Hace más de medio año Rosario Díaz (28) tenía ganas de emprender una nueva aventura. La profesora de Artes Visuales y Tecnología pensó en irse a Estados Unidos o a Canadá para enseñar, hasta incluso barajó la opción de hacer una Working Holiday. “Como buena millennial quería un cambio, una experiencia distinta”, dice al teléfono desde la isla Robinson Crusoe, parte del archipiélago de Juan Fernández, un lugar fuera del continente. Su curiosidad la llevó hasta allá, donde documenta parte de su día a día en su cuenta de TikTok.
En el verano postuló al servicio local de educación pública y recibió una oferta que parecía ser de Valparaíso, su ciudad vecina, pero minutos antes de comenzar la entrevista se dio cuenta de que la locación era prácticamente fuera de Chile, en Robinson Crusoe. “Supe de inmediato que quería quedar. En las entrevistas para colegios siempre te suelen hablar maravillas, tratan de venderte la idea, pero en esta fue todo lo contrario: me dijeron que el trabajo no era para cualquiera, que era difícil, que muchos colegas duraban una semana. Incluso me pusieron a prueba en casos hipotéticos muy difíciles, pero eso me motivó, me sentí super validada como profesional”, relata Rosario, quien es profesora jefa del séptimo básico del único colegio de la isla.
El desafío comenzó desde que le dieron en sí en el trabajo: tuvo que vender y regalar todas sus cosas y quedó expectante al llamado oficial del transporte. Podría ser un vuelo, un barco, dos barcos, todo era posible, hasta que un día le dijeron que en dos días más debía estar en el puerto de Valparaíso a las 7 de la mañana para zarpar rumbo a Juan Fernández. “Normalmente el viaje puede demorar entre dos o tres días, pero este fue directo y duró 26 horas en las que vomité todo el camino. Siempre me llamó la atención irme a vivir a una zona extrema. Yo no conocía mucho de Juan Fernández, mi única referencia en ese momento era el accidente que había sufrido Felipe Camiroaga. No lo pensé mucho a la hora de aceptar, porque lo encontré un lugar misterioso, desconocido, y también me llamó la atención trabajar en un colegio así de aislado”, recuerda Rosario, quien también es diseñadora gráfica, pero se terminó enamorando de la pedagogía y así sacó su segunda carrera.
Para profesora de Artes Visuales y Tecnología, la docencia es una instancia en la que puede entender a los estudiantes y así planificar según sus requerimientos y ver cómo entienden el arte: “Siento que la pedagogía es un proceso de constante investigación. Me pone a prueba como persona, como profesional. Es una profesión en la que los y las estudiantes me llenan de orgullo cuando veo sus progresos, sus proyectos y todo lo que logran. Siempre estoy maravillada, siempre me estoy sorprendiendo y eso me gusta de la pedagogía”.
Más allá de la cartulina y el cartón piedra
Como el transporte de materiales es lento desde el continente hacia la isla, Rosario junto con su otra colega de Artes se las ingenian para pedir materiales que se puedan encontrar con facilidad y así abrir un abanico de posibilidades que quizá no serían exploradas con el típico cartón piedra y cartulina. “Nunca he sido muy estricta respecto a qué materiales hay que ocupar, sino que me preocupo de que los estudiantes experimenten y puedan usar distintos materiales y soportes. Por ejemplo, si estamos viendo arte contemporáneo, mis actividades están más enfocadas en el desarrollo del pensamiento crítico, las reflexiones y el entendimiento. Quiero que ellos propongan lo que van a trabajar”
Una de las ventajas de enseñar en un pueblo pequeño como Robinson Crusoe, asegura Rosario, es que ella y los alumnos pueden salir de expedición por los alrededores siempre y cuando haya un objetivo pedagógico, sin la necesidad de una comunicación que los autorice. “Hacemos mucho arte con hojas del bosque exótico, que son especies introducidas a la isla que se comen a la flora nativa, así que salimos juntos a buscarlas y creamos unas obras de arte espectaculares. Eso es lo maravilloso de este colegio, podemos salir con los estudiantes a la playa, a la plaza si es que tenemos un objetivo de clase. Cada vez que salimos conversamos, se fortalecen los vínculos y la interacción es de una forma más horizontal. Ya no soy la profesora dictando una clase, sino una guía que es parte de un grupo”.
Pasión por la tecnología
No recuerda bien en qué momento pasó, pero está segura de que cuando conoció la programación y la robótica se enamoró. Comenzó a aprender de forma autodidacta, con la ayuda de su hermano, y luego se ha ido perfeccionando con la práctica.
La tecnología es una de las grandes pasiones de Rosario y la ha puesto en práctica en el colegio donde trabaja. El primer semestre de este año hizo un taller de programación y durante el segundo hará uno de robótica, donde los alumnos podrán poner en a prueba sus conocimientos. El kit, según dice, está en camino a la isla.
Siempre me llamó la atención irme a vivir a una zona extrema. Yo no conocía mucho de Juan Fernández, mi única referencia en ese momento era el accidente que había sufrido Felipe Camiroaga. No lo pensé mucho a la hora de aceptar, porque lo encontré un lugar misterioso, desconocido, y también me llamó la atención trabajar en un colegio así de aislado.
“Me llena de entusiasmo poder compartir estos conocimientos con mis alumnos y ser testigo de sus procesos, es algo que me colma de orgullo. La combinación de enseñar arte, robótica y programación me brinda una gran satisfacción, ya que veo cómo mis estudiantes se adentran en ese mundo de creatividad y tecnología y superan mis expectativas. Me motiva a seguir buscando nuevas formas de inspirarlos y apoyar su crecimiento”, relata Rosario, quien realiza clases desde quinto básico hasta la educación media.
Rosario ha trabajado en colegios pequeños, medianos y grandes a lo largo del ejercicio de su profesión. El establecimiento en el que enseña hoy cuenta con 170 alumnos y 50 profesionales entre profesores y asistentes de la educación, con un solo curso por nivel. Reflexiona sobre la labor de la docencia y asegura que esta también “es una forma constante de cuestionar nuestras prácticas y asegurarnos de que nuestras enseñanzas tengan un significado y un propósito claro para los estudiantes. Es fundamental que los docentes fomentemos el amor por el aprendizaje en nuestros alumnos para que puedan ser ciudadanos informados y comprometidos. Si logramos empoderarlos y brindarles las herramientas necesarias para enfrentar los desafíos del futuro, estaremos contribuyendo a un mundo más justo y equitativo”.