Quintillizos 20 años después
Los Dourthé Orrego fueron los primeros quintillizos nacidos vivos en Chile y los primeros de todo el mundo en ser los cinco del mismo sexo. Fue tan mediática su historia, que en su infancia nunca les tuvieron que comprar pañales porque les llegaban regalos y donaciones. Pero el camino no ha sido tan fácil.

Paula 1201. Sábado 4 de junio de 2016.
"¡Quedaste embarazada! Y me tinca que es más de uno", escuchó Eliana Orrego por el teléfono, una tarde de abril de 1996, cuando estaba en su lugar de trabajo: el Conservatorio de Música de la Universidad de Chile, donde por esos años enseñaba a tocar flauta traversa. Ella y su marido hacía 9 años, Antonio Dourthé, violinista e ingeniero, ya tenían un hijo, Antonio, de 6. Pero hacía un tiempo añoraban tener otro. Y, si eran mellizos, pensó ella, mejor aún.
Fue a la consulta a hacerse una ecografía, cuando la cara del doctor empezó a ponerse entre blanca y fucsia. "¿Qué pasa, doctor? ¿Se murieron los mellizos? Dígame altiro", preguntó aterrada. "No Elianita. No se ha muerto nadie. Lo que pasa es que creo que acá hay más de dos... Eliana, tranquila. No te asustes. Pero son cuatro".
Un mes después, Eliana volvió a la consulta. De nuevo vio cómo cambiaban los colores de la cara del doctor. "No son cuatro", le dijo. Eliana, asustada, le preguntó: "¿cuántos murieron?". "No, Elianita, es que son cinco hombrecitos. Hay uno de los huevos que está gemelado", afirmó. "En el minuto que escuché esas palabras de la boca del doctor, se me borró la palabra miedo de la mente. Entendí que era algo de Dios", cuenta Eliana. Antonio agrega: "Cuando me contó, yo me largué a reír. Es que ya no era tema de uno, era algo superior. Solo quedaba enfrentarlo. Y ahí fue fundamental la fortaleza de la Eliana. El gran tema era su salud. Porque ella era igual de delgada que ahora, entonces decíamos: ¿dónde van a entrar esa cantidad de niños".
EL SECRETO
No le contaron a nadie y dedicaron los primeros meses de embarazo a investigar. No había ningún caso de quintillizos nacidos vivos en Chile. Pasaban las tardes después del trabajo sentados con lápiz, papel y calculadora viendo cómo recibirían a este batallón. Si algo estaba claro, era que Antonio dejaría la música y se dedicaría ciento por ciento a la ingeniería, carrera que estudió porque sus papás se lo pidieron, pero que ahora le abría una opción de generar más dinero.
A los seis meses y medio de embarazo, Eliana ingresó a la Clínica Las Condes. La semana que estuvo internada, en la que la monitorearon diariamente hasta encontrar el día perfecto para el nacimiento, la ocupó eligiendo los nombres de los cinco. Con una ecografía en la mano, empezaron. El que estaba abajo y sostenía el peso de todos, se llamaría Francisco, por San Francisco de Asís. El resto: Joaquín, Vicente, Sebastián e Ignacio.
A los siete días, después de una cesárea de alta complejidad, nacieron los quintillizos. Pesaban entre un kilo y un kilo y medio. Apenas salían, los iban llevando a la sala de neonatología para ubicarlos a cada uno en su incubadora, las que fueron su refugio hasta que tuvieron bien desarrollados sus sistemas respiratorio y digestivo, los dos más complicados en guaguas prematuras.
Cuando después de un mes en la incubadora, Eliana y Antonio pudieron llevarse a sus cinco guaguas a la casa, la pieza matrimonial pasó a ser la de los quintillizos. Ellos dos pasaron a dormir en el living, que era también la sala de juegos.
Los papás de Eliana y Antonio se enteraron horas antes del parto de que serían abuelos de quintillizos. El resto de los familiares y amigos supieron después de que habían nacido. Y los menos cercanos se enteraron por la prensa. Aunque Eliana fue tajante en decir que no quería la presencia de los medios, la noticia se filtró y llegaron hasta la clínica todos los canales de televisión. "Era un hecho noticioso a nivel nacional, eso era innegable. Yo le trataba de explicar a la Eliana que aunque fueran sus hijos y su vida privada, la noticia pasa a ser parte de la historia de Chile", dice Antonio. Eliana agrega: "Y la verdad, fue de gran ayuda. La gente reaccionó con mucho cariño y generosidad. ¿Me vas a creer que yo a estos niñitos jamás les compré un pañal?". Hasta el día de hoy los reconocen en la calle como los papás de los quintillizos. "Hace poco en el supermercado una mujer me preguntó: '¿cómo están las guaguas?'. '¡Las guaguas de 20!', le respondí yo".
