Vivir con el fantasma de un padre que alguna vez estuvo, pero que se fue y te abandonó es una experiencia traumática. Con vergüenza y culpa, muchos niños y niñas piensan que el abandono fue su culpa. Porque no estuvieron a la altura, porque fallaron o porque no son merecedores de amor, las víctimas del abandono se convierten en adultos susceptibles a desarrollar síntomas depresivos, de ansiedad y baja autoestima que, de no ser revisados, son cargados por toda la vida. Detectar las secuelas de un abandono no siempre es fácil. Aunque es un proceso largo y doloroso que implica rehabitar aquellas situaciones de abandono, puede ayudar a sanar, dicen los especialistas.

Paz (36) recuerda la primera vez que se sintió realmente abandonada por su papá. El día en que fue víctima de una de las situaciones más traumáticas de su vida tenía nueve años y estaba al cuidado de Charlie, su padre biológico. “Me llevó a la casa de unos amigos de él con los que después se fue a tomar. Me dejó en la casa donde estaban inicialmente con una amiguita que me había hecho de esa familia. Esa noche el tío de esta amiguita abusó de mí. Charlie tuvo que volver del carrete a buscarme. Cuando llegamos a la casa de mi abuela, fue muy claro: no le podía contar nada a mi mamá. Recuerdo que esa noche después de vivir el abuso estaba acostada sobre la cama y mientras mi papá dormía, yo lloraba a su lado. Ahí sentí el primer quiebre porque de verdad que me sentí abandonada. Me quedé sola en una casa, me pasaron a llevar, abusaron de mí y después de eso no sentí su protección”, cuenta.

La Sociedad Americana de Psicología define el abandono –o negligencia– infantil como “la negación de atención, cuidado o afecto considerado esencial para el desarrollo normal de las cualidades físicas, emocionales e intelectuales de un niño, generalmente debido a la indiferencia, el desprecio o el deterioro de los cuidadores del niño”. La negligencia es la forma de maltrato más común que en la mayoría de los casos ocurre cuando el niño tiene 7 años o menos.

Las formas del abandono

En Chile, el abandono lo podemos contabilizar. Según las últimas cifras del Registro Nacional de Deudores de Pensiones de Alimentos son más de 147 mil los morosos, de los cuales, el 96% son hombres. Padres que además de haber abandonado a sus hijos emocionalmente, estando presentes y disponibles durante su crianza, los han abandonado económicamente. Y eso, dice Guila Sosman, académica especialista en trauma de la Universidad Diego Portales y directora del Centro de Psicoterapia Acompañar (@psicoterapia.acompanar), es doblemente violento.

“De manera física o emocional, muchas veces podemos ver el abandono reflejado en padres que, si bien están físicamente con sus hijos, no tienen la disponibilidad emocional para criarlos. Lo grave es que este tipo de violencia por omisión o negligencia ocasiona muchos efectos en los niños, que luego se trasladan a la vida adulta si es que es una herida aún abierta. Como hay mucho sentimiento de culpa y vergüenza, el abandono está muchas veces asociado a trastornos de ansiedad, depresión, baja autoestima y desconfianza”, explica Sosman.

Sanar el trauma por abandono paterno

Mientras más pequeños son los niños cuando ocurre el maltrato, son más las posibilidades de que desarrollen síntomas de ansiedad y depresión, dicen investigaciones. Cuando hay un abandono emocional, asegura la especialista en trauma, estos síntomas se van integrando en la personalidad de los niños y niñas que no se sintieron queridos ni merecedores del cariño de los adultos que estaban a su cuidado. “Esto impacta en su autoestima y en la visión que tienen de ellos mismos y si en ese punto no hay algún tipo de reparación, se configura una personalidad con todas estas problemáticas”, dice.

Antes de que Paz fuera abusada, la relación con su papá ya era decepcionante. “Desde que mis papás se separaron cuando tenía 7 años, las interacciones que tuve con Charlie, mi papá biológico, eran bastante limitadas. Los fines de semana cuando le tocaba visita siempre me dejaba plantada, no llegaba a buscarme. Era una persona que me generaba mucha incomodidad. Era muy desubicado, hablaba fuerte, tomaba en la micro, en el bus y me ponía en situaciones peligrosas. Era un irresponsable con la paternidad. Yo no le interesaba y eso me hacía sentir poco valiosa e insuficiente, como si no mereciera su amor”, cuenta Paz.

