¿Y si realmente nunca morimos?
"La muerte es un proceso", dice el doctor Sam Parnia, director de cuidados intensivos y reanimación de la NYU Langone Health School of Medicine. "Cuando estamos a punto de morir disminuye el oxígeno que entra al cerebro y eso hace que nuestros circuitos cerebrales se apaguen y que perdamos consciencia del mundo exterior. Cuando el corazón se detiene, todos los procesos de vida se apagan porque la sangre no llega al cerebro, riñones e hígado y quedamos inmóviles. Sin vida", agrega. El especialista se ha dedicado por años a estudiar lo que ocurre cuando morimos y lo ve a diario en las salas de reanimación de la Urgencia. Pero no está tan seguro que cuando nuestro cuerpo deja de funcionar sea el final.
Independiente de que un cuerpo haya sido declarado muerto y para la ciencia se haya transformado en un cadáver, él sigue viendo presencia de vida ahí. "Las células no se dañan tan rápidamente", dice. "Y con los avances de la tecnología, la ciencia ha podido dilatar estos procesos y estudiarlos". Al doctor Parnia le interesa saber qué ocurre con nuestra conciencia al morir porque después de estudiar por años casos de personas que reanimadas que "vuelven de la muerte", cree que quizás cuerpo y conciencia son dos dimensiones distintas de nuestro ser. Con tiempos de vida diferentes.
"Existen quienes piensan que la mente es equivalente al cerebro, pero esto es incorrecto. El cerebro es solo una parte del cuerpo", dice el monje budista Guen Chokyong, del Centro de Meditación Kadampa Chile. "Para el budismo la mente es algo de naturaleza vacía, un espacio que siempre carece de materia, forma y color. Y su función es percibir y comprender objetos", explica. El budismo plantea que al morir nuestra "conexión kármica" con esta vida se acaba, por lo que la mente deja el cuerpo y viaja a la próxima vida. "La muerte es la separación definitiva de nuestro cuerpo y mente. Y al morir, la mente se separa del cuerpo para siempre. El cuerpo permanece en el sitio en que se quedó en esta vida, pero nuestra mente viaja a distintos lugares en nuestras vidas futuras", dice Guen Chokyong. Para ellos, la existencia de la mente no tiene final.
Desde el año 2016 Jorge Browne, Verónica Rojas y Matías Reeves, creadores de Proyecto Mokita, comenzaron a realizar en Chile los "Cafés de la Muerte", encuentros mensuales entre desconocidos que se proponen conversar sobre la muerte. Ahí, lo que ocurre después de que el cuerpo deja de funcionar es un tema recurrente. "El misterio de la muerte es algo que nos une. Por supuesto que no hay conclusiones al respecto, ni verdades absolutas, sólo observaciones en base a las experiencias y creencias de los participantes", dice el magíster en filosofía política, Matías Reeves. "Algunos declaran con mucha seguridad y certeza que la vida es sólo un estado de conciencia más y otros no están tan seguros. Y es que en torno a la muerte no hay verdades, pero sí tantas ideas y opiniones como personas", agrega el doctor Jorge Browne.
La enfermera y Máster en Investigación Clínica, Verónica Rojas, cuenta que en los Cafés de la Muerte no han tenido muchos testimonios de personas que hayan vuelto de la muerte. "Esto probablemente se deba a que los que participan en los cafés quieren tener un espacio para contar por qué quieren hablar de la muerte y reflexionar acerca de ella. Algunas historias se cruzan en el acompañamiento y cuidado de otros al final de sus vidas, como también enfermedades físicas y mentales graves que los han acercado a la muerte en algún momento de sus vidas." Sin embargo, les ha tocado escuchar testimonios. "En general se habla de experiencias que han tenido como resultado un cambio; lograr valorar mucho más el goce de la vida, tomar conciencia del privilegio de pasar más tiempo aquí. Como si cada segundo fuera uno regalado", explican en Proyecto Mokita.
En un artículo publicado a principios de este año en el New York Times, se afirma que las personas con experiencias cercanas a la muerte (N.D.E., por sus siglas en inglés) se han transformado profundamente: presentan mucho menos ansiedad y preocupación por la muerte, se vuelven personas más espirituales e incluso más prosociales. Pero según el filósofo John Martin Fischer estos son exactamente los mismos cambios que a veces presentan personas que han consumido drogas alucinógenas, en las que sus conexiones cerebrales han sido alteradas. Para él, toda actividad mental está vinculada con esta vida y con este plano de la realidad. Y aunque reconoce que buena parte de quienes creen en la "vida después de la vida" son doctores, a John Martin Fischer le gusta trazar una línea entre ciencia y filosofía.
"Las experiencias cercanas a la muerte existen, pero no son prueba de que haya vida después de la muerte", dice. "Sólo nos enfrentan a cómo es que morimos aquí. Estas experiencias nos muestran la profundidad y la belleza de la muerte. No es casual que las personas cristianas vean imágenes cristianas y que las budistas vean imágenes budistas en sus experiencias con la muerte. Sus testimonios nos dan una esperanza real, no falsa, al enfrentar la siguiente parte de nuestro viaje, lo que sea que traiga".
La Licenciada en Antropología, Arqueología y docente de la Universidad de Chile, Adriana Goñi, apunta a un espacio intermedio entre la ciencia y la filosofía: la memoria. Y explica que en la Edad Media las personas estaban bombardeadas por muertes masivas y por una muerte anónima. "Eran muertos que no trascendían, pero ahora la muerte es particular, individual. Los espacios en que podemos honrar a nuestros muertos han cambiado y se han extendido, incluso al espacio virtual". La antropóloga dice que casi todas las redes sociales tienen un lugar de memoria para los fallecidos y augura que en el futuro habrá más cuentas conmemorativas en Facebook que usuarios activos.
"Digitalmente nunca morimos, porque hay memoriales que quedan instalado en Internet y ahí se abre otro tiempo". Para ella esto cambia la forma en que entendemos el límite final que supone morir y reflexiona sobre el momento particular en que estamos pensando esta pregunta. "Durante esta pandemia es inevitable sentir el roce de la muerte. Sé que soy una presa fácil, pero no temo morir".
Goñi dice que sólo le complican cosas prácticas. "Pienso en mi libro no publicado, en mi biblioteca -que quiero sirva a otros que trabajan la memoria-, en mis tres gatos y las fotos familiares que pueden perderse. El inventario final de lo acumulado resulta escaso. No hay gran pérdida", dice. "Ya hablé con mi nieta para que mis cenizas las arrojen en Rapanui, frente a Tahai, donde quizás me encuentre con Pato Nuñez y el profe Mulloy en esa cueva que excavamos, la 85", dice.
"¿Quién sabe?", se pregunta. "En una de esas no me muero en esta pasada y tendré la alegría de conocer a José Ignacio, abrazar a las personas que quiero y que no he podido ver, ir a las marchas con mis nietas que son más chicas, reírme y conocer más a fondo a mis nietos varones que por ley de la vida y el patriarcado parece que coincidimos menos en tiempo y espacio". Para la antropóloga la memoria es una forma de mantener vivo algo. "Pensemos en nuestro país, en nuestra realidad social más allá de lo individual. La memoria colectiva no sólo está en el pasado sino que en el presente. Por lo mismo la memoria va a estar también en el futuro".
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