El día del parto quedaba una misión muy importante: contarle a Antonio, el hijo mayor. Su papá le relataba lo más pedagógicamente posible: ¡nació tu hermanito! Pero, ¿sabes qué? No es solo uno… ¡son cinco! Él saltaba de la felicidad. "No tenía idea de los riesgos que había detrás de todo esto. Solo pensaba en que superaríamos a sus primos Maino Orrego, que eran cinco en total. Para nosotros era muy importante que Antonio viviera este proceso bien, porque sabíamos que la preocupación por los quintillizos iba a ser total. No queríamos que se sintiera botado", explica Antonio. Por lo mismo, cuando después de un mes en la incubadora los cinco llegaron a la casa, en esta cambió todo menos la pieza del hijo mayor. La matrimonial pasó a ser la de los quintillizos y Eliana y Antonio dormían en el living, que era también la sala de juegos. "Empezamos a sacrificar muchas otras cosas: para qué decirte la prioridad que tenían ellos por sobre la vida social. Yo empecé a dejar mis actividades cada vez más, hasta que las borré por completo", dice Eliana, quien, además, renunció a su trabajo a los pocos meses.
GOLPES EN LA CABEZA
"Uno de los aspectos más complicados de tener quintillizos es la frustración de no poder tomarlos a todos tanto como uno quisiera. Porque tengo dos brazos, ¡no cinco! Me preocupaba no poder darles esa primera etapa satisfactoria a cada uno", dice Eliana.
Hay ciertos hábitos que se repiten entre los hermanos múltiples. Cuando estaban recién empezando a caminar, advirtieron que Vicente se estaba dando golpes en la cabeza contra la pared. Y los otros cuatro lo empezaron a seguir. Perturbada, Eliana partió corriendo a ver a su siquiatra, que la tiene de cabecera desde el día que nacieron. Ella le explicó que, a partir de cierta edad, los hijos múltiples, especialmente cuando son más de tres, se golpean la cabeza para llamar la atención. "Aprendimos que teníamos que tener cuidado, porque uno como papá siempre acude al que tiene más problemas. Entonces, ¿cuál es la solución? Generar problemas", dice Antonio. Eliana agrega: "Hay una serie de cosas que una guagua necesita de su mamá en su primera infancia: espacio, atención, apego, cariño. Tú se la puedes entregar full time, al 100%, a una. Pero no a cinco. Aunque estés pegada con chicle en la casa. Entonces no es que el niño esté pensando "me voy a pegar en la cabeza porque no me pescan". El niño está sintiendo instintivamente la carencia. ¿Sabes cómo llamábamos a Vicente? Vicente el paciente, porque era el que menos gritaba, el que menos exigía. Y, como no gritaba, podían pasar días y nadie lo había pescado".
Cuando los quintillizos estaban en edad de entrar a pre-kínder, su hermano mayor, Antonio, ya estaba en quinto en el colegio Manquehue. Pero no les alcanzaba para los cinco. "Mamá que no llora no mama, dicen, así que fui a hablar con todo el mundo. Hasta el alcalde de Vitacura, Raúl Torrealba, me dijo: 'Eliana, tú tienes que pelear esto. Dejémonos de cuentos. Tú no puedes sacrificar la vida que llevabas. Y tú tenías la suerte de tener una buena educación'".
Y, con gran ayuda del colegio, lo logró. Pero le recomendaron que entraran tres y otros dos esperaran un año más. Ellos se opusieron. "Que entren todos y después sin darse ni cuenta dejamos repitiendo a dos. Pero, por favor, que entren todos juntos, que todos se pongan uniforme el mismo día", rogaba Eliana. "Mi señora tenía, y tiene hasta hoy, muy claros los problemas desde el punto de vista sicológico", dice Antonio. Fue en segundo básico cuando los separaron. Tres se quedaron repitiendo en primero y dos pasaron de curso. Y su papá recuerda una anécdota: "Vicente llegó el primer día de clases básico llorando a la casa: 'Es que estoy solo. No hay ningún hermano en mi curso'. Ahí nos empezamos a dar cuenta de las distintas personalidades. A los demás no les importó, pero él hasta hoy necesita estar con alguno de sus hermanos. Entre ellos hay una variedad de personalidad y gustos impresionante", dice Antonio, quien desde que cumplieron 4 años, hasta los 16, les hizo clases de violín. "Traspasarles mi experiencia como violinista hizo que forjáramos un vínculo súper especial".
