Jaime: Cuando era niño viví mucho tiempo con mi abuelo, ya que mis papás viajaban muy seguido a Estados Unidos por trabajo. En el patio trasero de su casa había una huerta y podíamos pasar días enteros ahí metidos. A mí no me interesaban los videojuegos o la televisión, prefería estar con una pala en la mano y acompañándolo a él. Me enseñó a entretenerme con cosas simples y a disfrutar de la naturaleza. Se las arreglaba con lo que teníamos y aunque el espacio no fuese tan grande, plantaba tomates, lechugas, ají, acelgas, etc. Me acuerdo que le encantaban los árboles. Había damasco, níspero, naranjo, limón y hasta un parral. Él me dejaba ayudarlo en todo y yo aprovechaba de escuchar sus sabios consejos mientras jardineábamos. Pese a que fuese solo un niño, estaba muy consciente de que no quería desperdiciar ese momento tan íntimo con él.

Rocío: Mi historia es bastante similar. Como crecí en Lampa, mis recuerdos de infancia también son rodeada de todo tipo de plantas y árboles. Cuando conocí a Jaime ya había muerto su abuelo y sentí que había perdido un poco esa conexión con la tierra. Yo tenía 18 años y todavía vivía en la casa de mis papás, así que cuando nos pusimos a pololear, él iba a verme y se reencontraba con su esencia. Me acuerdo que para ganarse a mi hermana chica, la llevaba al jardín y le preguntaba los nombres de cada planta. Ella es como una enciclopedia, entonces ahí tenían un tema en común. Nos encantaba acostarnos en el pasto y sentir su olor cuando estaba recién regado. Pienso que el amor que le tenemos a la naturaleza influyó mucho para que conectáramos tan bien.

Jaime: Cuando decidimos irnos a vivir juntos, sabíamos que en nuestro departamento no podían faltar la presencia de naturaleza. Creemos mucho en las energías y pensamos que un hogar no está completo si no tiene plantas.  Si ellas están felices, es porque estamos haciendo las cosas bien y porque hay una buena vibra en el ambiente. Son súper sensitivas y pueden captar todo lo que está pasando a su alrededor.  Nos ha pasado que en periodos delicados se nos han muerto algunas. La ruda, por ejemplo, justo cuando estábamos en una crisis, se secó. Y eso que la cuidábamos siempre.

Rocío:Las plantas me transmiten responsabilidad porque me hacen consciente de que tengo una vida a mi cargo. Al principio me pasaba que era súper mala. Experimenté con las más fáciles, pero no se me daba. Mi abuela me decía que quizás tenía una maldición en mis manos porque se me cortaba el merengue, no me subía el queque y se me morían las plantas. Sin embargo, después de varios asesinatos, empecé a entenderlas y manejarlas. Aprendí que las hay para cada persona y que también uno les transmite su personalidad. Tratamos de cuidar nuestro rincón verde juntos. Cada uno aporta en algo y siento nos complementamos mucho. Al menos dos veces a la semana sacamos todas las plantas a la terraza para regarlas y revisarlas. Yo soy mucho más desordenada que Jaime, él es muy meticuloso y le gusta limpiar las hojas una por una. Sabemos perfecto cuál es cuál y en qué proceso está. Es que para nosotros ellas son un ser vivo más del departamento que, al igual que nuestro perro Elvis, necesitan amor y dedicación.

Jaime: Nuestra preferida es la Lengua de suegra, ya que es muy funcional. Leímos el otro día en una revista que había un estudio reciente de la NASA que decía que esa planta es una de las que más genera oxigeno incluso fuera del espacio. Purifica el aire casi un 50% y las usan en las naves por la misma razón. Eso nos confirmó nuestra ideología de que cuando la gente vive con naturaleza, vive mejor.

Rocío tiene 25 años y Jaime 29. Ambos son publicistas y tienen su propio estudio creativo, @palosantoestudio, destinado a generar contenido audiovisual y fotográfico para marcas.