"Desde que tengo uso de razón que me gustan las plantas. Es algo que llevo en mi sangre, ya que mi 'viejo', era un amante de la naturaleza. Él fundó, hace 80 años atrás, el Jardín Los Leones y yo sigo sus pasos. Vivo hace diez años en este vivero –que parece un pequeño santuario en medio de Hernando de Magallanes- y me dedico todo el día a su cuidado. Este lugar no es solo mío, mi rincón verde es para todo el mundo.
La naturaleza estuvo muy presente en mi infancia. Mis hermanos y yo, solo jugábamos con plantas. Hacíamos pequeños jardines, plantábamos, cambiábamos los maceteros y regábamos. Así, se nos pasaba el día. Siempre con las manos en la tierra y la ropa embarrada. En esa época, mi papá se preocupó de transmitirme todos sus conocimientos sobre el tema. Me decía que lo más importante era quererlas y entenderlas como un ser vivo. Que tenía que preguntarles qué necesitaban y aprender a descifrar sus respuestas. Para eso, era primordial separar el concepto de mirar con el de observar. A mí nunca me costó mucho comprenderlas. Pese a ser un poco burro para sociabilizar, con las plantas es diferente, se me hace más fácil conectar con ellas que con las personas. Me siento un afortunado por trabajar en esto, porque es como seguir jugando, y si un día no estoy sucio, no estoy siendo yo.
Lo que más me asombra de las plantas es que, de cada una, podría contar un cuento. Todas tienen una historia y funcionalidad. Hay que aprovecharlas al máximo, ya que están llenas de virtudes. Pero siento que la juventud de hoy en día no tiene paciencia y se está perdiendo todos sus beneficios. No saben esperar, quieren todo inmediato y plantar –desafortunadamente para ellos-, es sinónimo de tiempo. Hace 40 años planté un coco de una palmera chilena y todavía sigo siendo testigo de su proceso. Han sido 4 décadas de amor hacia ella y eso me llena de orgullo.
Creo que el verde es primordial en las personas. Es la esencia de la vida y, al menos yo, no podría respirar bien si lo tengo lejos. En este lugar tengo miles de plantas, pero cada especie tiene un aroma y gusto distintivo. Para identificarlas, muerdo las hojitas porque dicen que los sabores nunca se olvidan. Como las valoro tanto, solo se las vendo a personas que están dispuestas a entregarles cariño. Me preocupo que el cliente se la merezca. Es que muchas personas han perdido el romanticismo por la naturaleza y se compran plantas solo para decorar. Ya no hay respeto, es cosa de mirar cómo están quemando los bosques en el sur. Además, encuentro que es una tontera que se pongan de moda porque como se trata de épocas, muchas pasan al olvido y lo mismo al revés. La ruda, por ejemplo. Siempre ha sido medicinal, pero ahora salió –no sé en qué tontera- que aleja las malas vibras y todos la quieren para la entrada de la casa. Y con la famosa Sansevieria trifasciata pasó algo similar. Era muy demandada, pero cuando le pusieron 'Lengua de Suegra' bajó su popularidad. Y ahora, volvió a estar de moda porque inventaron que producía más oxigeno que el resto. Si alguien quiere tener plantas, no se debe fijar en eso. Tiene que ir más allá.
En las mañanas me despierto bien temprano, tomo desayuno en mi casa y después paso inmediatamente al jardín. Empiezo por las plantas que más necesitan y después las que están mejor. El verano es bastante difícil para cuidarlas, sobre todo por los cambios climáticos. Hay que tener mucho cuidado porque hay mínimas cosas que pueden matar una planta por culpa del calor. Si a una hoja le queda una gota de agua y llega el sol directo, hace efecto lupa y se quema. Mi rincón verde es enorme y tengo que estar muy atento a cada cambio. También me gusta mucho hablarles. Les pregunto cómo crecieron, cómo están, y ellas me responden, e incluso me retan algunas veces. Me dicen "mire la hora que es y todavía no me ha regado". Yo las quiero a todas por igual. Son como las mujeres, cada una tiene su propia belleza. Pero debo reconocer que la Camelia es mi regalona. Tengo algunas, del año uno y bien mañosas, que las uso como 'madre' para crear otras. Son lo único que no vendo porque no existe precio que pese más que el cariño que les tengo".
José Manuel Galindo tiene 58 años, es agrónomo y dueño del vivero Jardín Los Leones.