La etapa escolar no fue fácil. Mientras Antonio era alumno destacado y excelente deportista, cuatro de los quintillizos vivían en la inspectoría por problemas de conducta. "Este proceso de aprender a estudiar, de enfrentar el déficit atencional, de madurar y empezar a reflexionar se demora mucho más en niños que nacieron prematuros. Pero tampoco es en todos iguales, porque hay uno de ellos, Sebastián, que nació maduro. Es como el papá de todos. Muchas veces, cuando tienen pena o un problema, van adonde él", dice Antonio.
Marzo y abril eran meses complejos. A los problemas de conducta en el colegio, se sumaba la compra de útiles escolares. "no teníamos ni uno, había que arreglárselas", dice Eliana. "Ahí fue de ayuda Sebastián, que buscaba en internet libros usados".
"Fueron años complicados. Uno no siempre tiene la sabiduría para enfrentar de la mejor manera las dificultades. Y la mayor fue el tema del colegio. La ausencia de disciplina, vivir llevándolos al sicopedagogo, dando explicaciones en el colegio, lograr que se tomaran las pastillas que les recetaban. Y de repente uno es espontáneo y dice: 'Me tienen hasta el mono. ¿Hasta cuándo? ¿Por qué tienen que seguir llegando tarde o faltando a clases?", por darte un par de ejemplos. Hoy me pregunto: '¿está bien lo que hice durante 14 años? ¿Hubiera sido mejor decirles: hagan lo que quieran, si no se quieren tomar el remedio, no se lo tomen y si repiten, repiten?'. A lo mejor debería haber hecho todo tan distinto. Pero con Antonio siempre decimos: 'culpa no vamos a tener nunca'. Porque si hay algo que me deja tranquila, es que hicimos todo lo que estaba en nuestras manos", dice Eliana.
Marzo y abril eran meses complejos. A los problemas de conducta se sumaba la compra de útiles escolares, que era una osadía de nunca acabar. "No teníamos ni uno, había que arreglárselas. Ahí fue de gran ayuda Sebastián, "el maduro", que buscaba en internet libros usados. Él era el de esas picadas. Me decía: "mamá, vamos a San Diego, ahí venden libros baratos", cuenta Eliana.
Cuando los cinco salieron del colegio celebraron en grande. "Esto ha sido como un viaje, pero todavía no hemos llegado al final: verlos a todos profesionales. Esa es la etapa que a todo papá le gustaría llegar a mirar", dice Antonio. Hoy están en la universidad. "Sebastián estudia Ingeniería Civil; Vicente, Ingeniería Comercial; Francisco, Música, como sus papás; y Joaquín e Ignacio, los gemelos, Periodismo. En tanto Antonio, el hermano mayor, se acaba de titular de abogado".

La ayuda de Antonio, el hijo seis años mayor (al medio, sosteniendo a uno de los quintillizos) ha sido clave para Eliana y Antonio. "Sin que se lo hayamos pedido, él los guía y aconseja siempre", dice la mamá.
REMINISCENCIA INCONSCIENTE
Entre los quintillizos Dourthé Orrego hay una atracción natural. Se buscan. Cuando se cambiaron de casa dormían los cinco en una mansarda en el segundo piso. A los 12 años se organizaron y pidieron formalmente a los papás cada uno tener su pieza.
Llamaron a un arquitecto y lo logró. Hoy tienen 19, pero aún se juntan todos en la pieza de alguno en las noches. "A veces los pillas durmiendo de a dos o tres. Ahí hay una especie de reminiscencia inconsciente de su situación inicial. O, por lo menos, es como yo lo intelectualizo. Se formaron todos juntos en la guata y necesitan estar juntos ahí. Porque eso no pasa con Antonio, el mayor. Él es más independiente, aunque tiene excelente relación con ellos", dice Antonio.
Casi nunca pelean entre los cinco, excepto por la comida, tema tragicómico para los Dourthé Orrego. "Estamos endeudados hasta el tuétano. Y la culpa es de la comida. Es lejos el ítem más caro. Lleno la despensa, el refrigerador. Y no puedo creer cuando abro y no queda nada", dice Eliana. Antonio agrega: "es que, además, son hombres, viven con hambre. De repente llega uno y dice: ¡se comieron mi almuerzo! Al final nos terminamos riendo".
Y ustedes, ¿cómo se las han arreglado para sobrevivir como pareja?
Eliana: Somos permanentes críticos de nosotros mismos, sobre todo en nuestro rol de padres. Estamos siempre cuestionándonos de qué manera ser mejores padres. Y, a pesar de las dificultades en el camino, somos muy felices.
Antonio: Lo que nos podría haber botado al suelo por no aguantar más, finalmente nos fortaleció mucho. Esta es una empresa de a dos. Es una carga tremenda, pero más liviana se hace estando juntos. De repente salimos solos y más que hablar de nosotros, hablamos de los niños. Pero es parte de nuestra realidad.
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