¿Qué sabemos sobre el suicidio infantil?
A principios de abril, la revista The New Yorker publicó un extenso reportaje titulado “El aumento desconcertante del suicidio infantil”. Un texto que, con gran despliegue, comienza contando la historia de Trevor Matthews, un niño de 12 años que decidió quitarse la vida en Nueva York, tras experimentar -en gran parte de su vida- una fuerte depresión que no fue tratada a tiempo. Ese fue el móvil de sus padres, Angela y Billy Matthews, para investigar sobre salud mental y entender por qué en Estados Unidos existen tan pocas intervenciones terapéuticas para niños con depresión aún cuando las cifras de suicidio son, al menos, preocupantes: Según datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU, en 2020, más de 1.500 niños entre 10 y 14 años se quitaron la vida.
De acuerdo a datos de Unicef, las muertes por suicidio representan la segunda causa de fallecimiento entre los jóvenes de entre 15 a 29 años, después de los accidentes de tránsito. Sin embargo, existen pocas cifras a nivel mundial respecto a lo que ocurre con los niños en edad escolar. ¿Cuánto sabemos del suicidio infantil en nuestro país? ¿Qué tan dispuestos hemos estado a conversar del tema?
Según los datos del proyecto Suicidio y riesgo suicida en adolescentes durante la pandemia, realizado por el psicólogo Álvaro Jiménez y el economista Fabián Duarte, en 2020, Chile presentó 1.571 fallecimientos por suicidio, mostrando así la tasa más baja (8 de cada 100 mil) durante las últimas dos décadas. En el caso de los menores de 19 años, esa estadística también decayó. Si en 2016 existieron 83 casos, en 2018 se pasó a 74 y en 2020, hubo 60. Si bien estas cifras no están desagregadas, dan cuenta de una tendencia.
“Nuestra hipótesis es que esa disminución está asociada a las cuarentenas de la pandemia, porque en esos contextos hay mayor vigilancia por parte de los padres, baja el consumo de alcohol y drogas -que puede ser factor de riesgo en los más grandes-, y hay una mayor consciencia de las consecuencias del suicidio al estar encerrado con los vínculos significativos. Pero es altamente probable que esto tienda a aumentar y las tasas vuelvan a los niveles anteriores de la pandemia”, dice Álvaro Jiménez, académico de la Facultad de Psicología de la UDP e investigador del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay). “Respecto al suicidio infantil, es difícil estudiarlo porque estadísticamente hay pocos casos para sacar conclusiones. Sin embargo, estamos en un momento crucial para preguntarnos qué hacer y actuar a tiempo frente a conductas de riesgo”, agrega.
Según un estudio publicado en la revista The Lancet, 1 de cada 12 niños entre los 9 y 10 años informó haber tenido pensamientos suicidas. Pero poco conversamos sobre esto. Álvaro Jiménez cree que este tabú se ha instalado porque existe una concepción que sostiene que los escolares -por su desarrollo cognitivo- no piensan en estas temáticas. “Y sí lo hacen, solo que lo comunican poco en comparación con los adolescentes. Hay que recordar que entre los 8 y 9 años se empieza a simbolizar la muerte como un fenómeno natural e irreversible. Se entiende ya a esa edad. Entonces es clave estar alerta a ciertas señales, sobre todo porque el suicidio infantil está asociado a un tipo de comportamiento de carácter más impulsivo que en el resto de los grupos etarios”.
Muchos padres y madres al verse enfrentados a esta situación, entran en un estado de negación. La psicóloga Carmen Olivari, jefa del Diplomado en Psicoterapia Infanto Juvenil de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica, afirma que eso pasa por el susto que provocan estos pensamientos. Sin embargo, cuando no se toman en serio -y no se acepta que son reales-, se puede caer en la práctica de menoscabar el sufrimiento de los propios hijos. “A veces pasa que hay papás o mamás que creen que los niños o niñas están manipulando o que tienen estas conductas para llamar la atención. Pero cuando existen estos pensamientos recurrentes, hay que alertarse inmediatamente. En esto, habitualmente hay un dolor emocional o malestar psicológico profundo que supera las capacidades de adaptación del niño, niña o adolescente. Eso, es lo que se produce a nivel emocional, y es una sensación real”.
