Paula 1201. Sábado 4 de junio de 2016.

Lejos del gris monótono del resto del Hospital Sótero del Río, las paredes de la Unidad de Salud Adolescente están llenas de coloridos dibujos de pájaros, vacas y hormigas jugando. Ahí, esperan ser atendidas adolescentes embarazadas, papás en uniforme con guaguas en brazos y adultos demasiado jóvenes para ser abuelos.

La unidad existe desde 1991 y atiende exclusivamente a pacientes menores de 15 años que están esperando guagua y viven en La Florida, La Granja, San Ramón, La Pintana, Puente Alto, Pirque y San José de Maipo, comunas que lideran el ranking de embarazo adolescente en la Región Metropolitana.

Hasta 2014 el foco estaba puesto en la embarazada, pero un caso llevó a reformular el trabajo del equipo. "Llegó una paciente de 14 años que se había embarazado de su pololo que tenía 11. Yo no lo podía creer. ¡¿Cómo tan chico?!", recuerda la matrona Hilda Ithurralde. Alarmada, mandó a pedir un examen para saber si el chico había tenido su espermarquia: la primera eyaculación que indica el momento en que ya puede procrear.

El examen dio positivo e Hilda le pidió a la embarazada que su pololo viniera al próximo control. Una semana más tarde tenía en su consulta a un escolar flaco y alto, de incipiente bigote. "Era claramente un joven precoz. Le pregunté si quería escuchar los latidos de su guagua; él se reía nervioso, me acuerdo patente", dice la matrona. Y agrega: "Hace 25 años nos asombrábamos si llegaba una niñita de 12 años embarazada, ahora tenemos seis o siete casos así al año. La edad ha disminuido; ahora tenemos embarazadas y papás de 11 años y eso es trágico".

Ese papá de 11 años hizo reflexionar a todo el equipo de la unidad, que también integran dos sicólogas, una siquiatra, dos pediatras, una nutricionista y tres administrativas.

"Muchas veces los jóvenes desaparecen cuando se enteran de que están embarazados, porque les da miedo. Se deprimen, se asustan, hay un montón de cosas de las que nadie se está haciendo cargo y pasan por irresponsables cuando no siempre es así. Un hijo a esa edad compromete los proyectos de vida y uno de los riesgos es perpetuar el círculo de la pobreza de la que algunos vienen, porque dejan de estudiar y entran a trabajos mínimos", afirma la sicóloga Elizabeth Ripoll.

Hilda y Elizabeth se preocuparon de contener a ese papá de 11 años y dieron la pelea para que lo dejaran entrar al parto; los médicos tenían prohibido el ingreso de niños al pabellón.

A partir de ese caso, en la unidad comenzaron a considerar al padre menor de 18 años como un paciente que también necesita atención especializada. Le entregan una guía de paternidad activa, lo invitan a los controles de salud de sus pololas, a talleres de paternidad y les garantizan consultas sicológicas individuales hasta que la guagua cumpla 6 meses.

Ian y Constanza no usaron ningún método anticonceptivo en la primera relación. "Me daba vergüenza decirle a mi mamá que quería condones porque podía encontrar que yo era muy chico", explica Ian, quien a sus 14 años, ya es padre.

PAÑALES Y PLAYSTATION

Ian Hurtado (14) espera en la Unidad de Salud Adolescente junto a su mamá María Valenzuela (51), su polola Constanza Fernández (14) y una guagua de dos meses. Cuando llega su turno, el adolescente se levanta y pregunta:

–¿Quién sostiene a Fabián?

–Usted pues hijo, asuma– responde su madre.

Entonces Ian, sin una pizca de pelos en la cara, zapatillas deportivas y una cadena colgando del cuello, carga a su hijo. Lo acaricia y lo mira mientras está en la consulta sicológica.

La sicóloga Elizabeth Ripoll le pregunta por sus notas.

–Subí mi promedio de 4,5 a 5,9–, afirma Ian, orgulloso.

Elizabeth lo felicita. Ian es su paciente desde que derivaron el caso de Constanza a la unidad. Cuando supo que iba a ser papá, tenía 13 años, estaba en séptimo básico, llevaba solo tres meses pololeando y el único pañal que había tocado en su vida lo había puesto al revés. Era tan chico, que el Registro Civil no le permitió inscribirse como papá de su hijo recién nacido; la norma considera que recién a los 14 años un hombre tiene discernimiento para reconocer la paternidad.

"Ian llegó muy asustado. Pero con el tiempo, pasó de asistir con timidez a los controles a participar activamente. Su mamá y su papá han sido muy comprometidos. Si no hubiesen estado estos abuelos para guiarlo en su rol, la historia podría haber sido distinta", explica Elizabeth.

