Mi pasión por las plantas parte por mi familia. Mi madre es chef y mi tía apicultora, por lo que siempre crecí en un ambiente que estaba muy ligado a la naturaleza en Temuco. A mi mamá le encanta la comida basada en frutas y verduras, y escoger cada una es todo un ritual. Se preocupa de tomar las que estén maduras, frescas, que respeten sus tiempos y no interfieran sus procesos naturales. Cuando nos vinimos a Santiago, a mis siete años, ella llenó nuestra casa de árboles frutales y plantas exóticas. La verdad es que tratamos de llevarnos un poquito del sur a la ciudad. El jardín contaba con tres niveles y el último, estaba repleto de rosas. Ahí mi tía tenía un panal y nos venía a ver para fabricar su propia miel. Era un proceso muy bonito.

En 2016 armé, junto a mi madre y mi pareja, un proyecto con el fin de dedicarnos a masificar el alcance de las plantas. Tenemos dos puntos de venta, sin embargo, tengo planeado que mi casa pase a ser una 'casa vivero', con un huerto gigante y talleres para los interesados. Cuando veo una planta, aparte de maravillarme de la estructura que tiene, me entrega una alegría gigante. Me siento muy bien y cómodo teniéndolas. Encuentro que son más lindas que cualquier adorno u objeto de deseo. Puede reinar con vida cualquier espacio, incluso más que un cuadro. No me imagino mi vida sin plantas. Si no estuviesen, tendría que estar con una depresión gigante. Si no las tengo, es porque seguramente estoy sufriendo. Es como si no tuviese animales. Los amo, tengo siete gatos y dos perros.

Creo que todos deberían tener plantas y aprender a interiorizarse con ellas. Muchos clientes me dicen que no se les da fácil, pero eso es mentira. El problema es que no han encontrado la ideal para ellos. Hay plantas para cada personas, igual que animales. Tiene que ver con el perfil de la persona y cómo se cuida a sí misma. Lo importante es preocuparse de ellas, revisarlas, que se vean sanas y que en sus hojas demuestren vida. Si están así, es porque se está haciendo todo bien. Y si no, la planta se va a encargar de demostrarlo.

Me gusta mucho ir rescatando las que me encuentro en el camino. Me parezco bastante a mi mamá en eso, porque si ella ve que hay una muriéndose en el jardín de alguna casa, toca el timbre, pide llevársela y la revive. Varias de las que tengo acá llegaron por una razón similar, sobre todo las mismas que vendo, ya que hay algunas que nunca se las llevan y se empiezan a secar, entonces esta es la zona de recuperación de nuestro vivero. El problema es que después ni yo ni mi pareja queremos venderlas porque nos encariñamos con ellas. Soy de la idea igual de que si las plantas se acomodan a un lugar, es por algo.

Llegar en la tarde a mi casa y encontrarme con mi rincón verde es lo mejor que me pasa en el día. Es que no paro, ya que además de trabajar en mi marca, administro la parte cultural de la Plaza de Bolsillo de Morandé y Padre Mariano. Cuando veo mis plantas, puedo amar, sacarme los zapatos, regar, revisar las que no están bien, sacarles las hojitas. Mi regalona es la flor del pájaro, porque cuando era niño tenía una en el pasillo de mi casa y cada vez que pasaba por ahí me quedaba maravillado viendo cómo aparecía una flor nueva. El proceso es increíble, ya que se seca, la bota, y aparece una nueva. Es como una transición de la vida a la muerte.

Gerardo Pedraza tiene 29 años, es fotógrafo y el creador de Vive Vivero.