Si bien los suicidios en niños y niñas no han mostrado un alza, existe una preocupación generalizada -sobre todo, en comunidades educativas- por el estado de la salud mental de los escolares. Un informe publicado en el Journal of Clinical Child & Adolescent Psychology -que contó con reportes de 24 países- dio cuenta que en Chile, entre un 12% y 16% de los niños menores de 6 años tiene ansiedad y depresión; muy lejano al 5% que presenta este indicador a nivel global. “En mi experiencia, y la de mi equipo, más que conductas suicidas, hemos visto un aumento por síntomas de depresión en niños y adolescentes. Es una impresión clínica, porque aún no hay estudios sobre esto”, dice Carmen Olivari y agrega: “En estos últimos dos años, fue muy potente el encierro de la pandemia y el hecho de perder la vida cotidiana del intercambio social. Eso ha llevado a más consultas. Si bien esos estados depresivos no siempre llevan a intentos o pensamientos suicidas -sobre todo cuando son tratados a tiempo-, sí son un factor de riesgo”.
Estar en alerta
La Organización Mundial de la Salud lo ha expresado claramente: el suicidio es un problema de salud pública -rodeado, muchas veces, de mitos y tabúes- que es prevenible si es que existe una intervención oportuna, basada en evidencia. En el caso del suicidio infantil, aunque puede ser difícil pesquisar por sus características previas -habitualmente, conductas que tienen que ver más con la irritabilidad que la tristeza-, sí se puede detectar mediante signos de alarma.
Primero, están la señales de sufrimiento emocional, que pueden ser: cambios súbitos de la conducta habitual, signos de depresión -tristeza, pesimismo, desesperanza-, escaso interés en actividades que antes motivaban, disminución del rendimiento académico, cambios bruscos de peso o patrones alimenticios, insomnio, descuido en la apariencia personal y/o higiene, irritabilidad y/o agresión, conductas autoagresivas, aislamiento. La psicóloga clínica y doctora en Psicoterapia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pauline Heine, indica que “estos elementos son útiles para ayudar a identificar una situación de sufrimiento psicológico o emocional, en la que eventualmente se podría estar albergando pensamientos suicidas. No obstante, si un alumno presenta alguno de estos signos, no implica necesariamente que esté pensando en quitarse la vida. Si se observa esto, es importante buscar ayuda profesional para que sea evaluado por especialistas en el tema”.
Sin embargo, Heine sostiene que pueden existir signos graves y directos de riesgo suicida, tanto verbales, como no verbales. Ejemplo de ello es hablar acerca del propio suicidio o expresar deseos de morir, mediante alocuciones como “Cuando yo no esté aquí” o “A nadie le importo realmente, no me echarían de menos si no estoy” o “Me gustaría morirme”. Además, realizar ritos o visitas de despedida, escribir cartas, hacer testamentos, buscar métodos, o regalar posesiones preciadas a los demás también se catalogan como señales de alarma.
Al momento de detectar esto, dice Heine, es clave conversar con el niño, niña o adolescente; mostrar interés y apoyo, y acoger sus necesidades. Y no solo eso: contar con una atención oportuna y profesional puede ser clave en términos de prevención. “Tenemos que detectar a tiempo cuando un niño, niña o adolescente presente sufrimiento emocional para que no llegue a pensar en el suicidio como una opción, y si es que lo está haciendo, que tenga un tratamiento pertinente y profesional, porque existe. La clave es pesquisar y para eso, todos los adultos responsables nos tenemos que capacitar. Ahí hay que concentrar los esfuerzos”, finaliza Pauline Heine.
Si necesitas ayuda o apoyo profesional, puedes llamar al teléfono de Salud Responde al 600 360 7777 o entrar a esta página del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes.
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