Qué hacer ante el aumento de peso de los niños durante la pandemia

Obesidad infantil Paula

A falta de clases y sin actividad física, los niños están obligados a permanecer en sus hogares, en su mayoría con un acceso sin control a los alimentos procesados de las despensas y con papás y mamás demasiado colapsados como para preocuparse de entregar un menú balanceado cada día.




La obesidad infantil es uno de los problemas de salud más preocupantes del siglo XXI, según asegura la Organización Mundial de Salud. Una situación que afecta progresivamente a muchos países de bajos y medianos ingresos, sobre todo en zonas urbanas. En medio de la pandemia por Covid-19, algunos estudios han demostrado el efecto a largo plazo que esta podría provocar en los menores de edad, como exacerbar la epidemia de obesidad infantil y aumentar las disparidades en el riesgo de obesidad.

En muchos lugares del mundo se han cerrado escuelas y en Chile la mayoría de los recintos educacionales permanecieron cerrados durante gran parte del año pasado. “Las rutinas del colegio permiten que uno se organice más con respecto a las comidas y la planificación de las colaciones. Así como también prometen más actividades y movimiento. Pero con la pandemia muchos adultos perdieron el control frente a la cantidad de alimentos que le ofrecen a los niños”, explica la nutricionista y docente de la Universidad del Desarrollo, Constanza Ackerman.

Marcela Gallegos, psicóloga especialista en trastornos de la conducta alimentaria, asegura que es importante normalizar y entender que frente a este tipo de situaciones de cambio como la pandemia, el encierro, ausencia de clases, no ver a los amigos y los roces que pueden haber en la familia, es normal sentir emociones como ansiedad, preocupación y miedo. “Desde ahí nuestro sistema de amenaza y estrés queda activado, lo que conduce a la tendencia natural de buscar ciertos alimentos reconfortantes para aliviarnos”.

Según detalla Gallegos, desde el aspecto más psicológico y emocional, hay un concepto que se llama el comer emocional (o hambre emocional) que tiene que ver con utilizar la comida para calmar ciertas emociones. Si bien se cumple el cometido de calmar, esto es solo un efecto a corto plazo y no es una estrategia saludable de mantener a largo plazo ya que tiene consecuencias en la salud física, como el aumento de peso, así como también psicológicas, como malestar y sufrimiento.

“A largo plazo se va aprendiendo a anestesiar las emociones con la comida, aislarse y no verbalizar lo que sentimos, en lugar de poder aceptar las emociones más difíciles y expresarlas. Por lo tanto, las familias deben aprender a verbalizar lo que sienten, sobre todo los niños, porque son los padres los encargados de corregular sus emociones, darles la sensación de contención, validar sus emociones y sensación de seguridad. Los niños también aprenden a través del modelaje e imitación de los padres. Se entiende que puede haber teletrabajo y mucha sobrecarga pero es importante generar espacios para expresar las emociones”, explica Marcela.

Por su parte, Constanza señala que un gran limitante en los hogares es que cuentan con muchos alimentos procesados, ricos en azúcares y especialmente en grasas saturadas. Es más, según datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos sobre el consumo alimentario aparente de los hogares, Chile es el país de América Latina en el que se consume más alimentos procesados per cápita.

“Más de la mitad de la población infantil tiene malnutrición por exceso, es decir, hay más niños con sobrepeso y obesidad que aquellos con un estado nutricional normal. Esto puede tener implicancias a largo plazo y también al corto. Hablamos de aumento de las enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes, hipertensión o enfermedades cardiovasculares que antes veíamos en poblaciones más envejecidas, pero que ahora se observan de cerca en los más jóvenes”, detalla Constanza.

Un factor fundamental y que trae resultados muy positivos es comer en familia. La literatura científica ha demostrado que comer reunidos puede disminuir los índices de obesidad y ansiedad. También se recomienda aumentar el consumo de frutas y verduras. “Comer frente al televisor o un dispositivo electrónico puede anular nuestras propias capacidades de conocer señales de hambre y saciedad. Los niños que comen mientras ven la televisión tienen una peor calidad de dieta, bajo consumo de alimentos sanos y no se conectan con sus propias señales de saciedad y hambre”, comenta Constanza.

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