"Mi familia es de Valparaíso, del Cerro Barón, y pese a que no sea un lugar con tanto verde, mi abuela, quien murió hace unos años, tenía un parrón dentro de la casa y en torno a él muchísimas plantas. Siempre trato de evocar ese lugar para recordarla.
Hace dos meses cambió un poco mi percepción sobre la naturaleza, gracias a una obra de teatro, Estado Vegetal, que me hizo mucho sentido. Ahí se habla sobre la capacidad que tenemos los animales de movernos, a diferencia de las plantas, que tienen una orgánica en que el cuerpo y el alma son una sola. Ellas crecen orgánicamente siguiendo el sol, en cambio nosotros necesitamos de las señales del cerebro para hacer una acción, como decirle a la mano que tome el celular, por ejemplo. También exponen sobre el alma vegetal, de la comunicación que existe entre ellas. Todo eso despertó en mi mucha curiosidad e interés por el tema.
Mi rincón verde es parte del sistema de la casa. Tiene que estar porque ordena el resto de los espacios y lo que pasa alrededor de ella. Necesito tenerlas para vivir. Creo que si uno las ve como un adorno más, es mejor no tenerlas. Yo incluso he regalado algunas porque siento que no forman parte de mi hogar, que no pueden adaptarse. Prefiero que estén cómodas, por eso es muy importante ver cómo se comportan fuera de su hábitat natural.
La verdad es que no me considero una persona experta en el tema. Ni siquiera me sé sus nombres. Sin embargo, es algo que se me da de manera muy natural. Es muy instintivo para mí y las cuido con lo básico, solo agua. Siento que las conozco y sé perfecto lo que necesitan. Igual hay algunas que requieren de mayor atención, sobre todo cuando las veo decaídas. Ahí me preocupo de mimarlas.
A este departamento llegué hace unos días y tengo, hasta el momento, 15 plantas en total. En mi terraza hay una Costilla de Adán y estoy impactado con todo lo que ha crecido. Es mi preferida y la que le llama más la atención a la gente. Esa me la traje de la casa donde vivía antes con un amigo. Tuvimos que dividir las cuatro que teníamos en conjunto y no dudé en quedármela. Él se quedó con un ficus precioso que también me encantaba, pero yo sentía que pertenecía a ese lugar. Si lo sacaba, la casa ya no iba a tener sentido".
Carlos Iñiguez tiene 31 años y es arquitecto. Actualmente trabaja para una empresa y hace ayudantías de arquitectura sustentable en la Universidad de Chile.