Aunque su mamá le había hablado de sexo y de cómo cuidarse, Ian y Constanza no usaron ningún método anticonceptivo en la primera relación, al igual que el 43% de los jóvenes, según la Encuesta Nacional de la Juventud del Injuv de 2009. "Me daba vergüenza decirle a mi mamá que quería condones, porque podía encontrar que yo era muy chico", explica Ian.

La mamá de Constanza ni siquiera sabía que ella estaba pololeando; se enteró por una profesora del colegio e inmediatamente llevó a su hija al consultorio para hacerle un test de embarazo que salió positivo. Constanza lloraba; su mamá llamó a la madre de Ian para darle la noticia.

María, la mamá de Ian, no lo podía creer. "Me tuvieron que asistir. Me preocupé: son tan niños. A mi esposo se le vino el mundo encima; Ian es su guagua. Pero bueno, los apoyamos", dice. Junto a su marido, que es chofer del Transantiago, acogieron a Constanza en su casa, donde también vive el hermano mayor de Ian con su hija de 8 años.

Tener un hijo a los 13 le ha cambiado la vida a Ian. Ahora sus compañeros le dicen "papi" y el rincón de su pieza donde acomodaba las consolas de videojuegos fue reemplazado por una cuna, un camarote que comparte con su polola y una cómoda llena de stickers con la ropa de Fabián.

Todas las mañanas la guagua queda bajo el cuidado de María hasta que llega Constanza a la 13:30 horas a amamantarlo. Ian llega a las 16:00 después de clases y ocupa sus tardes en estudiar y compartir con Fabián. No le queda tiempo para jugar fútbol con sus amigos; una de las cosas que extraña. Pero se las arregla para jugar PlayStation: acomoda a Fabián en su regazo y aprieta los botones del control mirando la televisión.

A veces su polola le pide que sea más atento y maduro. Él la molesta haciéndole cosquillas o cambiando el canal de la tele, pero en el fondo quiere ser mejor papá. "Quiero salir adelante con ella y durar mucho juntos", confiesa Ian.

"Le pongo música a mi hija. Con el reggaetón no se mueve, pero se mueve harto con Mazapán", cuenta Nicolás Muñoz, de 16 años, que en tres meses más va a ser papá. Su polola, Antonia, tiene 14.

LA VIDA SEXUAL DE LOS NIÑOS

Sebastián Cano (14) y Bárbara Molina(14) pololean hace un año y van a ser papás en agosto. Antes de estar juntos, los dos tuvieron otros pololeos. Ella perdió la virginidad a los 13 años y él, el mismo día en que cumplió 11.

Estadísticas y estudios señalan que la edad de inicio de la actividad sexual en Chile disminuye año a año. Según datos del Injuv, en 1997 la edad promedio de iniciación sexual eran los 18 años, mientras que un estudio sobre la adolescencia que llevó a cabo el Ministerio de Salud en 2011 indica que el 19% de los jóvenes entre 10 y 14 años ya ha tenido relaciones sexuales con más de una pareja, como es el caso de Sebastián y Bárbara.

"Eso tiene que ver con que ya desapareció la desnutrición infantil, entonces ahora la pubertad es anterior y la sexualidad de los adolescentes es cada día más temprana. El erotismo adolescente está exacerbado pero la sexualidad adolescente está negada. Y esa es una de las responsabilidades del mundo adulto: de los padres, los educadores y los equipos de salud que nos vemos enfrentados a adolescentes que tienen deseos de quererse con los sentimientos y también con el cuerpo", explica el pediatra y jefe de la unidad, Gonzalo Menchaca.

A pesar de que las cifras retratan esta realidad y de que el Ministerio de Educación obliga a los colegios a educar sobre sexualidad, los lineamientos son voluntarios, entonces muchos colegios implementan programas que promueven la abstinencia –lo que, se ha demostrado, no funciona para prevenir el embarazo temprano– y de forma tardía según lo recomendado por especialistas, que aconsejan tratar el tema incluso desde primero básico de manera integral y de acuerdo a la etapa de crecimiento.

"Se le tiende a sacar el bulto a la educación sexual. No tiene que ver ni con la religión, ni con los ricos, ni con los pobres. Es el mundo adulto que está enredado con la sexualidad de los adolescentes entonces prefiere negarse. Por eso se hacen las cosas a medias y está lleno de normas medio hipócritas: 'quiero tratar de posponer la iniciación de la actividad sexual, entonces niego que hay actividad sexual'", alega Gonzalo Menchaca, quien ha participado en la elaboración de programas de educación sexual en colegios del barrio alto.

