Hace un mes la periodista Alexandra Jones reflexionó en el medio británico Stylist que al fin estamos asimilando que renunciar a un trabajo –o a una situación o vínculo en particular–, no es señal de debilidad, ni de abandono, ni mucho menos el fin del mundo, sino más bien el comienzo de algo mejor. Su artículo se titula The Joy of Quitting: How Walking Away Became Something Worth Celebrating (La alegría de renunciar: Alejarse se transformó en algo digno de celebrar) y en él plantea: “El Departamento de Trabajo de Estados Unidos informó recientemente que en los últimos 20 años, nunca había habido tantas renuncias como las hay hoy. Acá en Inglaterra, las encuestas han encontrado que alrededor de una cuarta parte de los trabajadores están dispuestos a dejar sus trabajos antes que volver a trabajar de manera presencial y a tiempo completo. Esto no es propio de la pandemia; puede que la pandemia nos haya obligado a meditar durante meses sobre nuestras ambiciones y propósitos –de hecho, el 75% de nuestros lectores dicen querer trabajar menos días y enfocarse más en sus vidas personales post pandemia–, pero para las generaciones más jóvenes, este cambio de paradigma se viene gestando hace un tiempo”.

Y es que en una cultura exitista, en la que el valor del ser humano está determinado en gran parte por su capacidad de producción, renunciar a algo, sea lo que sea, tiene una connotación negativa. Cuántas veces hemos escuchado frases que decretan que los ganadores no renuncian –premisas casi inamovibles de la época– y cuántas veces hemos asociado la renuncia al abandono, al dejar algo a medio andar o simplemente a darnos por vencidas. Pero lejos de ser un fracaso, a veces la renuncia –o dejar ir un trabajo, una situación, un vínculo, un hábito o una vivencia– es lo único que nos permite conocernos en la incertidumbre y finalmente dar paso a que se abran nuevas posibilidades.

O como explica la psicóloga de la Universidad Diego Portales, Francisca Otero, en muchos casos la renuncia es la que puede hacer que nos conectemos con lo que realmente deseamos. “El primer paso, cuando pensamos que dejar algo es sinónimo de fracasar, es el de preguntarnos por qué lo consideramos un fracaso, cuánto deseamos o no lo que estamos dejando, y cómo se incorpora con nuestro proyecto de vida, aunque ese no esté del todo definido. Muchas veces, sobre todo las mujeres, hacemos cosas por imposición, vivimos presionadas a tener que cumplir múltiples roles, como mujeres profesionales, mamás, esposas. Al final lo que uno ve ahí es que no hay un respeto hacia una misma, porque no nos enseñaron a escucharnos, a mirarnos y a identificar y reconocer nuestras señales”, explica la especialista. “Más bien nos enseñaron a hacer todo lo contrario; a no tomar en cuenta lo que estamos sintiendo ni las señales que nos entrega el cuerpo, o a ponerlas en segundo plano con tal de cumplir una expectativa o un deseo externo. Y eso per sé no es que sea negativo, pero hay que ver si calza con lo que queremos”.

Y es que mucho tiene que ver, como explica la especialista, con aprender a diferenciar y visualizar para quién estamos haciendo las cosas que estamos haciendo. “¿Estas expectativas son propias o vienen desde afuera? ¿Tiene que ver con satisfacer el deseo de otros? A veces se trata de mandatos que están a nivel muy inconsciente; hay padres que desde una muy temprana edad le dicen a sus hijos que solo pueden estudiar tales carreras y desde ahí en adelante, cualquier cosa que implique salirse de esas tres opciones, equivale al fracaso. Y en el fondo, eso tiene que ver con querer ser aceptados y queridos. Si somos de cierta forma, o cumplimos ciertas expectativas, valemos más”.

Pero en esa noción, como explica la especialista, existen muchos mitos e idealizaciones poco realistas, que al final distancian a la persona de la posibilidad real de conectarse con lo que sienten. “Cuando hay una expectativa o un impuesto de cómo tengo que ser, y hago todo por cumplirlo, me alejo de la posibilidad de escuchar qué me pasa en relación a eso. Desde ahí se establece una lucha interna; me presiono o me siento inferior por no ser capaz de cumplir con esas normas que son personales y sociales, porque no olvidemos que lo social siempre está internalizado”.

El psicoanalista de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, explica que la renuncia tiene que ver con reconocer las propias fortalezas y debilidades, así como también los puntos de desarrollo y los límites. En ese sentido, renunciar o dejar ir puede ser algo positivo en la medida que nos permite estar conscientes respecto a lo que podemos dar o no, y eso, a su vez, nos hace generar vínculos más genuinos. “Tiene que ver con asumir que a veces no podemos, y eso por supuesto que involucra un duelo, una sensación de imposibilidad o vulnerabilidad, pero también nos permite conocer nuestras fortalezas y asumir compromisos de manera más sana, pudiendo realmente entregar nuestra energía, ya no entregándola a fantasías o ideales. Esto nos permite llevar una realidad más acorde a nuestros deseos y necesidades, mucho más honesta, comprometiéndonos pero bajo ciertos parámetros”.