una fundación para la que trabajaba. Cuando llegó y abrió la cajita, estaba vacía, por lo que dejó la pulsera y se fue. Cuando Ángela se sintió lista, tiempo después, fue a dejar algo personal a la caja. Al ver que ya estaba llena, tuvo que ingeniárselas para preparar la sorpresa. Además de la pulsera, vio en la caja una instrucción que le había dejado su pololo: “el día que hagas la sorpresa, lleva una bolsa de basura que dejé escondida en tu closet”.
“Ese día fuimos a Viña y almorzamos en la playa. Para el postre ella me dio a elegir entre Rolls o cuchuflí. Fue bastante arriesgada en verdad porque yo amo los Rolls”, cuenta Benjamín. “Por casualidad elegí la segunda opción. Cuando lo mordí sentí algo raro. Al ver qué era, me encontré con la pulsera que había dejado en nuestra cajita”.
Después de ese momento cada uno hizo lo que tenía preparado. Ángela había llevado varias fotos de los dos con diferentes mensajes, el último decía “¿Te quieres casar conmigo?”. Dentro de la bolsa que Benjamín le había pedido a Ángela, había una caja con cuatro regalos. “El primero era una carta que guiaría el resto de los regalos. Cada uno era simbólico y especial en nuestra relación. La última caja tenía el anillo de compromiso. Así que sí, ella tuvo el anillo en su closet todo este tiempo”.
“Me gustó mucho la propuesta y, cada vez que escucho otras, me convenzo más de la nuestra. Lo que más destaco es que los dos participamos en el momento del anillo y fuimos parte de la decisión, evitando momentos sorpresivos e incómodos. Muy de nosotros”, cierra Benjamín.
Michelle y Eugenio
Los padres de Michelle (24) y su actual marido Eugenio (31), eran amigos y por eso, ellos se conocieron durante sus primeros años de vida. Sin embargo, por diversas razones, su último encuentro fue cuando Michelle tenía cinco años. No fue hasta 2021 que sus caminos volvieron a cruzarse. Ella acababa de terminar un pololeo de seis años cuando Eugenio la invitó a salir por Instagram. Después de eso, todo fue rápido, cuenta Michelle. En poco tiempo se hicieron cercanos.
Salieron tres semanas antes de comenzar el pololeo, y un año y tres meses después, Eugenio le pidió matrimonio. Fue un fin de semana antes de salir de vacaciones. Estaban en Curicó, en la casa de Michelle y su familia. “Me dijo que fuéramos a Potrero Grande, un lugar que tiene unos pozones que nos encantan. Como íbamos siempre, no fue sospechoso. Supuestamente, íbamos a ir solos, pero mi hermana chica se coló con su pololo, que resulta ser hermano de Eugenio. Fue muy bacán que estuvieran ahí porque además pudieron grabar todo”, dice Michelle.
Los dos se ríen cuando se acuerdan de esa mañana del 8 de diciembre de 2022. “Después de tomar desayuno él estaba muy poco presente y yo estaba enojadísima retándolo porque teníamos que ordenar toda la cocina y él no estaba haciendo nada”. A pesar de los retos, partieron a la cordillera, donde no había señal y pudieron desconectarse. Cuando llegaron al pozón, Michelle y su hermana se tiraron al agua y después se instalaron a tomar sol. Lo que no sabía es que, por mientras, Eugenio estaba preparando una propuesta que ella nunca olvidaría.
“Me dijo que quería hacer un juego y no sospeché nada porque él solía hacer esas cosas”. Eugenio escondió unas piedras amarradas con una cuerda a un palo en hartas partes del pozón. Cerca de una de estas, escondió la caja de cartón con el anillo dentro. Para que no se fuera con la corriente ni se perdiera, le hizo un hoyo a la caja y amarró el anillo a unos mosquetones, los que a su vez estaban enganchados a una llave inglesa para que no se moviera debajo del agua.
“El juego consistía en encontrar todas las piedras y el que se demoraba menos, ganaba. Me puse el snorkel y empecé a buscar”. Cuando Michelle encontró una de las piedras y se hundió para tomarla, se encontró con esta cajita azul al fondo del pozón. “Agarré la cajita y subí a la superficie. Entre que estaba medio ahogada, que tocía y que estaba muy nerviosa, le pregunté a Eugenio qué era eso. ʻNo tengo ni idea’, repetía”. Al abrir la caja, Michelle la encontró vacía, por lo que pensó que todo había sido una broma.
Ahí fue cuando Eugenio le pidió que se fijara bien. “La caja, al ser de cartón, se desarmó. Pero quedaron todos los fierros que le había puesto al anillo para que no se moviera, así que entre medio de ellos, estaba colgando el anillo”. Una vez que Michelle lo vio, Eugenio le preguntó si se quería casar con él. “Me costó mucho entender si era cierto, estaba en shock. Sentí mucha felicidad, fue una experiencia inolvidable”, dice Michelle.
Una vez fuera del agua, pudieron seguir disfrutando de la desconexión y de esa felicidad que los inundaba. Lo que a más le gustó, cuenta Michelle, es que haya sido en un lugar sin señal para en verdad aprovechar el momento y estar presente.
Como no tenían internet, no estaba la presión de llamar o de mandar una foto de compromiso de forma inmediata. Después de unas tres horas, volvieron para contar la noticia y celebrar con su familia y amigos. Si bien ese momento fue de mucha felicidad, nunca olvidarán esas horas tan especiales que tuvieron solos tras la propuesta. Horas en las que pudieron conversar, soñar sobre el futuro y de, simplemente, vivir el momento.