La primera vez que a Sebastián Cano le hablaron de sexualidad, estaba en séptimo básico y lo único que le enseñaron fueron fotos del aparato reproductor femenino y del masculino en la materia de Ciencias Naturales. "Empezaron a hablarnos del tema cuando tenía 13, pero yo ya andaba metido en cosas y nunca me cuidé. Además, lo que enseñan es muy biológico. No explican la relación sexual ni cómo cuidarse", afirma.

También critica que la educación sexual esté enfocada en la mujer; la hacen responsable a ella de cuidarse para no quedar embarazada. "¿Y los hombres?", se pregunta Sebastián.

La matrona Hilda Ithurralde se hace la misma pregunta: "Los métodos anticonceptivos y la planificación familiar se han centrado en las mujeres. Pero en los hombres no se ha hecho nada y son nuestros potenciales embarazadores", dice.

El acceso a los métodos anticonceptivos también es un tema en la adolescencia. Para comprar condones o pastillas deben manejar dinero y, en caso de pedirlos gratuitamente en el sistema público, se notifica a un adulto responsable al respecto, ya que existe sospecha de abuso sexual por su corta edad. Elizabeth Ripoll recuerda casos de niñas de 13 años que han ido a pedir anticonceptivos al Sótero del Río y, por vergüenza de que su familia sepa que tienen relaciones, prefieren no recibirlos y tiempo después vuelven embarazadas de sus pololos.

El pololeo de Sebastián con Bárbara siempre fue prohibido. Su suegra encontraba que él, un niño carretero al que le iba mal en el colegio, era una mala influencia para su hija, la matea del curso. Incluso llamó una vez a la PDI luego de que Bárbara se escapara de su casa para ir a ver a Sebastián.

Los únicos lugares donde podían encontrarse eran parques o plazas, donde se juntaban a escondidas cuando hacían la cimarra. De todas las veces que tuvieron relaciones, Sebastián calcula se cuidó solo tres porque estaban convencidos de que eran infértiles. Hasta que un día a Bárbara le dejó de llegar la regla. La noche de la Navidad le mandó la foto del resultado del test de embarazo por Whatsapp a Sebastián: iban a ser papás.

"Cuando vi el mensaje me tiré a la cama, no quería responder. Tiritaba. Estaba desesperado", cuenta Sebastián. Desde ese momento, dejó el carrete. Está cursando por segunda vez octavo básico con la meta de subir sus notas y sacar el cuarto medio. "Era el típico niño problemático, pero mi actitud cambió rotundamente, sobre todo después de que mi suegra me aceptó. Eso me tiró para arriba. Dije 'Esta es mi oportunidad'".

"Muchas veces los jóvenes desaparecen cuando se enteran de que están embarazados porque les da miedo. Se deprimen, se asustan, hay un montón de cosas de las que nadie se está haciendo cargo y pasan por irresponsables cuando no siempre es así", dice la sicóloga Elizabeth Ripoll.

El equipo está muy comprometido con los padres adolescentes. En la foto, las integrantes históricas: Hilda Ithurralde, Elizabeth Ripoll y Anita Valenzuela.

AÚN NO SON ADULTOS

La matrona Hilda Ithurralde reparte globos y pelotas de pimpón a los asistentes del taller sobre parto. Se pone al centro de la sala, introduce la pelota en el globo, luego lo infla y después lo aprieta hasta que la pelota sale disparada.

–Así es el parto–, explica sonriente. Nadie aguanta la risa.

Este es uno de los talleres didácticos que imparte la Unidad de Salud Adolescente dos veces al mes para embarazadas sub 15, papás adolescentes y los familiares de ambos. También realizan un taller sobre las etapas del embarazo, otro sobre cuidados de recién nacidos, masajes para generar apego y pronto impartirán uno sobre habilidades parentales a través del juego.

En una de las pausas del taller, Hilda recalca a los abuelos un mensaje: "Es importante recordar que no por el hecho de tener un hijo, los adolescentes pasan a ser adultos".

Este es un tema importante para el equipo. "Las familias muchas veces piensan que si el niñito embarazó a la niñita, tiene que hacerse cargo él. La idea es trabajar con la familia y explicarle que ellos no han completado su etapa como padres de este adolescente que va a ser papá", dice Hilda. Elizabeth, la sicóloga, agrega que, por la etapa en que los pilla la paternidad, aún tienen tareas que cumplir para convertirse en adultos sanos.

