Paula 1189, Especial Felicidad. Sábado 19 de diciembre de 2015.
Si nos atenemos a los resultados de las encuestas, vivimos en un país imposible. La desconfianza es brutal y generalizada, hacia prácticamente todo: empresas, empresarios, sindicatos, iglesia, jueves y mejor no mencionar a políticos, coaliciones, partidos o diputados. Nada parece salvarse del naufragio y la sospecha. Esto se ha profundizado en los últimos 3 o 4 años, pero el declive viene de antes. La situación en algunos casos es extrema; por ejemplo, en la última Encuesta Bicentenario UC Adimark, correspondiente a 2015, solo un 1% afirma confiar "algo" o "bastante" en nuestros parlamentarios. Si lo tomáramos literalmente, nuestra democracia estaría paralizada, carente de toda legitimidad (lo que más de alguno postula por estos días). Sin embargo, no todo es tan negro. Frente al juicio lapidario sobre las instituciones, observamos que las personas acuden con normalidad a sus trabajos, pagan sus impuestos, pagan sus deudas y se interesan en los asuntos políticos. Hay algo paradojal entre esas opiniones tan lapidarias y una realidad de funcionamiento relativamente normal de las instituciones y de la vida en sociedad.
Las encuestas vienen mostrando, hace ya rato, esta paradoja; pero solo recientemente hemos tomado conciencia de ello: las personas dicen rechazar e incluso odiar a las instituciones, pero al mismo tiempo expresan confianza, o incluso cariño, por las formas más concretas y cercanas con que se relacionan con estas mismas instituciones. Por ejemplo, rechazan a "las empresas", pero valoran a la empresa en que trabajan. Manifiestan desconfianza en "la Iglesia" al tiempo que aprecian a su vecino cura párroco. Rechazan a "los bancos", pero confían en su banco personal. Todo esto pareciera perfectamente contradictorio. ¿Cómo podemos odiar a un grupo, pero amar sus componentes individuales?
La respuesta a esta aparente contradicción, o paradoja, ya se había insinuado en las primeras investigaciones sobre actitudes y sicología social en EE.UU., en la década de los 30. Entonces, estudiando las actitudes que explicaran el prejuicio racial, descubrieron que las actitudes negativas hacia un grupo racial a menudo no eran consistentes con el comportamiento hacia personas específicas de ese mismo grupo (usualmente mucho más positivas). Estas investigaciones sirvieron de base para el diseño de políticas públicas en las décadas siguientes, orientadas a combatir el prejuicio racial, un problema candente en la sociedad norteamericana de entonces. La integración obligatoria de los colegios, por ejemplo, se basó en estos hallazgos: en la medida que los niños crecieran juntos, las actitudes entre grupos raciales mejoraría.
Fue mucho más tarde, en 1978, que el cientista político norteamericano Richard Fenno enunciara la paradoja hoy conocida como la "Paradoja de Fenno". En su libro, Fenno hace ver una realidad: la gran mayoría de los votantes de su país expresa actitudes negativas hacia el Congreso y los congresales (¿suena familiar?), pero a la hora de votar más de un 70% resultan reelectos. Esto fue explicado por este mismo contraste entre actitudes globales, hacia un colectivo ("los congresales" o antes, "los orientales") y las actitudes positivas hacia los miembros cercanos del mismo colectivo.
Todo lo anterior puede sonar a algo teórico, sin aplicación para los problemas reales de nuestro país. No lo es en absoluto. En realidad, es una luz de esperanza frente al diagnóstico de la desconfianza y sospecha generalizadas y que, aparentemente, solo podrían conducirnos al conflicto y a la explosión social. La sociedad norteamericana, hace no muchas décadas, parecía destinada a un enfrentamiento y fracturación inevitables producto de la desconfianza entre grupos raciales. La investigación social ayudó a diagnosticar y a diseñar políticas públicas razonables, que en el transcurso de no más de una o dos generaciones han logrado disminuir el problema hasta casi desaparecer. Los datos de la paradoja de amor y odio, que con tanta claridad mostró la Encuesta Bicentenario UC-Adimark, dan una pista de que el problema de desconfianzas en Chile puede tener opciones de salida satisfactorias para resolver, o al menos aminorar, las brechas que nos dividen y que muchos consideran hoy con un pesimismo insalvable. La confianza existe, está en lo cercano. Esa es la clave.
Director de Adimark GFK, es ingeniero comercial UC, MBA y Ph.D en Economía de la Universidad de Stanford, EE.UU., con especialización en Investigación del Consumidor.