Luego del abuso los fines de semana y los paseos a solas con su papá se terminaron, al igual que el contacto regular con él. “Cuando tenía 18 apareció de repente un verano, nos vimos mucho, intentábamos hablar, pasear juntos y mientras luchaba con toda la rabia que sentía por él, lo perdoné con la esperanza de volver a tener un papá, pero pasó el verano, llegó marzo y volvió a desaparecer. Me abandonó de nuevo”, dice. Después de años de terapia, Paz pudo resignificar el abuso que vivió. “Me di cuenta de la manera en la que el abuso afectó mi vida. Pude ver cómo pensar que no valgo lo suficiente o que tengo que comportarme de cierta manera para ser querida permeó en mis relaciones amorosas y de amistad”, dice.

El abandono forja personalidades

La magnitud de los efectos que el abandono paterno puede generar en los niños depende de varios factores protectores, como las otras redes familiares, la calidad de cuidado que le da su cuidadora principal, su personalidad, su entorno y sus recursos, explica Sosman. “El abandono de uno de los cuidadores impacta sin duda en su autoestima y en el rechazo que siente el niño hacia sí mismo. Y es que, muchas veces, los niños piensan que el abandono de su padre es culpa de ellos. Piensan que algo hicieron o no para que su padre los haya abandonado o dejado de querer”, asegura la psicóloga.

Lo complicado es cuando estos pensamientos y emociones negativas son internalizados y permean en su personalidad. “Después son personas más desconfiadas, que viven con rencor o que se perciben a sí mismos de forma negativa, les cuesta regular los afectos y los impulsos, tienen dificultad en las relaciones interpersonales porque en general son relaciones poco estables, lo que a largo plazo puede generar trastornos de adaptación, de estrés postraumático o depresión”, explica Sosman.

El camino para la sanación

En su camino para sanar, Paz ha tratado de verlo a él como un adulto, con sus luces y sombras. “El trabajo ha sido muy consciente y de cariñito hacia mí misma. Con compasión he logrado sentir alivio al entender que no soy culpable, que debí ser cuidada y amada, que soy merecedora de que alguien luche por mí. He sentido compasión por esa niña que traigo conmigo cada día porque en cada avance logro sanarla, cuidarla. La manera que he encontrado para poder seguir sin que esto me lleve a tocar fondo es verbalizarlo constantemente, hablar de esta no-relación y lograr entender que aquellas vulnerabilidades, culpas, sensaciones de abandono y de insuficiencia tienen todo que ver con él. Aunque no lo perdono por lo que hizo, soy capaz de ver que el humano que me abandonó era un humano muy dolido y roto desde su infancia. No hice el viaje de mirar atrás para justificarlo, sino que para entenderlo y poder sacarme la sensación de que yo era la que estaba mal, de que era mi culpa de que me abandonaran” dice Paz.

Para empezar a sanar es muy importante poder ir elaborando y resignificando este abandono paterno, dice la especialista en trauma, Guila Sosman. “Se trata de reconstruir desde la reconciliación con la figura del padre todas las ideas y patrones relacionales que la persona fue construyendo en base al abandono. Hacerlo implica comprender su historia. Cyrulnik, el autor que habla de la resiliencia, dice que nuestra historia no es destino. Que una persona con una historia de abandono paterno no significa que esté destinada a vivir con los efectos negativos de este abandono. Se puede ir reelaborando lo que el abandono significó en su vida y comprendiendo qué efectos tuvo. Empezar el camino de sanación es abrir la herida del trauma y revisarla con toda la compasión y paciencia que eso requiere. Aunque puede ser un proceso doloroso, nos puede ayudar a finalmente sanar”, concluye Sosman.

Aunque el contacto entre Paz y su padre biológico es casi nulo, cada cierto tiempo reaparece por chat con un “hola, hija, ¿cómo estás? Te quiero mucho, espero que esté todo bien”. Cuando Paz le contesta, desaparece y él no vuelve a contestar.