"También existe el riesgo de que, cuando los abuelos los ven tan chicos, les quiten la guagua y traten de convertirla en el hermano menor de su hijo. La recomendación es que los abuelos apoyen, sean papás de sus hijos, no de la guagua", dice Gonzalo.

La combinación de tareas que tienen que hacer los padres adolescentes es un equilibrio difícil de lograr. Al apego con sus guaguas y a la reacción de los abuelos, se suma la frustración que les trae cambiar radicalmente su rutina mientras sus amigos siguen con la misma vida de siempre. Además, tienen que hacer un esfuerzo por integrarse a la familia de su polola.

Para poder cumplir con todas esas exigencias, muchos chicos dejan de ir al colegio. Las madres adolescentes, a pesar de no contar con un posnatal formal, suelen tener cierta flexibilidad horaria y de inasistencia en los colegios, beneficios que no se extienden de igual manera a los padres que son escolares.

"Es más fácil explicarle a un colegio que una embarazada o una mamá tiene inasistencia que el caso de un papá. Piensan '¿por qué va a necesitar dejar de ir a clases un cabro porque embarazó a la polola?'", explica el Gonzalo, el pediatra.

Para ayudarlos, cuando asisten a los controles en esta unidad, les dan un documento que justifique su inasistencia al colegio. Además, todo el equipo les reitera la importancia de que continúen sus estudios para tener mejores oportunidades laborales a futuro.

Los resultados han sido positivos. El último estudio de impacto que hizo la unidad, en 2009, indica que el 51% de las pacientes recién ingresadas al programa iba al colegio, mientras que al finalizarlo continuaba estudiando un 62%. Hilda cuenta que muchas mamás adolescentes suben sus notas y algunas llegan después a mostrarles su diploma de egreso de cuarto medio. "Son satisfacciones que nos dejan porque hemos trabajado para que se mantengan en el colegio", señala. Espera que lo mismo ocurra ahora con los padres.

La ley dice que la maternidad o la paternidad no pueden constituir una razón para que el estudiante no ejerza su derecho de terminar la educación escolar. Por eso la Junji prioriza el acceso a salas cuna para hijos de madres adolescentes y la Junaeb cuenta con la Beca de Apoyo a la Retención Escolar (Bare) que brinda 186 mil pesos al año a madres y padres de alto riesgo social (beca de la que ninguno de los padres adolescentes consultados en este reportaje tenía conocimiento). Y el programa Chile Crece Contigo entrega un ajuar que incluye un corral y ropa para los recién nacidos en el sistema público de salud.

Pero para muchas familias esa ayuda no basta y hay papás adolescentes que están obligados a trabajar. "Como son menores de edad, terminan en trabajos precarios, en las peores condiciones", dice Sabrina Oyanedel, la asistente social.

A este dilema se enfrenta Nicolás Muñoz (16), quien está en segundo medio y será papá en tres meses. Desde que su polola Antonia Marín (14) está embarazada, se pregunta si no sería mejor dejar el colegio. "Estoy viendo qué hacer. Quiero trabajar con mi papá, que es soldador. Ayudándolo a cortar, limpiar soldaduras, me gano mi plata", dice. Con lo que ha ahorrado ayudando a su papá, más la mesada que le da su abuela, compró el primer paquete de pañales y una diminuta polera para su hija.

Pero sus papás quieren que siga enfocado en los estudios. Él les suplica que le den permiso notarial para que pueda, al menos, trabajar en un supermercado después del colegio para cubrir algunos gastos de la guagua. "Entiendo que quiera poner su granito de arena, pero quiero que estudie, que no tenga tantas responsabilidades", dice su mamá, Brenda Farías. El padre, Nicolás Muñoz, piensa lo mismo: "Me dio pena, me decepcionó cuando supe. Pero también le dije que iba a tener mi apoyo para que él se dedique a estudiar", cuenta.

El padre y la madre de Nicolás serán abuelos jóvenes: ambos tienen 38 años. Como ella trabaja de noche, se ha encargado de acompañar a su hijo y a Antonia a casi todos los controles y también podrá cuidar a su nieta mientras ellos vayan al colegio. Ya entablaron una relación con los papás de Antonia. Las dos familias se achoclonaron en la consulta médica para ver la primera ecografía y están organizando juntas un baby shower.

Mientras espera el parto, Nicolás ha dibujado a todos los amigos de Mickey Mouse en las murallas moradas de la pieza donde va a dormir Sofía. También le gusta ponerle música. "Con el reggaetón no se mueve, pero se mueve harto con la música de Mazapán. También le hablo, le digo 'aquí está tu papá'".